Traducido por Caty R.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) prometieron que el aumento de los flujos de mercancías contribuiría a erradicar la pobreza y el hambre. ¿Cultivos alimentarios? ¿Autonomía alimentaria? Se había encontrado algo más inteligente: se abandonaría la agricultura local o se orientaría hacia la exportación. Así se obtendría el mejor partido, no de las condiciones naturales -más favorables, por ejemplo, para el tomate mexicano o la piña filipina-, sino de los costes de explotación, más bajos en estos dos países que en Florida o en California.
El agricultor de Malí dejaría su alimentación en manos de las empresas cerealistas de la Beauce o el Midwest, más mecanizadas, más productivas. Abandonaría sus tierras e iría a engrosar la población de las ciudades para convertirse en obrero de una empresa occidental que habría deslocalizado sus actividades con el fin de aprovecharse de una mano de obra más barata. Al mismo tiempo, los Estados costeros de África reducirían la carga de su deuda externa vendiendo sus derechos de pesca a los barcos-fábricas de los países más ricos. Por lo tanto a los guineanos ya no les quedaría más remedio que comprar conservas de pescado danesas o portuguesas (1). A pesar de la contaminación suplementaria causada por los transportes, el paraíso estaba garantizado. Y los beneficios de los intermediarios (distribuidores, transportistas, aseguradoras y publicistas), también…
De repente el Banco Mundial, que prescribió este modelo de «desarrollo», anuncia que treinta y tres países van a conocer los «motines del hambre». Y la OMC se alarma por la vuelta al proteccionismo al observar que varios países exportadores de productos alimentarios (India, Vietnam, Egipto, Kazajstán…) han decidido reducir sus ventas al extranjero con el fin -¡qué desfachatez!- de garantizar la alimentación de su población. El norte se ofende rápidamente por el egoísmo de los demás. Es porque los chinos comen demasiada carne, por lo que los egipcios se quedan sin trigo…
Los Estados que siguieron los «consejos» del Banco Mundial y el FMI sacrificaron su agricultura alimentaria. Por lo tanto ya no pueden reservarse el uso de sus cosechas. Pues bien, pagarán, es la ley del mercado. La Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) ya ha calculado el encarecimiento disparatado de su factura de importación de cereales: el 56% en un año. Lógicamente, el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que alimenta todos los años a setenta y tres millones de personas en setenta y ocho países, reclamó 500 millones de dólares suplementarios. Esas pretensiones se debieron de juzgar extravagantes, ya que el PMA únicamente consiguió la mitad. Sin embargo sólo mendigaba el importe de algunas horas de guerra en Iraq y la milésima parte de lo que la crisis de las subprimes va a costar al sector bancario, generosamente ayudado por los Estados. Se pueden calcular las cosas de otra forma: el PMA imploraba, en nombre de millones de muertos de hambre… el 13,5% de las ganancias que obtuvo el año pasado, él sólo, John Paulson, dirigente de un fondo especulativo demasiado inteligente para prever que cientos de miles de estadounidenses caerían en la quiebra inmobiliaria. Se ignora cuánto beneficio producirán, y a quiénes, las hambrunas que ya han comenzado, pero en una economía moderna nunca se pierde nada.
Porque todo se recicla; una especulación sustituye a otra. Después de abastecer la burbuja de Internet, la política monetaria de la Reserva federal (FED) animó a los estadounidenses a endeudarse. E infló la burbuja inmobiliaria. En 2006, el FMI todavía consideraba que: «Todo indica que los mecanismos de asignación de créditos en el mercado inmobiliario de Estados Unidos siguen siendo relativamente eficaces». Mercado-eficacia: ¿no se deberían soldar estas dos palabras de una vez por todas? La burbuja inmobiliaria estalló. Entonces los especuladores rehabilitan un viejo filón: los mercados de cereales. Compran contratos de entrega de trigo o arroz para el futuro y esperan para revenderlos mucho más caros. Lo que mantiene la subida de los precios y el hambre…
Y entonces, ¿qué hace el FMI dotado, según su director general, de «el mejor equipo de economistas del mundo»? Explica: «Una de las maneras de solucionar el problema del hambre es incrementar el comercio internacional». El poeta Léo Ferré escribió: «Para que incluso la desesperación se venda, sólo hace falta encontrar la fórmula»
Parece que ya la han encontrado
(1) Lectura: Jean Ziegler, «Los refugiados del hambre», marzo de 2008.
* El título original en francés, «FMI – FAIM», es un juego de palabras formadas por las mismas letras que, al cambiarlas de posición, convierten «FMI» en «FAIM» (hambre).
Original en francés: http://www.monde-diplomatique.fr/2008/05/HALIMI/15859
Serge Halimi es periodista del mensual Le Monde diplomatique, y autor del libro Les Nouveaux Chiens de Garde (Los nuevos perros guardianes), Raisons d’agir, 2ª edición, 2005.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.