No hace mucho, una cadena de televisión que no recuerdo emitió un reportaje sobre la bomba atómica. Frente a un gran desierto, en algún lugar de los USA, los militares habían construido un búnker de hormigón, plomo y no sé qué otros materiales. Tras él, se supone que a varios centenares de metros, los mismos […]
No hace mucho, una cadena de televisión que no recuerdo emitió un reportaje sobre la bomba atómica. Frente a un gran desierto, en algún lugar de los USA, los militares habían construido un búnker de hormigón, plomo y no sé qué otros materiales. Tras él, se supone que a varios centenares de metros, los mismos militares habían levantado unas gradas que serían ocupadas por políticos, funcionarios y demás especímenes de la administración yanqui. Su sola protección, además del traje y la corbata, consistía en unas gafas de cristal ahumado. La bomba que ensayaban estalló en un impresionante hongo nuclear que se elevó entre ohes iluminando los rostros sonrientes de un público que se creía, qué cosa es la ingenuidad, testigo de excepción de un evento histórico. Me pregunté, frente a la tele, a cuántos de ellos les sonreiría una Muerte temprana y radiactiva. Supongo que los ensayos nucleares franceses en el Sahara argelino o en el atolón de Mururoa se llevaron a cabo con las mismas precauciones, al menos para el alto mando militar. Pero el caso es que la semana pasada un tribunal galo estableció por primera vez una relación directa entre estos ensayos y las radiaciones al conceder una pensión de invalidez a un militar que participó en aquellas pruebas nucleares. Ayer, otro tribunal francés dictó un veredicto similar y no será de extrañar que se suceda ahora un goteo de decisiones similares, porque en la Asociación de Veteranos hay una larga lista de enfermos de los más diversos tipos de cáncer, sin contar los que ya no pueden contarlo. Y sin hablar de los polinesios y magrebís contaminados, 76.000 según varios informes. Pierre Messmer, ministro de Defensa allá por los sesenta, declaró en diciembre pasado, con un cinismo ultramaquiavélico, que «toda gran obra el arma atómica, claro tiene consecuencias y no todas son excelentes, pero lo que cuenta es el resultado». Ahora que los países discuten sobre la reelección de El Baradei a la cabeza del Organismo Internacional para la Energía Atómica, y ahora que tantos países, desde Irán hasta Israel, pasando por Corea del Norte, Francia o Estados Unidos, se pasan por el periné el tratado de no proliferación de armas nucleares, no sé por qué tengo la sensación de encontrarme sentado en unas gradas, con un trajecito, una corbata y unas gafitas ahumadas, a la espera de un hongo luminoso. Y no será peyote. –