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El fútbol: la otra poética

Fuentes: Rebelión

  En estos días de junio y julio de 2014 de intensa y casi paroxística afición por el mundial de fútbol del Brasil, una serie de hechos y circunstancias de trascendencia para bien o para mal de la humanidad rendida al embrujo del evento, sucesos tanto de la presente como de pasadas justas, me generan […]


 

En estos días de junio y julio de 2014 de intensa y casi paroxística afición por el mundial de fútbol del Brasil, una serie de hechos y circunstancias de trascendencia para bien o para mal de la humanidad rendida al embrujo del evento, sucesos tanto de la presente como de pasadas justas, me generan unas obligadas reflexiones que comparto, estando como estoy viviendo también el actual hechizo del balón.

El fútbol es un deporte que poco a poco pero de manera irreversible se tomó el planeta desde cuando nació del ingenio de los ingleses. Esto ya es un buen principio que lleva a verlo y juzgarlo con benevolencia: es un juego, juego que emociona y esta emoción es universal. Dados pues los elementos para que este deporte sea más factor de alegría para los pueblos y de armonía para las naciones que con él emulan pacíficamente, que lo contrario. Que viva el fútbol entonces, respetando a quiénes legítimamente manifiestan su no querencia por él. Aunque en esto hay que tener cuidado, y no caer en la tendencia un tanto snob de denostar del fútbol por presumir intelectualismo, de que no se está para cosas tan baladís.

Se han dicho muchas cosas importantes sobre el fútbol, por personas al igual muy notables como referentes del pensamiento humano, el arte o la literatura. Frases laudatorias y hermosas. Y también muy ácidas, aunque de estas hay varias que son dichas con tanto ingenio que resultan simpáticas y de algún modo constructivas. Sentencias que pareciendo querer descalificar de un tajo el juego, hacen el bien de amonestar a sus cultores y admiradores para que reparen en sus riesgos y peligros. ¡Y cómo si los tiene! La consideración de ellos fue lo que inspiró esta nota. 

Borges el más famoso denostador del juego, decía que «Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas son las riñas de gallos». No deja uno de ver la picardía del ilustre ciego en esta frase. Un poco más pendenciero, también se quejaba de que nadie le hubiera echado en cara a Inglaterra uno de sus peores crímenes: el fútbol. Ufff… como para decirlo en el Maracaná en este Brasil 2014, o peor, en el mítico estadio de Wembley.

(También dijo Jorge Luis algo mucho más simpático y risible: «Un invento post-colonial que sustituye las peleas a cuchillo».)

De otro lado, el más prestigioso admirador del juego, el premio nobel de literatura franco-argelino Albert Camus, decía que «No hay lugar de mayor felicidad humana que un estadio lleno de fútbol». Y el reconocido filósofo y científico francés Edgar Morín, afirma muy a propósito de la principal crítica que se le hace al fenómeno del fútbol: «No veo el fútbol como una forma de alienación moderna; lo siento más bien como una poesía colectiva.»

Pero no es la intención analizar ni sentenciar sobre la razón que asista a cada una de las dos banderías, la de los apasionados cultores del juego o la de sus recios contradictores, cuyos talentos y méritos se pueden equiparar. No se trata de eso, sino de reconocer las múltiples y diversas sensaciones que este juego-pasión-arte despierta en el espíritu e inteligencia humana. Y sí; sí es la intención poner de presente aquello que insinuábamos, la instrumentalización del fútbol -para lo que nos convoca de las Copa Mundo-, y su amañamiento con el poder, para mal de la humanidad. Mal que tiene nombres ciertos, se llama la represión popular por gobiernos despóticos mientras exacerban la pasión deportiva, o expolio del congruo bolsillo mientras se lo obnubila con el sentimiento patriótico, o se llama crimen, tortura y desaparición -así con todas sus rudas letras- por crueles dictaduras mientras se distrae y aliena a la población con la gloria de ser la potencia invicta del mundo.

Dejémoslo claro entonces: nuestra tacha no es al fútbol. Es al poderoso entramado político, mediático, empresarial y gremial que se confunde con él, y de él se lucra, al costo de escamotear las ilusiones de justicia y bienestar de los pueblos, birladas mientras se les anestesia la ingenua conciencia con el brillo rutilante de un color, una camiseta y un balón que rueda. Sea en el estadio o frente a la pantalla del televisor, que nunca como en este caso, responde al bien ganado nombre de «la caja mágica». Porque después de la taumaturgia llega la realidad: ha desaparecido el mago y queda el truco. En el intermedio del espectáculo no hubo palomitas de maíz y Coca Cola, sino impuestos, tasas y contribuciones; reforzamiento de policías y ejércitos, legislaciones draconianas contra la inconformidad social, escalada en el desmonte de beneficios laborales y desmejora de la seguridad en salud y pensiones. Y más policías y más ejércitos. 

Algunos episodios enseñan lo anterior, tomados apenas del recuerdo y de las crónicas más salientes de su época, sin relación tempo-espacial entre ellos, ni necesariamente con la Copa Mundo y la FIFA. Sí a propósito del fútbol:

– La Copa Mundo de 1978 realizada en la Argentina recoge como la que más, las perversidades de que es capaz el poder utilizando el fútbol, con el agravante de que los protagonistas de la felonía fueron concertadamente la más sanguinaria dictadura de la historia, y la regente del «deporte rey», la FIFA. Ganar el mundial de fútbol que como cosa providencial para la dictadura argentina presidida por Jorge Rafael Videla tendría por sede a ese país, era propósito nacional y necesidad política prioritaria. De una parte, la manipulación mediática que es regla y más en este caso estaba acordado se haría, lavaría la imagen de una satrapía repudiada en el mundo como genocida. Y de otra, ser campeones mundiales, sabido el fervor religioso del pueblo argentino por el fútbol y su equipo, sería una válvula de escape al dolor y la ira que ya se expresaba en movilizaciones contra los militares. La tregua que para los gobernantes significaba ese cambio de polaridad en el imaginario de la población, era la salvación de la acosada Junta.

