Tal vez sabíamos, de un modo inconsciente e instintivo, que ésta iba a ser una época que sería mejor olvidar. Por una u otra razón, hemos terminado la primera década del nuevo milenio sin ponernos de acuerdo sobre cómo denominarla. ¿Los años del doble cero? ¿Los años del doble nada? Lo que sea. (Sí, ya […]
Tal vez sabíamos, de un modo inconsciente e instintivo, que ésta iba a ser una época que sería mejor olvidar. Por una u otra razón, hemos terminado la primera década del nuevo milenio sin ponernos de acuerdo sobre cómo denominarla. ¿Los años del doble cero? ¿Los años del doble nada? Lo que sea. (Sí, ya sé que, en sentido estricto, el milenio no empezó hasta el año 2001. ¿Realmente importa?).
Pero, desde un punto de vista económico, yo propondría que llamásemos a la década pasada el Gran Cero. Ha sido una década en la que no ha pasado nada bueno, y ninguna de las cosas optimistas en las que se suponía que creíamos ha resultado ser cierta.
Ha sido una década con una creación de empleo prácticamente igual a cero. Es cierto que la cifra básica del empleo en diciembre de 2009 será ligeramente superior a la de diciembre de 1999, pero sólo ligeramente. Y de hecho, el empleo en el sector privado ha bajado, la primera década de la que se tiene constancia de que haya sucedido eso.
Ha sido una década de mejoras económicas cero para las familias de a pie. De hecho, hasta en el momento culminante del supuesto «auge de la era de Bush», en 2007, los ingresos familiares medios ajustados según la inflación eran más bajos que en 1999. Y ya saben lo que pasó a continuación.
Ha sido una década de beneficios cero para los propietarios de viviendas, incluso si las compraron pronto: ahora mismo, los precios de la vivienda, ajustados según la inflación, han vuelto aproximadamente al punto en el que estaban al principio de la década. Y en cuanto a los que compraron a mediados de la década -cuando todas las personas serias se burlaban de las advertencias de que los precios de la vivienda no tenían sentido y de que estábamos en medio de una gigantesca burbuja-, bueno, comparto su dolor. Casi una cuarta parte de todas las hipotecas de Estados Unidos y el 45% de las hipotecas de Florida se han ido a pique, y los propietarios deben más de lo que valen sus casas.
Por último, y lo menos importante para la mayoría de los estadounidenses -aunque un gran problema para los planes de pensiones, por no mencionar a las cabezas parlantes de la televisión económica-, ha sido una década de ganancias cero en la Bolsa, incluso sin tener en cuenta la inflación. ¿Recuerdan la excitación cuando el Dow Jones alcanzó por primera vez los 10.000 puntos, y éxitos de ventas como el libro Dow 36.000 predecían que los buenos tiempos se prolongarían indefinidamente? Bueno, eso era allá por 1999. La semana pasada, el mercado cerró a 10.520.
Así que ha habido un montón de nada en cuanto a progreso o éxito económico. Es curioso cómo ha ocurrido. Porque, al principio de la década, había una abrumadora sensación de triunfalismo económico en las instituciones empresariales y políticas de Estados Unidos, la creencia de que sabíamos lo que hacíamos (mejor que cualquiera en el mundo).
Permítanme citar un discurso que Lawrence Summers, el entonces subsecretario del Tesoro (y ahora el economista de más alto rango de la Administración de Obama), dio en 1999. «Si me preguntan por qué tiene éxito el sistema financiero estadounidense», decía, «mi lectura particular del asunto es que no hay ninguna innovación más importante que la de los principios contables generalmente aceptados: significa que cada inversor ve la información presentada sobre una base comparable; que hay disciplina en las directivas de las empresas en cuanto al modo en que controlan sus actividades e informan de ellas». Y proseguía afirmando que hay «un proceso continuo que es el que realmente hace que nuestro mercado de capital funcione, y lo haga con tanta estabilidad».
Así que esto es lo que Summers -y, para ser justos, prácticamente todos los que ocupaban un puesto de responsabilidad política en aquella época- creía en 1999: la contabilidad empresarial en Estados Unidos es honesta; esto permite a los inversores tomar buenas decisiones, y también obliga a las directivas a comportarse de forma responsable, y la consecuencia es un sistema financiero estable y que funciona bien.
¿Qué porcentaje de todo esto ha resultado ser verdad? Cero.
Sin embargo, lo que resulta realmente impresionante de la pasada década es lo poco dispuestos que estamos, como país, a aprender de nuestros errores.
Cuando la burbuja de las punto.com todavía se estaba desinflando, los banqueros e inversores crédulos empezaron a inflar una nueva burbuja con la vivienda. Incluso después de que se revelase que famosas y admiradas empresas como Enron y WorldCom tenían sociedades anónimas Potemkin con fachadas hechas de contabilidad creativa, los analistas e inversores seguían creyéndose las afirmaciones de los bancos respecto a su fortaleza económica y se tragaban las exageraciones sobre inversiones que no comprendían. Incluso después de desencadenar una catástrofe económica mundial y tener que ser rescatados a costa de los contribuyentes, a los banqueros les ha faltado tiempo para volver a la cultura de las primas gigantescas y el apalancamiento excesivo.
Y luego están los políticos. Incluso ahora, es difícil conseguir que los demócratas, incluido el presidente Obama, critiquen sin tapujos las prácticas que nos han metido en el lío en que estamos. Y en cuanto a los republicanos, ahora que sus políticas de bajadas de impuestos y liberalización nos han metido en un atolladero económico, su receta para la recuperación es: bajadas de impuestos y liberalización.
Así que brindémosle una despedida nada cordial al Gran Cero (la década en que no conseguimos nada ni aprendimos nada). ¿Será mejor la próxima década? Permanezcan atentos. Ah, y feliz Año Nuevo.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.