Hace ya mucho tiempo leí una frase de Wilhelm Röpke (1899-1966), un economista alemán de principios de siglo XX, sobre los economistas matemáticos que se me quedó grabada: «son -decía- como esos niños centroeuropeos que en Pascua esconden el huevo y cuando lo encuentran en donde ellos mismos lo habían puesto gritan alborozados, ¡qué bien!, […]
Hace ya mucho tiempo leí una frase de Wilhelm Röpke (1899-1966), un economista alemán de principios de siglo XX, sobre los economistas matemáticos que se me quedó grabada: «son -decía- como esos niños centroeuropeos que en Pascua esconden el huevo y cuando lo encuentran en donde ellos mismos lo habían puesto gritan alborozados, ¡qué bien!, ¡lo encontramos!, ¡por fin lo hemos encontrado!».
He leído muchas críticas sobre el uso de las matemáticas que a la postre solo termina por ocultar el alma social de la economía y por contribuir solamente a que ésta se despreocupe de los problemas reales de los seres humanos pero esta de Röpke me resulta especialmente expresiva. ¡Y es la que mejor viene a cuento hoy Domingo de Pascual!
La fatalidad de las matemáticas aplicadas a la economía es que, en la mayoría de las ocasiones, no se han utilizado ni se utilizan para avanzar en el conocimiento sino para ocultarlo y que no han servido para abrir nuevas vías para la satisfacción de las necesidades humanas sino para justificar ideológicamente un sistema social y económico que la frustra tan generalizadamente.
La mejor prueba de ello es que no se usan las matemáticas que mejor pueden aplicarse a la resolución con realismo de los problemas económicos sino las que procuran mayor abstracción y lejanía de las condiciones en las que realmente nos desenvolvemos los seres humanos. De hecho, cuando se han utilizado para poner en cuestión los modelos ortodoxos y para demostrar la falacia de las construcciones teóricas que le sirven de sustento se han dado de lado.
El otro día traía a colación en esta web a Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), uno los economistas con mejor base matemática del siglo XX (por no decir el que más). Cuando escribía textos más o menos asimilables por la economía ortodoxa era puesto de ejemplo y envidiado («el erudito entre los eruditos, el economista entre los economistas», dijo de él Paul Samuelson) pero cuando empezó a demostrar que la econometría al uso era una burla, que el modelo de competencia perfecta patinaba por todas sus esquinas, que la contabilidad de los recursos a partir de la cual se construía la macroeconomía convencional era una fraude intelectual que dejaba fuera aspectos esenciales de la vida económica, o que la propia base epistemológica de la llamada «ciencia» económica carecía de consistencia teórica… entonces, se le marginó y se dejó de leer. La academia sencillamente lo invisibilizó como hace con todo lo que demuestra sus falacias y las mentiras con la que cubre su aparente cientificidad.
El caso de Georgescu-Roegen es una buena muestra de que las matemáticas son extraordinariamente útiles pero, al mismo tiempo, que no son ni pueden ser la única forma de expresar el razonamiento económico. Y con la invisibilización de este gran economista matemático lo que se demuestra al mismo tiempo es que lo que la academia busca no es el uso de los mejores instrumentos para conocer la realidad de las cosas sino los que les interesan para sus propósitos ideológicos.
Las matemáticas son hoy día seguramente imprescindibles para la investigación, y lo han sido siempre. Pero no es necesario, por ejemplo, que cualquier hecho económico tenga que ser expresado matemáticamente para ser revelado. Al revés, me atrevería a decir que todo fenómeno económico puede ser explicado intuitivamente a cualquier persona que carezca de conocimientos matemáticos y que, además, es eso justamente lo que posiblemente debería hacerse por parte de los economistas para procurar que los ciudadanos conocieran de primera lo que les interesa de la realidad económica. Pero se usan las matemáticas para lo contrario, para velar en lugar de para descubrir, para oscurecer en lugar de para iluminar. Y en la investigación, para desorientar en lugar de para conducir los razonamientos hacia horizontes más útiles.
La mayoría de los economistas matemáticos se dedican solamente a demostrar de la manera más sofisticada posible lo que es evidente. Es decir, convierten a las matemáticas en un objetivo en sí mismo en lugar de utilizarlas como un instrumento para descubrir la verdad.
Mi manual de Economía Política (Pirámide 2005) lo termino con una cita de Wassily Leontieff, otro gran economista matemático pero igualmente crítico con este tipo de uso de las matemáticas por los economistas que es tan demoledora como la de Röpke que comentaba al principio: «páginas y páginas de las revistas profesionales de economía se llenan con fórmulas matemáticas que conducen al lector desde conjuntos de suposiciones enteramente arbitrarias, aunque más o menos plausibles, a conclusiones teóricamente irrelevantes, aunque perfectamente deducidas».
Lo escribió hace más de veinte años pero sigue siendo completamente vigente. Mucho más vigente todavía si se tiene en cuenta que los desastres financieros que estamos viviendo han podido ocurrir precisamente porque un buen número de economistas se han creído a pies juntillas las auténticas tonterías económicas que han servido de base a los modelos utilizados para justificar la plena libertad de los capitales, la desregulación y la asunción sin límite de riesgos financieros solo por el hecho de que venía revestidas de enrevesadas formulaciones matemáticas.
Y lo malo no es que se lo creyeran sino que, por lo que estamos viendo, ni siquiera reaccionan. En las facultades siguen explicando lo mismo y los popes de la academia siguen repitiendo el mismo rosario de siempre con los mismos argumentos que no saben dejar de repetir.
Torres López es catedrático de Economía Aplicada (Universidad de Sevilla). Su página web: http://www.juantorreslopez.com