La elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela y la de Evo Morales a la de Bolivia, junto con la posible de Ollanta Humala en Perú, así como los movimientos indígenas de Ecuador, México y Chile han reanimado la confrontación de los imaginarios europeo y americano. Los «civilizados» medios de comunicación europeos, en […]
La elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela y la de Evo Morales a la de Bolivia, junto con la posible de Ollanta Humala en Perú, así como los movimientos indígenas de Ecuador, México y Chile han reanimado la confrontación de los imaginarios europeo y americano. Los «civilizados» medios de comunicación europeos, en particular los españoles, aplican toda suerte de epítetos despectivos a estos dirigentes, en consonancia con una tradición que dura ya 500 años. Se trata de unas relaciones de conquista y expolio que los pueblos de América Latina han decidido superar tomando en sus manos el destino de sus vidas y de sus riquezas. El eurocentrismo reacciona indignado ante tamaña osadía, alarmado ante la perspectiva de que se le acabe el enriquecimiento de unos pocos a costa del empobrecimiento de los muchos.
De ahí, tal vez, la pertinencia de recodar algunos aspectos del choque de estos imaginarios desde sus orígenes. Este artículo contiene, casi en su totalidad, la ponencia presentada por su autor en Brasil con motivo de su descubrimiento por Alvarez Cabral en 1500. En comparación con los tiempos de la conquista y la posterior sumisión, la diferencia estriba en que los vencidos de antes empiezan a ser los vencedores de hoy
Conocimientos precarios
La llegada de los europeos a América, la exportación de sus técnicas civilizatorias, no se comprende sin comunicaciones precedentes, como la existencia de países y pueblos extraños. Tenía que haber una imagen del mundo en la cabeza antes de que se plasmara cartográficamente y fuese útil para el transporte de personas y mercancías.
Pero esta imagen del mundo no podía ser exacta, por insuficiencia de conocimientos acerca de la tierra. Estaba más bien impregnada de la capacidad intelectual del movimiento cultural europeo.
Hasta que Colón efectuó su primer viaje a América, el mundo terminaba para Europa en el Atlántico, el «mar de las tinieblas», gran devorador de paraísos perdidos y de imperios sumergidos. Pero, como ocurre a menudo, el misterio, la fantasía y el mito incitan a la acción. La antigua leyenda de la Atlántida estimulaba la imaginación de los poetas y de los navegantes ambiciosos y audaces. El libro de Marco Polo mantenía aún vivo su atractivo. Europa vivía por esos años un clima de exaltación, al que contribuyen los libros recién salidos de la imprenta, invento del alemán Gutenberg.
A finales del siglo XV, los signos del tiempo se caracterizan por la confusión y los grandes cambios. La Edad Media deja paulatinamente paso al Renacimiento. Empiezan a configurarse las nacionalidades europeas y se apuntan grandes transformaciones políticas, económicas, culturales y geográficas.
La preocupación esencial de la época es Oriente, región de reinos y riquezas fabulosos, del oro, la seda y las especias, así como del exquisito refinamiento de los placeres terrenales. La caída de Constantinopla en 1453 hizo más complicado el aprovisionamiento de tales materias y encareció su valor. Había que buscar, por tanto, otra ruta. Marineros portugueses y andaluces habían intentado ya, aunque sin éxito, llegar a Oriente por Occidente. Le aseguraron a Colón que allí había islas y un mar de hierbas. Islas que, en una geografía fantástica, herencia de la Antigüedad y del Medioevo, se denominaban Atlántida, Brasil, Antillas, etc.
Cierto, el mar está poblado de islas, que ofrecen al navegante exhausto descanso reparador, agua dulce, mujeres exóticas y otras ensoñaciones. La imagen y el término de «isla» se aplican en los primeros momentos para designar las tierras «nuevas». Más aún, muchas de las utopías se sitúan en islas. El imaginario europeo de aquella época confundiría islas con continentes, y éstos con aquéllas, Así, Alvarez Cabral, que partió con el mismo rumbo que Vasco de Gama, se desvió y arribó por casualidad a una «isla» que llamó Terra da Santa Cruz, el Brasil actual.
Por aquel entonces Europa desconocía la realidad del otro continente: habitantes, fauna, flora, alimentos, etc. El desconocimiento de la realidad y la fantasía indujeron a imágenes deformadas y a visiones utópicas. Así, un error de cálculo de Toscanelli, que había malinterpretado la medida china de longitud, el me, hizo creer a Colón que había descubierto un nuevo atajo al extremo oriental de Asia, y murió convencido de que había llegado a Cipango (Japón), poco menos que a los arrabales de Tokio.