Lo cierto es que el equipo argentino estaba casi eliminado en los octavos de final, lo que comportaba una verdadera catástrofe. Debía ganarle al sorprendente equipo peruano 4-0, lo que se veía imposible, tratándose de un torneo y una instancia donde están los mejores del mundo. Ganó Argentina 6-0. La leyenda que ese mismo día se posicionó en todo el mundo, decía que el mismísimo Videla llevó al estadio la maleta con los millones de dólares para los peruanos. Y así no fuera cierto, nunca una mentira fue más irrefutablemente cierta. Videla llevó la maleta y el equipo peruano se vendió.

Lo otro es ya la historia cuyos mismos protagonistas cuánto dieran por olvidar: un Videla exultante entregando la Copa Mundo a Daniel Passarella el capitán argentino, mientras el pueblo todo como uno solo sólo tenía corazón y mente para celebrar su felicidad. Joao Havelange presidente de la FiFA, reía y aplaudía con igual regocijo. Meses antes, cuando se puso en entredicho que la Argentina pudiera ser sede del mundial por el boicot que anunciaban muchos países debido a las atrocidades de la Junta Militar, Havelange había zanjado la discusión: «Argentina está ahora más apta que nunca para ser la sede del torneo». Sin comentarios.

Pero el fútbol tiene más que miserias. También reconfortantes grandezas. En esa historia infame, las estrellas Johan Cruyff de Holanda, Paul Breitner de Alemania y el capitán del seleccionado argentino Jorge Carrascosa, se negaron a asistir a la justa mundialista. Mucha sangre en el gramado.

– Al otro extremo del continente, en Bucaramanga, una ciudad al oriente de Colombia, por allá tal vez en 1980, se celebraba un partido profesional del torneo nacional entre el modesto local el glorioso Atlético Bucaramanga y el Junior de Barranquilla con el que existía una áspera rivalidad. Un famoso locutor deportivo había construido su popularidad expresada en una gran audiencia que le generaba millonarios beneficios, azuzando la rivalidad entre los dos equipos, enardeciendo la hinchada del Junior e incitando a la violencia cuando le parecía. Eso pasó aquel día. El locutor azuzó la tribuna, y ésta se volcó a la cancha para protestar una decisión arbitral impidiendo continuara el juego. Conclusión, el ejército presente no encontró mejor forma de restablecer el orden que disparando sus fusiles contra los aficionados, con saldo de numerosos muertos y heridos. Muchos años después aún se veían damnificados en sillas de ruedas frente al Palacio de Justicia con carteles reclamando se les hiciera justicia por el crimen sufrido cuando ellos sólo eran aficionados. Cuando interviene el poder -y éste siempre está ahí así simule ser espectador-, no se da la poesía colectiva que sentía Morín era el fútbol. 

Y hay historias muchas de muerte y tragedia asociadas al fútbol, pero ya producto del acaso, de la simple imprudencia o de la indolencia de las autoridades. Son los cientos de muertos y miles de heridos que ha habido por las graderías que se derrumban, las estampidas que se provocan, los enfrentamientos masivos entre fanaticadas. Para no hablar de esa aberración que no queremos atribuir al fútbol, los criminales que bajo la excusa o el disfraz de ser «barra» de un equipo, en Colombia y en Argentina y no sé en qué otros países, acaban a cuchillo con la vida de quien porta una camiseta del equipo rival y sólo por este hecho. No era burla entonces la sentencia de Borges. Aunque en este caso el fútbol no remplazo las peleas a cuchillo, sino peor, las produjo. Pero no; no fue el fútbol; éste es sólo la coartada del asesino.

Lo cierto es que en los estadios de fútbol se dan momentos sublimes por los sentimientos que suscitan las escenas vividas. Hemos visto el rostro inescrutable de Sócrates, el gran capitán brasileño, cuando malogró el disparo desde el punto penalti cobrado con altiva desidia, que le significó la pérdida de la Copa Mundo al Brasil. Y también miles de caras angustiadas al unísono como obedeciendo las órdenes de un mismo director, la misma mirada ansiosa, el mismo rictus, idéntica dolorida exclamación y la mano lenta e impotente a la cabeza, cuando el equipo del alma recibe el gol que le defenestra el título en el pitazo final.

Por el fútbol hemos visto llorar sobre la grama a hombres valientes y rudos a quienes la fortuna fue adversa mientras los otros se abrazan y besan de alegría al tiempo que reciben el ¡hurra! de la muchedumbre. Y también por él vimos al jugador que en la justa mundial celebró su gol participándole al mundo, los miles en las graderías y los millones en la televisión, la dicha de su paternidad con la criatura que le acababa de nacer. Y la meció en el aire y la acunó en sus brazos para que todos vieran que era verdad.

 

Bogotá, Julio 7 de 2014

 

(*) Luz Marina López Espinosa es integrante de la Alianza de Medios por la Paz.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.