Internet se vendió ante los inocentes ojos de la colectividad como el espacio de libertad, información, ilustración y comunicación que desbordaba todo lo existente. Permitía comunicarse a las personas recluidas en sus recintos de individualidad, sin posibilidades de tomar un principio de protagonismo real en sus respectivas sociedades, saliendo a campo abierto sin limitaciones. Esta […]
Internet se vendió ante los inocentes ojos de la colectividad como el espacio de libertad, información, ilustración y comunicación que desbordaba todo lo existente. Permitía comunicarse a las personas recluidas en sus recintos de individualidad, sin posibilidades de tomar un principio de protagonismo real en sus respectivas sociedades, saliendo a campo abierto sin limitaciones. Esta era la apariencia, a la que seguía la realidad de un negocio comercial cuya pretensión pasaba por no sacar a las masas de su ignorancia ni a los individuos del aislamiento, simplemente se trataba de ampliar el mercado capitalista. Con lo que la libertad y sus virtudes desaparecieron al caer en las redes comerciales del gran mercado. De otro lado, el poder político aprovechó la ocasión para vender sus productos a través de una propaganda más efectiva porque llegaba a todos, incluso permitió estrechar el cerco sobre los gobernados y terminar por destruir el mito de la libertad que vendía la democracia representativa. Internet, en definitiva, pasó a ser la panacea que aliviaba casi todos los problemas de la sociedad.
La realidad es que las masas, sujetas a la propaganda controlada, ahora están entretenidas. No obstante, se les impide participar en el tinglado del poder, mientras sus individualidades pierden buena parte del sentido de lo político, salvo ejerciendo de vez en cuando el derecho a votar, organizar alguna algarabía en desarrollo del derecho de manifestación o asistir a mítines para dejar constancia de que aún subsiste la pregonada libertad negativa de Isaiah Berlin, echando en olvido la libertad positiva. Internet contribuye a desmontar el espíritu de crítico en la visión de la política encerrándolo en debates estériles, reconducidos a imágenes.
El capitalismo, que se encontraba con un mercado en vías de agotamiento, pese a la mundialización del proyecto expansivo, encontró las puertas abiertas para vender. Retomó la faceta dinámica que, según Schumpeter, le ha venido sirviendo de motor. Los momentos precedentes que arrancan con la sociedad de consumo, a la que sigue la globalización, que exporta el modelo de las sociedades avanzadas auspiciado por el avance de la mercadotecnia, topaba con las limitaciones de una publicidad incapaz de llegar generalizada, directa, reiterada y de la manera efectiva a las masas. Ciertamente las modas, en cuanto permitían aportar sentido de modernidad, imponían de manera más cercana a efectos de identidad grupal los cánones marcados, como medios para reactivar el mercado y le daban un respiro.
Con internet y sus asociados -las nuevas tecnologías que sucesivamente van emergiendo de su desarrollo incontenible- la estrategia de marketing ha cambiado, afectada por un nuevo planteamiento de la publicidad. El acceso generalizado de las masas a internet es un proceso calculado por el capitalismo para revitalizar el mercado una vez definido en términos globales. Al igual que en el capitalismo burgués, la concesión por el poder político de los derechos y libertades individuales respondió a una estrategia de mercado, la transformación de una red privada en espacio público estaba dirigida a los mismo fines. Pero hay que desconfiar de los derechos otorgados , porque los verdaderos derechos no se otorgan como concesión graciosa del poder, sino que se conquistan. Los consumidores creen haber conquistado nuevos derechos, concretados en mayores niveles de información, conocimiento y comunicación pero, como sucedió con los otros, todo se reduce a publicidad dirigida al desarrollo del gran mercado. En las redes sociales, patrocinadas por las grandes multinacionales, es posible dar salida a los pensamientos individuales más íntimos, falsearlos, vivir un mundo de ficción e incluso sentir que cada uno existe en la medida que los otros le contemplan. Con ello queda satisfecha la individualidad que lucha por salir del agobio de diluirse en la masa, aunque sea entregándose al grupo. En definitiva el proceso no se conforma en términos de individualidad sino de consumidor, avanzando hacia el consumismo.
Algunas consecuencias saltan a la vista y afectan a los tres implicados.
Quienes ejercen el poder político, encuentran en internet valiosos instrumentos para el desarrollo de sus fines. Entre los más significativos están el control de la ciudadanía, el lavado de cerebro colectivo y campo abierto para la propaganda. En las redes se cuentan los pecados, los delitos, las fantasías y queda constancia de todo, basta con buscar y de ello se ocupa la tecnología, luego se ajustan cuentas con los contestatarios . De manera que la función ordenadora de los ejercientes del poder político se ve facilitada e incluso va más allá, se amplía constantemente el control de la ciudadanía. Se trata de imponer lo convencional, dejando sin espacio a la disidencia. Siempre permanece el dogma, el mandato de lo oficial, pero, como se alienta el debate, la ingenuidad lo pasa por alto. El orden político está asegurado, las pequeñas revoluciones se quedan en las redes, con lo que ya no puede darse el paso hacia lo real.
Las empresas han captado las demandas sociales, las han reconstruido como ideas propias y las desarrollan como negocio. Después, simplemente las azuzan para mantenerlas vivas y continuar produciendo dividendos. La calidad de vida de las personas, sus carencias o necesidades sólo tienen sentido comercial. Se trata de descubrir el valor económico de cuanto les rodea y aprovecharlo. Han construido un modelo de ilustración generalizada dirigido exclusivamente al producto, han mercantilizado la existencia y en especial la cultura, haciéndola pura industria -la industria cultural de Adorno-, en la que todo responde al negocio del dinero. La comunicación, como la otra gran conquista de internet, igualmente se define en términos empresariales, ya sea como construcción en torno a la publicidad de la que derivan dividendos o como cuota a pagar por los usuarios. En definitiva, de altruismo, de ilustración o de perspectiva de desarrollo del conocimiento no hay nada real, porque quedan reducidos a apariencia.
En el terreno de las masas, el individuo pierde su individualidad al ser considerado mercancía en el gran mercado. En un panorama de masas, sólo existe como número. Lo que interesa para internet como negocio empresarial son las masas y concretamente en ellas la suma de individualidades. Sus ilusiones personales son transformadas en productos que se venden como expectativa a través de la publicidad. Sin embargo, pese a ser utilizado, extrae su parte de beneficios, ya que en definitiva el individuo vive según un código de creencias para aliviar la soledad que afecta a la convivencia en la sociedad de masas, eludiendo la evidencia de moverse en un mundo virtual que frecuentemente se desvanece cuando desemboca en lo real. La pesada carga del aburrimiento se alivia provisionalmente al sumergirse en lo convencional creándose necesidades artificiales. El precio a pagar por esta suerte de satisfacción mental es el fin de la individualidad y la entrega al espectáculo, vigente desde Debord.
Como controlador último de esta la situación se encuentra el capitalismo, a través de empresas que dominan el mundo. En definitiva, viendo así las cosas, internet ha permitido crear ese mundo feliz del que casi todos disfrutan, si se vive en el territorio del bienestar. Pero el auge de internet no es el responsable de todo, solamente es el instrumento. A la vista queda ese gran mercado que impera en el mundo de la globalización.
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