El error de Colón lo corrigió muy pronto el cosmógrafo alemán Waldseemüller, quien, en su Cosmographiae Introductio de 1507, habla ya de un nuevo continente que denomina América, en honor de Amerigo Vespucci. Fue éste quien en 1498 había hablado por primera vez de un «nuevo mundo»
La imaginación europea de aquella época, deseosa de transcender el angustioso topos europeo, sueña con el transtopos, con la utopía. Desde la «Atlántida» de Platón, la «Civitas Dei» de Agustín de Hipona, la «Utopía» de Tomás Moro, la «Civitas Solis» de T. Campanella, y así hasta los socialistas utópicos del XIX, muchas de esas ensoñaciones sociales se sitúan en América[1].
A finales del siglo XV, el imaginario europeo también estaba preocupado por la ubicación del Paraíso. De acuerdo con el Génesis debería estar en un lugar exótico y elevado, al que no llegaran las aguas del Diluvio Universal. En sus cartas y relatos, C. Colón y A. Vespucci, por ejemplo, creen que han llegado a unas tierras que muy bien pudieran ser el Paraíso. Y todos desean huir de la insoportable sociedad europea y llegar al Edén.
La llegada de los europeos a finales del XV y principios del XVI al otro lado del Atlántico supuso para ellos la apertura de una nueva ruta comercial. Es desde esta perspectiva desde la que se puede hablar de «descubrimiento», aunque no fuese exactamente así, ni siquiera para los europeos.
Confusión de términos
La aparición de unas tierras sin delimitar, imprecisas, que nadie sabía cómo denominar, si Paraíso, Cipango (Japón), Indias, Islas, Tierra Firme o Nuevo Mundo, puso en un brete a toda la tradición científica y religiosa de Occidente. En un primer momento, aquello era el extremo oriental de la tierra habitada. Cinco siglos después del llamado «descubrimiento» de América, los moradores de esas tierras se siguen llamando «indios», cuando es bien sabido que la India y sus habitantes están en otro continente.
El propio término de «descubrimiento» fue y sigue siendo inadecuado, por reflejar la visión eurocentrista de los acontecimientos. Cuando los españoles, portugueses e italianos llegaron a América encontraron aquellas tierras pobladas por gentes que tenían que haber venido de alguna parte. Desde la negroide brasileña «Luzia» hasta los españoles y portugueses, el espacio americano fue «descubierto» y colonizado por distintos pueblos.[2]
En todo caso fue un descubrimiento recíproco. Para el antropólogo cubano Fernando Ortiz, lo encontrado no fue en realidad un «nuevo mundo» sino varios mundos nuevos. «Dos mundos que se ignoraban se descubrieron el uno al otro… No fue tan solo un encuentro de hombres diversos, sino el inesperado contacto, abrazo material y espiritual de dos civilizaciones o, como quizá se diría mejor, de dos culturas»[3]. Pero ya se sabe quién llevó la peor parte de este descubrimiento recíproco.
Si se piensa en la ocultación que durante siglos se ha hecho de lo genuinamente americano, de lo que pudiera ser expresión cultural del hombre americano, de la resistencia continuada de los pobladores autóctonos en tierras americanas, desde Enriquillo a Atahualpa, desde Caupolicán a Tupac Amaru, desde Toro Sentado a los habitantes actuales del Quiché y de Chiapas, habría que hablar más bien de «encubrimiento».
Como la conmemoración es tiempo de recuerdo, de des-olvido, de historia para la acción debería hablarse del des-en-cubrimiento[4]. Mas, como bien se sabe, éste es un complejo problema político, económico, cultural, religioso, ecológico.
Estas y otras consideraciones permiten que algunos, como el mexicano O’Gorman, hablen de la «invención de América»[5] . Otros, en fin, tienen en cuenta que Colón buscaba una cosa y tropezó con otra. De ahí que hablen de «tropiezo» o «tropezón»[6].
Lo cierto es que al proyectar sobre las nuevas tierras conquistadas la racionalidad europea se unificó el mundo. Se inventó América porque se cierra el mundo. Recuérdese que Australia no se descubre, se coloniza.
