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El Frente Amplio con Alckmin no es una táctica «genial», es una aventura

Fuentes: Revista Forum (Brasil) [Imagen: Geraldo Alckmin, político de “centro-derecha” de larga trayectoria. Créditos: José Cruz/Agência Brasil]

En este artículo sostiene que si el frente de oposición a Bolsonaro se abre a Alckmin, dejaría de ser un frente de izquierdas ya que en un frente, invariablemente, la posición más moderada es el mínimo denominador que deben compartir todas las organizaciones en el programa común.


En estos últimos días ha surgido la noticia de que se está gestando una articulación discreta y secreta, al parecer desde hace varios meses, para buscar una alianza entre el PT y Geraldo Alckmin (N. del tr.: político de “centro-derecha” que se está alejando del PSDB y que fuera gobernador de San Pablo entre 2011 y 2018). Se barajaba incluso la posibilidad de que fuera candidato a la vicepresidencia con Lula, si decidía unirse al PSB, de Marcio França.

Nadie sabe qué hay de cierto en esta información. Al fin y al cabo, se han manejado otros nombres. Pero el hecho es que todavía no ha habido ningún desmentido por parte de ninguna de las partes implicadas. También han circulado rumores sobre alianzas para las candidaturas al gobierno y al Senado en San Pablo.

El día 20, en el marco del Noviembre Negro, volveremos a las calles con la bandera «Fuera Bolsonaro». Sin embargo, también tenemos que pensar en las elecciones de 2020. Puede ser que, en octubre de 2022, la situació sea explosiva. Pero lo más probable, si las condiciones actuales de «temperatura y presión» no cambian mucho, es que Bolsonaro pueda preservar la influencia sobre una corriente electoral suficiente para garantizar una posición en la segunda vuelta. Esto nos lleva a la cuestión de cuál debe ser la táctica electoral para la primera y también para la segunda vuelta.

La disyuntiva Frente de Izquierda o Frente Amplio no sólo tiene que ver con cálculos electorales. Hay dos cuestiones clave en este debate sobre la táctica. En qué consiste el programa y quiénes son los candidatos. Son dos tácticas electorales muy diferentes.

El Frente de Izquierda es una alianza entre los partidos que mantienen relaciones orgánicas con los trabajadores y los movimientos sociales. Se trata esencialmente del PT, el PSOL y el PCdoB, pero también, si es posible, del PSTU, el PCB y la Unidad Popular. Puede formarse desde la primera o en la segunda ronda. Si se forma sólo en la segunda vuelta, cada partido de izquierda tiene sus propios candidatos en la primera vuelta, pero se comprometen a apoyarse mutuamente con el que pase a la segunda vuelta. El PSOL defiende el Frente de Izquierda y aprobó en su Congreso Nacional la línea de explorar la posibilidad del Frente de Izquierda desde la primera vuelta, pero la decisión será tomada en los primeros meses de 2022.  

Los que defienden la táctica del Frente Amplio buscan incorporar al menos al PSB y posiblemente al PV, a la Rede, y hay quienes sueñan con el PSD. Lo que significa que, si se materializa, el programa del Frente Amplio sería de centro, no de izquierda. En un Frente, el denominador común es invariablemente la posición más moderada. Si la articulación con Alckmin se produjera sería una variación de la «táctica Kirchner» en Argentina. Cristina Kirchner aceptó ser vicecandidata en la fórmula con Alberto Fernández, líder de un ala muy moderada del peronismo. Lula sería candidato a la presidencia, pero con un «freno de mano» preventivo, al presentarse con un vicepresidente del PSDB, a pesar de haber «roto» con el PSDB. Una variación aún más peligrosa de la táctica del Frente Amplio.

Más peligroso porque significaría que, además del programa, se renunciaría desde el principio a una candidatura con perfil de izquierdas. Ya aprendimos con el desastre del segundo gobierno de Dilma Rousseff de 2014, cuáles son las consecuencias de ganar las elecciones y luego intentar gobernar con el programa de nuestros enemigos de clase. ¿Qué sentido tiene una izquierda que en el gobierno hace la política de la derecha?

El argumento más fuerte es que «contra Bolsonaro, todo vale». La premisa es que si la izquierda renuncia a un programa de reformas estructurales, para defender el «régimen democrático», tendría más posibilidades de derrotar a Bolsonaro. Resulta que la aritmética no es la mejor brújula en la lucha política. La disputa electoral es una lucha de clases.

El cálculo de que se puede ganar en un lado sin perder en el otro es irreal. El amplio favoritismo actual de Lula favorece una «ilusión óptica». La idea de que la «imagen de Lula» es un ancla suficiente para mantener el voto de los sectores organizados por los movimientos sociales, sin importar cuál sea la campaña y quiénes sean los aliados, después de lo ocurrido con el golpe institucional de 2016 contra Dilma Rousseff, es irresponsable. No podemos correr el riesgo de un nuevo «Michel Temer» en el palacio de Jaburu.

La polémica sobre la táctica electoral en 2020 debe ser, por tanto, indivisible de la táctica para derrotar a Bolsonaro, en las calles o, en el peor de los casos, en 2022. Las articulaciones ya comenzaron en la izquierda. No hay nada malo en ello. Una oposición irreconciliable entre la resistencia en la acción directa y en las elecciones es un error. Las movilizaciones callejeras deben ser nuestra prioridad, porque son las que abren el camino, como en Santiago de Chile.

