Por tercera vez en la semana y desde tres distintos continentes, lo que da idea de su difusión, he recibido por Internet un montaje audiovisual sobre el holocausto titulado ¡Parece imposible! Lejos de mi intención negar el holocausto, tampoco limitarlo, disminuirlo o restarle importancia. Todo lo contrario. Lo que fue el holocausto es algo que […]
Por tercera vez en la semana y desde tres distintos continentes, lo que da idea de su difusión, he recibido por Internet un montaje audiovisual sobre el holocausto titulado ¡Parece imposible!
Lejos de mi intención negar el holocausto, tampoco limitarlo, disminuirlo o restarle importancia. Todo lo contrario. Lo que fue el holocausto es algo que la humanidad no debiera olvidar nunca para evitar, precisamente, su reiteración. A semejantes horrores conduce la ideología que lo provocó.
Pero montajes como el que refiero, tan falaces como tendenciosos, lejos de animar la memoria y el repudio, mueven a la sospecha y a la duda.
Creen los Estados Unidos que el terror comenzó un 11 de septiembre como piensan los judíos que la historia registra un único holocausto pero, antes y después de esos dos hitos, ha conocido el mundo centenares de terribles atentados y holocaustos para los que no hay montajes audiovisuales ni memoria.
Entre ellos, el de un orden económico y social que mata a un niño de hambre o de miseria cada segundo. El holocausto del capitalismo sigue hoy, ahora, incinerando en sus hornos de cremación las vidas y los recursos naturales que se pierden, mientras los medios transmiten calma y confianza en los mercados, y los estados despilfarran el dinero ajeno para prolongar la agonía de los bancos y el sistema.
Aunque sean distintos los uniformes que ayer asesinaban judíos y hoy asesinan palestinos, iraquíes, afganos…los modelos son los mismos y el crimen tiene las mismas causas.
De ahí que no parezca lo más recomendable para iniciar el relato audiovisual obviar las citadas circunstancias y encontrarnos, además, la imponente imagen del general Dwinght Eisenhower ordenando, junto a una pila de cadáveres, «que se tenga el máximo de documentación, que se hagan filmes, que se graben testimonios, porque ha de llegar el día en que algún idiota se va a plantar y decir que el holocausto nunca sucedió».
El hecho de que Eisenhower mostrara tanto interés en que se documentara semejante horror, poca relevancia tiene. Acaso, poco más que un personaje que pasó a la historia por su «Doctrina de Represalias Masivas», la llamada «Doctrina Eisenhower» y cuyo principal argumento para el logro de la paz fue apelar a las armas nucleares.
Que el holocausto sucedió, no importa lo que digan los idiotas, bien lo saben los Estados Unidos que, aún sin acabar la guerra, dio cobijo y empleo a destacados científicos nazis reconvertidos en demócratas un océano más lejos, como lo ha sabido bien la Iglesia Católica que hoy cuenta como santidad a un náufrago vestigio de entonces.
Tampoco fue Eisenhower el único que insistió en el peligro del olvido en referencia al holocausto. Y la nómina de repudios se multiplicaría hasta el infinito si tomáramos en cuenta las condenas a toda clase de holocaustos y guerras, como se reduciría hasta el vacío frente al más simple detector de hipócritas.
Curiosamente, los horrores que, por ejemplo, los Estados Unidos han provocado en Iraq, no deben ser documentados. Ni siquiera se permiten imágenes de los entierros de soldados estadounidenses para que no decaiga el optimismo en la imposible victoria. Mientras en Iraq, actualmente, se esconden los cadáveres y se titulan como accidentes o errores las consecuencias del genocidio, anónimos audiovisuales muestran los cuerpos asesinados, sesenta años antes, de millones de presos de los nazis.
«Seis millones de judíos, 20 millones de rusos, 10 millones de cristianos y sacerdotes católicos, asesinados, masacrados, violados, quemados, muertos de hambre y humillados mientras Alemania y Rusia miraban para otro lado»
Si uno se atiene al inventario de víctimas que el audiovisual recuenta, entre guerra y holocausto, la Segunda Guerra Mundial fue una guerra, obviamente, religiosa. Tantas investigaciones e historiadores como han buscado conexiones económicas, políticas, sociales, para dar con las causas del conflicto y, mira por donde, ahora es que se entera uno de que se trató de un conflicto religioso que, finalmente, dio la victoria, al parecer, a los musulmanes.
Al margen de judíos, cristianos y sacerdotes católicos, sólo rusos perecieron en semejante contienda, y murieron, se sugiere en el montaje, por la complicidad de su gobierno que «miró para otro lado».
Y todo ello, sigue el audiovisual su artero relato, cuando «la población musulmana niega el holocausto» e Irán se perfila como la próxima y principal amenaza para la humanidad.
Yo no voy a molestarme en refutar con argumentos la desvergüenza de semejante libelo. Sería tan absurdo como explicarle a un ciego las ventajas de abrir los ojos. Quien dé credibilidad a tan flagrante patraña o es un iluso o es un delincuente. Pero como bien reconoce el audiovisual, también mi intención al escribir este artículo es que sea leído, por lo menos, por 40 millones de personas en todo el mundo.
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