En palabras de F. Ortiz, «la luz de los años que siguieron evidenció la inmensidad del descubrimiento y de su transcendencia….. La historia cambió de rumbo, el mundo fue completado y todo él pudo ir iluminándose por un ecuménico ideal de cultura igualitaria y fraterna»[7].
La discusión terminológica, no exenta de conflictos, ha llevado a que se hable de «encuentro» entre culturas, como se ha dicho más arriba. En el sentido de hallazgo, descubrimiento, el panorama que surgió ante los primeros expedicionarios, ejemplificados aquí en Colón y A. Vespucci, era el de una imagen idílica de aquellas tierras. El agradable clima, la exuberante vegetación y la placentera existencia de sus habitantes llevaron a los recién llegados a creer que habían encontrado un verdadero paraíso. El diario y las cartas de Colón y A. Verpucci no sólo reflejan el asombro y el desconcierto ante tantas maravillas, sino también la imagen de América como refugio para los europeos. América es un paraíso, una naturaleza virgen, con ingenuos habitantes y grandes riquezas, donde el cansado hombre de Europa puede encontrar una nueva residencia. Idea que enlaza con las utopías de Campanella, Moro y Bacon, sí como con la del buen salvaje del siglo XVIII.
Esta imagen del «buen salvaje» procede del espíritu religioso con que los primeros europeos contemplaron a los moradores de América. La cosmogonía bíblica, por un lado, y la vida fácil, adámica, edénica y de base comunista, por otro, los veía como seres sencillos, bucólicos, mansos. Es la imagen del hombre natural, bueno, desnudo de vestidos y de perversidad, el Otro, diferente al hombre occidental corrompido, descontento consigo mismo. Esta imagen, recogida luego por los enciclopedistas del XVIII y, en particular, por Rousseau, nació en América[8].
Asombro recíproco
En el terreno de lo concreto cabe distinguir tres aspectos del asombro y enriquecimiento mutuos como resultado del encuentro y del intercambio de culturas: el de la fauna, el de la flora y el de la alimentación.
Por el lado cristiano, la presencia de tanto animal extraño planteaba un problema teológico. ¿Cómo es que Dios no dejó noticia de esas tierras? ¿De qué compartimento del arca de Noé salen todos esos bichos? San Agustín había embarcado en ella a una pareja de los que se conocían en Europa, Africa y Asia. ¿De dónde proceden entonces los de América? ¿Cómo nombrarlos y describirlos? ¿Cómo representarlos gráficamente para los europeos?
El primero en sospechar de la capacidad del arca de Noé fue el avispado florentino Amerigo Vespucci. En una carta dirigida a Lorenzo de Médici en 1500 dice lo siguiente, «Qué diremos de la cantidad de pájaros y de sus plumajes y colores y cantos, y cuántas especies y de cuánta hermosura: no quiero alargarme en esto porque dudo no ser creído. Quién podrá enumerar la infinidad de los animales silvestres […] y vimos otros tantos animales que creo que dificultosamente tantas especies entrasen en el arca de Noé […]»[9]
¿Cómo reacciona un recién llegado de otro mundo ante tamaña confusión? Pues improvisando, recurriendo a los animales conocidos y mezclando especies para darse a entender. Antes que de hechos espectaculares y heroicos, que los hubo, la crónica de la conquista y colonización de América está fabricada a partir del estupor, la sorpresa, la incredulidad y, como una consecuencia poética de todo ello, de la fantasía.
Se trata de un mundo olvidado de Dios, cuyos habitantes no se sabe bien de dónde salen, de qué parte del Génesis. Su desconocimiento, por parte de los europeos, les hace ver a éstos una flora y una fauna fantásticas: plantas que comen animales, gallinas con lana en vez de plumas, sirenas feas chapoteando en los manglares, perros mudos, caníbales cuya dieta se refleja en su gesto deformado, etc.
Todo es maravilloso y asombroso, como los venados, que no se asustan de los cazadores porque los moradores autóctonos los tenían por dioses y nunca les habían hecho daño. En un primer momento se admira la belleza de las nuevas tierras, que se describen en términos superlativos, hiperbólicos. Su utilidad queda relegada a un segundo plano. Ningún fruto es semejante a los conocidos en Europa. Todos los árboles son olorosos y terapéuticos. La enorme diversidad de aves es de bellísimo plumaje.