Pero tampoco servirá una izquierda incapaz de convertir las elecciones en una polarización contra los neofascistas. Y ser útiles a los trabajadores y a la juventud, a quienes queremos servir y representar, debe ser nuestra razón de ser en la lucha contra Bolsonaro. En otras palabras, no es posible entusiasmar a los trabajadores y a los movimientos sociales sin un programa contra los ajustes neoliberales. No habrá «arrastre» del voto de los pobres de las ciudades sin propuestas claras sobre el salario mínimo, la renta básica, el pleno empleo, el fortalecimiento de la educación pública, el SUS (Sistema Único de Salud), etc.

El PSOL ha optado por la oposición frontal al gobierno de Bolsonaro, defendiendo la táctica del Frente Único de Izquierda, pero también, en torno a reivindicaciones democráticas concretas, a la táctica de unidad de acción con los partidos y dirigentes de la oposición que no tienen relaciones orgánicas con el movimiento de los trabajadores. Pero son dos tácticas diferentes, de «geometría variable».

Fue la táctica del Frente Único la que favoreció fundamentalmente el tsunami educativo de mayo de 2019, una jornada nacional de huelga contra la reforma de la previsión social en junio del mismo año, las manifestaciones antifascistas de 2020 y, sobre todo, las jornadas nacionales desde mayo de 2021. Por otro lado, fue la táctica de la unidad en la acción la que impidió el traslado de Lula a la cárcel de Tremembé, donde su vida corría peligro, y posteriormente, la lucha por su liberación.

¿Cómo deben traducirse estas dos tácticas en las elecciones? Debemos considerar, en primer lugar, tres problemas. La primera es metodológica. Es imposible predecir, sin márgenes de error muy elevados, cuál será la situación dentro de un año, es decir, el grado de apoyo a Bolsonaro, con la fractura de un ala burguesa que articula una candidatura de «tercera vía».

Podemos esbozar escenarios de probabilidades. Sin embargo, eso no basta. Porque, estrictamente hablando, no sabemos a) cómo evolucionará el desgaste del gobierno, si la economía no sale, en lo fundamental, del marco recesivo de los últimos cinco años; b) cómo evolucionarán las investigaciones policiales que evalúan la relación del bolsonarismo con las milicias y la oficina del crimen en Río de Janeiro; c) cómo evolucionará la crisis política del bolsonarismo, que aún no ha definido el partido de alquiler que va a utilizar; d) y lo más importante, cómo evolucionará la conciencia de las amplias masas populares.

La segunda es que no se descarta que, en algunos de los principales estados, una candidatura de extrema derecha pueda llegar a la segunda vuelta. Bolsonaro sigue siendo el favorito en las regiones del sur y del centro-oeste. Es el caso de Minas Gerais y Río de Janeiro.

De ahí surge el tercer y más complejo problema. ¿Cuál será la mejor táctica para derrotar las candidaturas aliadas de Bolsonaro? La idea de que los candidatos de centro serán más competitivos que los de izquierda parece lógica, pero no lo es. Este ha sido siempre el argumento de Ciro Gomes y los defensores de la táctica Kirchner en Argentina. La verdad es a menudo contraria a la intuición.

Ante un problema complejo, la respuesta más sencilla parece fascinante, pero casi siempre es errónea. Parece lógico, porque la mente humana prefiere la repetición, la simetría. El razonamiento es sencillo, pero anacrónico. El argumento es que en 2018, Haddad fue a la segunda vuelta contra Bolsonaro, y perdió. Y aseguran: «si el PT, pero también el PSOL y el PCdoB hubieran apoyado a Ciro Gomes (PDT), se habría evitado el rechazo de la izquierda y Bolsonaro habría sido derrotado; «no podemos correr el riesgo de volver a perder»; hay que evitar, por tanto, «la polarización de la izquierda contra la extrema derecha».

Esta hipótesis parte de dos premisas erróneas. La primera es la suposición de que una candidatura de perfil de centro-izquierda con Alckmin podría ganar incluso en la primera ronda. Esta táctica no es una genialidad, es una aventura.

La idea oculta es que la izquierda podría mantener los votos de su área de influencia, pero la única forma de vencer a Bolsonaro sería en alianza con una disidencia de la oposición liberal que transformara a Lula en un candidato híbrido, mitad izquierda, mitad «tercera vía». En definitiva, la idea de que sólo un Frente Amplio que unifique a toda la oposición a Bolsonaro, desde la primera vuelta, podría ganar. Esta premisa es electoralmente falsa y políticamente peligrosa. ¿Por qué?

Debemos considerar dos cuestiones. En primer lugar, no es cierto que esta transferencia de votos se produzca. Alckmin no tiene tanta fuerza. Una enorme parte de la base electoral del PSDB sería devorada por el bolsonarismo. Muchos se negarán a votar a Lula, aunque reinvente un nuevo formato de «paz y amor». Las elecciones de 2022 no serán un «remake» de las de 2002.

En segundo lugar, debemos recordar que la táctica para 2022 no puede separarse de lo que será un tercer gobierno de Lula y del futuro de la izquierda. ¿Estamos dispuestos a ser un vagón auxiliar del tren dirigido por una disidencia de la burguesía brasileña, que quiere mantener, a cualquier precio, el ajuste fiscal neoliberal, pero deshacerse de las alucinaciones neofascistas?

¿O queremos derrotar el peligro bonapartista, y creer en la capacidad de la clase trabajadora para movilizarse contra Bolsonaro? Para ello, necesitamos un programa de izquierda y candidatos de izquierda. Si el PT no lo hace, lo hará el PSOL.

Valerio Arcary es escritor, historiador, militante de la corriente Resistencia/PSOL, columnista de Esquerda Online.

Traducción: Correspondencia de Prensa.

Fuente (de la traducción): https://correspondenciadeprensa.com/?p=21993

Fuente (del original): https://revistaforum.com.br/rede/frente-ampla-com-alckmin-nao-e-uma-tatica-genial-e-uma-aventura-por-valerio-arcary/