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Brevísima respuesta a Mikel Arizaleta

El gordo y el flaco

Fuentes: Rebelión

Sin duda Alma Allende y yo deberíamos sentirnos molestos o humillados o al menos avergonzados después de la severa reconvención de nuestro amigo Mikel Arizaleta, especialista en la Iglesia católica. ¡Nos ha pillado! ¡Qué calladitos estamos! Pero no hemos estado callados. Es que Arizaleta no nos ha querido escuchar. Más allá de las entrevistas en […]


Sin duda Alma Allende y yo deberíamos sentirnos molestos o humillados o al menos avergonzados después de la severa reconvención de nuestro amigo Mikel Arizaleta, especialista en la Iglesia católica. ¡Nos ha pillado! ¡Qué calladitos estamos! Pero no hemos estado callados. Es que Arizaleta no nos ha querido escuchar. Más allá de las entrevistas en radio, de las traducciones y los muchos textos publicados en otros medios (uno de los cuales se reproduce hoy precisamente en Rebelión), resulta que, tras el largamente citado en su catilinaria, hemos publicado dos artículos en estas mismas páginas. El primero, el 4 de marzo, mantenía un razonamiento que nos sigue pareciendo inobjetable, pero contemplaba ya la posibilidad de una intervención militar y la abordaba en estos términos: «nadie mínimamente de izquierdas puede apoyar, justificar o permanecer callado ante una intervención de EEUU. Esto hay que decirlo alto y claro. Pero no menos alto y claro hay que decir que la situación nueva del mundo árabe entraña riesgos y que habrá que escoger uno de ellos. Los riesgos son tres: una intervención de la OTAN, una victoria de Gadafi y una victoria del pueblo en armas contra él. La intervención de la OTAN entraña el riesgo mayor». En cuanto al segundo artículo, publicado el 19 de marzo, poco después de que Zapatero anunciase su intención de participar en los bombardeos de la «coalición», decía literalmente lo siguiente: «Nuestra responsabilidad, la de los pueblos europeo y estadounidense, es la de salir a la calle, no sólo para protestar contra la intervención, no, sino para mandar a Zapatero y a Rajoy, a Sarkozy, a Berlusconi, a Obama y Clinton (y a todos los demás) a hacer compañía a Mubarak y Ben Alí». Arizaleta pasa elegantemente por encima de esas palabras para exigirnos precisamente que las pronunciemos, so pena de condenarnos a las llamas eternas del infierno: «Libia nos muestra», levanta el dedo nuestro Savonarola, «la corrupción y la criminalidad de nuestros gobiernos. Derribarlos se ha convertido en deber humano si no quiere convertirse en sospecha colaboracionista por nuestra parte».

Es verdad que cuando no se pueden derribar aviones, es más fácil tratar de derribar a un ser humano, aunque para ello haya que utilizar las mismas tretas fangosas que reprochamos al enemigo. ¡Cuántas veces Arizaleta ha reprochado con razón al gobierno español que exigiese a la izquierda abertzale la renuncia del demonio y de sus pompas antes de escuchar su voz! ¡Y cuántas veces ha señalado justamente que esa práctica criminalizadora no es más que un expediente inquisitorial para silenciar un discurso político alternativo! Aquí pasa lo mismo que en el País Vasco, pero al revés. Las diferencias políticas entre Arizaleta y yo -sospecho- deben ser muy grandes, pero él prefiere llamarme «colaboracionista» (por muy alto que clame contra la OTAN) antes que afrontarlas; y conminarme al «retracto» (debe querer decir «retractación») antes que pensar en lo que he dicho y tratar de oponer datos y argumentos. Desgraciadamente son bastante frecuentes en estos días de confusión las reacciones más elementalmente paulovianas: salivar y sacar las garras. Analizar siempre entraña angustia e incertidumbre; es mucho más cómodo «cargarse de razón», esa expresión que de manera luminosa Sánchez Ferlosio identificaba con la actitud crispadamente paciente del torpe, pomposo, clerical y cortimirante Oliver Hardy -el «gordo»- ante los disparates del siempre errado e infantil Stan Laurel -«el flaco».

Y si, en último término, Arizaleta no sólo se «cargase de razón» sino además la tuviese contra Santiago Alba Rico y Alma Allende, y nosotros nos retractásemos y expiásemos nuestros pecados y nos azotásemos y caminásemos de hinojos sobre brasas ardientes, ¿qué? Bueno, pues eso: mientras las bombas caen aquí y allá y los pueblos se levantan sin que nosotros comprendamos nada de nada, habríamos resuelto al menos un asuntillo personal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.