Los habitantes van desnudos, tienen cuerpos proporcionados, bien plantados. , Las mujeres son hermosas y limpias. Estas gentes no trabajan, carecen de Iglesia y de Ley, cada uno es señor de sí mismo, viven según la naturaleza. Son más epicúreos que estoicos, reconoce Vespucci. No conocen la propiedad privada sobre las cosas y mucho menos sobre las tierras. Se deleitan pescando. Ofrecen todo lo que tienen, no son comerciantes. En suma, que aquello era el Paraíso, o éste no debía estar muy lejos de allí.
La admiración se extiende también a los trabajos, la artesanía, construcciones, algunos manjares, etc. Se admira, pero no se comprende, porque no se reconoce al Otro plenamente como sujeto. Esta incomprensión subordina el saber al poder, y se utiliza para fines de explotación, para «tomar» del Otro lo que éste tenga de útil[10].
Surgen problemas de comunicación. Ante la ignorancia de la lengua del Otro se exagera el gesto. Pero la mímica no podía solucionar las dificultades de comprensión e intercambio. Para los cristianos europeos, la incomprensión de los «indios» es prueba suficiente de que estaban alejados de Dios y, en consecuencia, se les encadena, se les priva de libertad, por no entender lo que se les leía.
Todo hay que aprenderlo. La gran realidad el mundo nuevo es el hambre. Para alimentarse han de sumergirse en una botánica desconocida y en una fauna que no pocas veces les repugna. Las dificultades del abastecimiento, los frecuentes matrimonios mixtos, etc., obligaron a los recién llegados a vivir en el lugar y adaptarse a los alimentos encontrados. Españoles y portugueses se familiarizaron pronto con los productos locales y establecieron rápidamente un intercambio con los americanos.
Intercambio desigual
En este encuentro desigual América dio la patata, el maíz, los frijoles, el tomate, el pimiento, el chocolate, el cazabe, el pavo, etc. A cambio de todo esto Europa llevó el trigo, el azúcar, la sal, el vinagre, y también el hierro, la pólvora, la rueda, el caballo, el buey, la moneda, el salario, el libro, la esclavitud, Jesucristo, etc. Ambas partes salieron enriquecidas, pero una más que otra.
Desde el punto de vista de la sanidad, los cristianos aportaron, entre otras cosas, la gripe, la malaria, la tosferina y la viruela, causas principales de la terrible mortandad entre los habitantes de América. A cambio se llevaron a Europa toda una variedad de sífilis y de enfermedades gastrointestinales.
Los habitantes del lugar contemplan a los invasores desde una perspectiva enfrentada. Las armas de fuego, los caballos y los perros estremecen y asombran. Tardarán algo en comprender cuál es su papel entre aquellos seres que lo mismo caminan en extrañas casas sobre aguas que formando cuerpo con otro ser. Ellos, que no conocían animales domésticos, no entienden cómo era posible que aquellas fieras que comían hierro y carne se mostrasen dóciles a las órdenes de sus amos, de que sólo les mordiesen a ellos. No había duda de que hombres capaces de tamañas hazañas eran algo divinos y estaban llamados a hacerse obedecer. Caballos y perros contribuyeron a derrotar a los americanos y a facilitar el acceso a nuevos mares[11]. Ya lo dijo Colón: «Son buenos para mandarlos y hacerlos trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester»[12].
Pero encuentro significa también acercamiento mutuo en libertad y con afecto, relación igualitaria entre dos personas, presencia simultánea, fraternal, en un espacio social. Este tipo de encuentro entre los dos mundos, las dos culturas, apenas sobrevivió a la estupefacción y asombro recíprocos del primer viaje. La segunda expedición llevaba ya a religiosos y escribanos (notarios públicos) para convertir a los infieles y tomar posesión legal de sus tierras. Fueron forzados a venerar imágenes distintas a las suyas. Y como no siempre se mostraron dispuestos a ello, surgió rápidamente el «desencuentro», dando así paso a la conquista y colonización, a la violencia física y psíquica.
Choque de imágenes y de culturas
Cuando el encuentro es desigual, cuando uno va con la intención de explotar al otro, el encuentro se traduce en encontronazo, en choque violento, en enfrentamiento, o sea, darse de frente, afrentar, humillar, agraviar.
