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El golem

Fuentes: Rebelión

El lío es tal que el muñeco comienza a reventarse, y hasta podemos decir que el descosido es general. Huellas de deterioro moral surcan profundas a lo largo de su historia, pero ha sido a partir de la Ilustración cuando el «Dios ha muerto» de Friedrich Nietzsche ha desnudado al mito. En el punto central […]

El lío es tal que el muñeco comienza a reventarse, y hasta podemos decir que el descosido es general. Huellas de deterioro moral surcan profundas a lo largo de su historia, pero ha sido a partir de la Ilustración cuando el «Dios ha muerto» de Friedrich Nietzsche ha desnudado al mito.

En el punto central de la fe cristiana está Jesús como el hombre nuevo. Su persona es el punto axial de un mito de dimensión cósmica, que supone la creación del mundo por Dios, se agrava con el pecado original de Adán y encuentra una solución en el hombre nuevo, Jesucristo. Cuya muerte de expiación, aceptada por Dios graciosamente, salva de la destrucción a todos los que creen en él y les convierte en hombres nuevos por su resurrección. Con la venida de Jesucristo sobre las nubes del cielo concluye el drama cósmico: lo viejo perece, ahora todo es nuevo. Quienes viven en Cristo se juntan con Cristo y todo se reintegra de nuevo en Dios. Resumen de este drama cósmico es la semana santa con su domingo de pascua: Jesús, que muere el viernes por los pecados de los hombres, es resucitado el domingo por Dios. Proceso, ejecución y muerte que, según las escrituras, ocurren en un solo día, el viernes. Nadie sabe cómo vivió Jesús sus últimas horas. «Las palabras atribuidas a él durante el proceso y en la cruz son con seguridad de formación tardía, puestas en boca de Jesús después de tiempo. ¿Quién hubiera podido oírlas y transmitirlas?».

La fe cristiana viene siendo desmontada, paso a paso e inmisericordemente, desde la Ilustración. La ciencia desnuda al mito. La aceptación de un creador se mostró todavía más problemática desde que constó que el cosmos se expande en la infinitud desde millones de años. La crítica de la religión ha descubierto la palabra de Dios como farfullo de hombre que responde a anhelos. Y el fundamento de las enseñanzas bíblicas de la salvación, la resurrección de Jesús, ha terminado disipándose como un manto de niebla ante un sol que amanece. La exégesis seria muestra con claridad que la resurrección y sus apariciones fueron puras visiones subjetivas de Pedro y Pablo, la psicología las definirá como un luto mal masticado, minando definitivamente el fundamento objetivo del credo. La resurrección de Jesús aparece a la luz de la ciencia como mito e ilusión, como anhelo sin base del cristianismo. El lugar de enterramiento de Jesús fue desconocido y la comunidad de Jerusalén no dio importancia alguna a este hecho, eso explica que no exista tradición sobre el sepulcro vacío. Si no lo comieron antes los chacales y las aves de rapiña su cuerpo terminó pudriéndose en la fosa. Los teólogos ya no hablan de la resurrección de Jesús como «suceso histórico», lo subjetivizan, lo espiritualizan, lo convierten en «un no sé qué» difuso de automanifestación divina, se trataría de una resurrección simbólica. Quienes intentan salvar los muebles, como Rudolf Bultmann, hablan de la resurrección «en el anuncio». Buscan salida en el kerigma. Y la larga huella de sangre de la Iglesia en su trato con herejes, ateos y mujeres ha contribuido poderosamente a acelerar definitivamente su vaciedad total. «Yo creo» sabe hoy, más que nunca, a irracionalidad, a un «no sé», a profundo aturdimiento, a todo menos a resurrección real.

Si uno pone el pie en una Iglesia y oye una de sus misas, la celebre un profesor moderno o un cura de pueblo antiguo, todo le sonará a Edad Media, a extraño y caduco, a mentira prolongada a la luz de los conocimientos actuales. Asistirá a una lección de hace 600 años: Ni el evangelio que escucha lo escribió quien se afirma, ni es palabra de Dios como pregonan, ni se da tal presencia del cuerpo de Cristo en el pan, ni el vino que alzan es sangre divina ni, tampoco, Jesucristo ha resucitado como afirman. La mentira preside el acto y el asistente practica un ejercicio de autoengaño, a veces, consciente.

En la última mitad del siglo XX e inicios del XXI el profesor Gerd Lüdemann ha sido, sin duda, quien más se ha fajado con el tema de la resurrección de Jesús desde su gran conocimiento de los dos primeros siglos del cristianismo, mientras la mayoría de clérigos y monjas, acurrucados en la Edad Media, sin saber qué decir y repitiendo fórmulas tridentinas y fosilizadas, matan el tiempo escribiendo en contra de Eta y movimientos de liberación, aleccionando sobre relaciones prematrimoniales, condenando la investigación de células madre y el estado laico o, los más modernos, escudándose a ratos en la llamada teología de la liberación. Pero sobre los temas fundamentales, sobre sus dogmas, nada más que frases hechas y repetición vacía. Se han opuesto sistemáticamente a la ciencia y a la razón, disparando contra toda ave que volaba. Los libros de Lüdemann son faro para el hombre de nuestros días. Tampoco él, pastor protestante, quería dar crédito a sus hallazgos e investigaciones. Y braceó durante años viviendo en la duda, hasta que cruzado el umbral de los cincuenta ya no quiso seguir mintiéndose a sí mismo. Su libro «La resurrección de Jesús de los muertos. Origen e historia de un autoengaño» es ejemplo de sabiduría, profundidad y honradez de un científico, a quien, tras años de investigación, el credo cristiano se le ha ido mostrando como impostura y engaño. «Adiós a Jesús» fue uno de sus últimos trabajos, con el que Gerd Lüdemann se despide del cristianismo. «Los dos testigos principales de la resurrección de Jesús, Pedro y Pablo, sostiene el profesor, sucumben a un engaño y presentan la fe del cristianismo en la resurrección de Jesús como la historia de una ilusión. La no-resurrección histórica de Jesús, acontecida en un día y en un lugar, priva a cualquiera del derecho a denominarse honradamente cristiano».

David Friedrich Strauss, el teólogo alemán que en 1836 nos dejó escrita una de sus grandes obras La vida de Jesús, redactada críticamente y que ya, por entonces -buceando en investigaciones anteriores-, dejó patente que los Evangelios son relatos míticos con nulo valor histórico, escribe: «Raramente un hecho tan increíble fue peor testificado, nunca un hecho tan mal testificado en sí fue más increíble… Desde un punto de vista histórico el mantenimiento de los increíbles efectos de este credo, con su falta total de base, permite catalogar la historia de la resurrección de Jesús sólo como un embuste de rango mundial».

La novela El Golem escribió el vienés Gustav Meyrink en 1915 y está inspirada en una variante del relato de la creación según el Génesis. En el siglo XII una secta judía imaginó 221 combinaciones de signos alfabéticos; con ellos era posible moldear una imagen humana de arcilla roja e infundirle vida. Es el mito del zombi, del hombre mecanizado que, un día creado, su crecimiento desmesurado se torna peligroso. Al Jesús, hombre de polvo y tierra, se le ha endiosado sin fundamento, convirtiéndosele en un Cristo de Dios y cielo, de María han hecho un híbrido de madre y virgen al mismo tiempo, y al papa le han convertido nada menos que en el jefe comercial del Dios infalible en nuestros días. Y, claro está, el muñeco ha terminado reventando. La ciencia y la razón han descubierto los pies de barro del cristianismo y su resurrección. La despedida del cristianismo no facilita la vida, sólo la hace más verdadera.