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El hombre, animal que no aprende de la experiencia

Fuentes: Rebelión

Según los historiadores, la primera idea filosófica del átomo proviene de los pensadores griegos Leucipio y Demócrito. Desde entonces (siglo V a.c.), el conocimiento acerca de la naturaleza del átomo, su constitución y su comportamiento dista mucho de la definición mecanicista de los filósofos helénicos, para quienes el átomo era un elemento corpóreo, invisible e […]

Según los historiadores, la primera idea filosófica del átomo proviene de los pensadores griegos Leucipio y Demócrito. Desde entonces (siglo V a.c.), el conocimiento acerca de la naturaleza del átomo, su constitución y su comportamiento dista mucho de la definición mecanicista de los filósofos helénicos, para quienes el átomo era un elemento corpóreo, invisible e indivisible. Sin embargo, a pesar de los notorios avances científicos relacionados con el estudio de las partículas pequeñas, los investigadores desistieron prácticamente de su intento de definir y describir de una vez por todas lo que es el átomo. Esto se debió, principalmente, al aporte del científico alemán Heisenberg, Premio Nobel de Física 1932, quien en 1927 propuso un nuevo criterio para el estudio de los fenómenos que tienen su origen en el átomo, y en general, para todos los fenómenos físicos. Este criterio conocido como Principio de indeterminación, puede resumirse así: Los resultados que se obtienen de la medición de un fenómeno físico cualquiera, se verán afectados por la intervención misma del observador en el sistema estudiado, de tal manera, que lo que el observador determina es el sistema modificado, y no el sistema, tal como es cuando no se le aplican estos métodos experimentales de medición. Es decir, existe un grado de incertidumbre o indeterminación en los resultados de las observaciones. Este fue uno de los tantos aportes de la mecánica cuántica a las ciencias físicas. Mientras que el determinismo, como corriente en la física clásica, sostenía que conociendo el estado inicial de un sistema físico, era posible conocer el comportamiento del mismo en un instante cualquiera.

Los países industriales continúan empecinados apostando por la explotación de la energía nuclear, a pesar de los frecuentes accidentes nucleares [1] ocurridos en los últimos 54 años, entre los que se destacan por su gravedad, los de Windscale/Inglaterra en 1957(Ines [2] 5), Majak/Rusia en 1957(Ines 6), Saint-Laurent-Des-Eaux/Francia en 1964(Ines 4), Three Mile Island/USA(Ines 5), Tschernobyl/Ucrania en 1986(Ines 7), Vandellos/España 1989(Ines 3), Tokai Mura/Japon en 1999(Ines 4) y Fukushima/Japón en 2011(Ines 5/6/7¿?). Resulta entonces incomprensible para el hombre de a pie, que los políticos de las naciones más poderosas del orbe aseguren de manera cínica y descarada, conociendo los peligros reales que encierra la energía atómica para la humanidad y el medio ambiente, que la energía nuclear es un tema incuestionable, seguro, barato y además, una necesidad de primer orden.

Onírico es el deseo de los ciudadanos del mundo que los países industriales prescindan a corto y mediano plazo de la obtención de energía eléctrica a través de la fusión de átomos de uranio y plutonio. Los políticos británicos, mientras tanto, están de acuerdo en que la catástrofe de Fukushima no detendrá el funcionamiento de las plantas nucleares y Nathalie Kosciusko-Morizet, responsable de la cartera de medioambiente del gobierno francés, ha comentado públicamente, que las plantas nucleares francesas están preparadas para enfrentar catástrofes naturales como los terremotos y ratificado que Francia no puede prescindir de ellas. Por su parte, el gobierno de la República Popular China laborioso e impertérrito continúa construyendo 25 reactores y proyectando para el futuro la construcción de 50 reactores más. Ningún país del mundo industrial está dispuesto a abandonar la energía atómica, ni siquiera el Japón, que tiene una larga y triste experiencia con catástrofes nucleares. ¿Por qué?

Porque la sociedad de consumo globalizada demanda la producción a destajo de bienes de consumo que no son indispensables para satisfacer las necesidades materiales y espirituales del hombre moderno. Como desearía yo, que vivo sobre la falla tectónica del Rin, una zona volcánica conocida por sus temblores, a menos de 20 kilómetros de la planta nuclear francesa de Fessenheim, ubicada a orillas del Rin, en el sur-este francés y a sólo 90 kilómetros en línea recta de la planta nuclear suiza de Leibstadt, también a las orillas del mismo rio, ser tan inocente como para creer los sofismas de la elegante y simpática ministra francesa que la planta nuclear es segura y sismo resistente. La preocupación personal y colectiva es comprensible y la desconfianza popular más que justificada. Pero la realidad es que la economía francesa depende de la producción de energía eléctrica atómica y ese hecho, es mucho más fuerte e importante que el temor de la sociedad civil frente a la probabilidad de una catástrofe de graves dimensiones. Francia, el país europeo con más plantas atómicas, 16 en total y 58 reactores, genera de esta forma, más del 75 % de la energía eléctrica que consume. Suiza con 4 plantas nucleares y 5 reactores produce casi un 40% del total de energía eléctrica. ¿Quién puede asegurar que algo parecido no pueda ocurrir en Europa? ¿Quién puede controlar los embates y la fuerza de la naturaleza? ¿Cuál tecnología es más sana y más segura?

Lo ocurrido en Japón, es una desgracia sin parangón en su historia y al mismo tiempo, otro recordatorio más, que se suma a la larga lista de catástrofes naturales y artificiales que nos ha tocado vivir en los últimos veinticuatro meses. No hay que buscar respuestas metafísicas o esotéricas para explicar los cataclismos que azotan las regiones del gran pacifico. Japón, como todos los países que tienen costa en las aguas del océano pacifico, se encuentra en la zona denominada por los geólogos y sismólogos como el Cinturón de Fuego y se caracteriza por la intensa actividad sísmica y volcánica.

Los japoneses están considerados como los depredadores por excelencia de los siete mares. Como ninguna otra nación pesquera en el mundo, son ellos los culpables directos de la exterminación de la ballena, del saqueo del alga marina en las costas chilenas y de otras especies marinas exóticas, típicas en la cocina extravagante nipona. Ante esta atroz explotación pesquera y marítima, muchas veces somos víctimas inocentes de fantasías y pensamientos tan irracionales y terminamos creyendo que se trata de la venganza de Gaia o de la Pachamama.

Pero no se trata de eso. Las catástrofes naturales como los terremotos, maremotos, tsunamis y erupciones, seguirán azotando a esas regiones, con o sin explotación de los recursos naturales por parte del hombre. Incluso muchas islas del pacifico sur desaparecerán algún día y la topografía del continente americano también se verá afectada en un futuro. Esto es lo que pronostica la geología y la sismología moderna. Ahora bien, la utilización de la energía atómica, ya sea para fines pacíficos o bélicos, es una actividad humana irresponsable e innecesaria. El capital convirtió la revolución industrial en un caballo desbocado, que azuzado por el desarrollo de las ciencias y la tecnología y alimentado por el lucro de la ganancia a toda costa, está llevando a la humanidad entera al despeñadero.

La diferencia entre la bestia cuadrúpeda y el hombre, radica en el hecho que el corcel jamás tropieza con la misma piedra, mientras que el hombre es un animal que no aprende de la experiencia.

¡No más plantas y armas nucleares!

 

En el Blog del autor: http://robiloh.blogspot.com/



[1] Le Monde diplomatique, Atlas de la globalización.

[2] Valor INES: Escala Internacional de Accidentes Nucleares; de 0 a 7(accidente mayor)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.