Desde el lado americano se vive la intrusión (del latín intrudo: meterse violentamente en el interior), la penetración en el mundo del otro, sin derecho ni permiso, o sea, la intromisión. El recién llegado irrumpió agresivo, arrogante, violento. Los moradores americanos vivieron esta intrusión como desconcierto, terror y servidumbre. Un mismo hecho con dos sentidos y dos efectos contrapuestos[13]. Para el cristiano colonizador, una tierra que no figura en la Biblia es del primero que se la encuentra. Por eso se lanzan inmediatamente a su conquista, aunque al principio plantee algunas cuestiones de legitimación. Pero Europa vive en la ilusión de que le pertenecen.
Con la conquista de América empieza a consolidarse la idea de que el hombre es propietario de la naturaleza. Se modifica así la relación con la tierra y con el espacio. Engreído por su superioridad absoluta, y a partir de los siglos XVI y XVII, el europeo se convierte en depredador del espacio, de la naturaleza y de quienes la habitan[14].
Los teólogos le ofrecen una doble coartada para solucionar sus posibles dudas morales: una civil, el Derecho de Gentes; otra religiosa, la evangelización de infieles. Por eso la cruz y la espada van inseparablemente unidas. La Iglesia del siglo XVI «no tuvo carácter humanitario, sino conquistador, rapaz, brutal. Bautizaba y después mandaba al Paraíso con la hoguera y la tizona»[15]. Hubo destacadas excepciones, claro está, como Fray Bartolomé de Las Casas o Fray Bernardino de Sahagún. Pero fueron eso, excepciones.
La expansión espiritual va indisolublemente unida a la conquista material. Los conquistadores dan la religión y se llevan el oro y las riquezas.
Como cultura dominante, el eurocentrismo ha menospreciado las otras culturas y ha destruido las expresiones ajenas. En relación con América, la violencia material y simbólica de los invasores se tradujo en la destrucción del imaginario autóctono, de sus mitologías, sus culturas, sus templos, etc. Y todo ello «para el más efectivo dominio y la más efectiva explotación de las riquezas naturales»[16]. En esto, los conquistadores europeos se comportaron como todos los demás: se destruyen libros y monumentos para erradicar el recuerdo, la memoria histórica, y re-escribir la historia a su manera[17].
Cuando el que se considera superior no entiende el comportamiento del inferior, deduce que su actitud se debe a la vileza y ruindad de su carácter. Se cuestionaba que tuvieran alma. La imagen dominante, e interesadamente propagada, de los «indios» era la de desnudez, de vestidos, de cultura y de moral, o sea, de pecado y desenfreno sexual.
A partir de ese momento se le aplica el látigo y toda clase de epítetos despectivos: bárbaros, viciosos, impíos, siervos de los demonios, violadores de la naturaleza (precisamente a ellos), blasfemos, idólatras, etc. El cristiano europeo considera como un igual al «indio» americano. Pero se trata de un igual malo, pecador y, por tanto, merecedor de castigo[18] . A los 60 años del «descubrimiento», América estaba ya cubierta de cruces, desde el Mississipi hasta el Río de la Plata y el Mapocho, cruces de cementerios y de templos, con sus correspondientes ciudades. Los moradores han quedado diezmados. Un siglo y medio después de la conquista habían desaparecido casi 100 millones de seres humanos. De los 25 millones que había en México en 1500 sólo quedaba un millón en 1600[19].
El poeta chileno Pablo Neruda describe esta situación en su Canto General (1948) con estas palabras:
«El obispo levantó el brazo, quemó en la plaza los libros
en nombre de su Dios pequeño
haciendo humo las viejas hojas gastadas por el tiempo oscuro.
Y el humo no vuelve del cielo».
……………………………………….
«Sólo quedan huesos
rígidamente colocados
en forma de cruz, para mayor
gloria de Dios y de los hombres».
El discurso colonizador
Sí, cristianización implica considerar al otro como igual. Pero si se niega a trabajar de esclavo o a entregar gratuitamente sus riquezas, entonces se le somete por la fuerza, se le reduce a una situación de inferioridad. Esta contradicción se supera mediante el discurso colonizador, mediante la violencia simbólica que acompaña y justifica la física.
Los rasgos distintivos de este discurso son:
Aplicación masiva del terror. Entre las formas aplicadas, todas las cuales condujeron a la rápida disminución de la población, se destacan las siguientes: a) la muerte directa, además de las guerras; b) los malos tratos, sobre todo el ritmo extenuante del trabajo, que redujo la esperanza de vida de un minero, por ejemplo, a 25 años, y la consiguiente baja de natalidad; c) las enfermedades, el choque microbiano producido por la viruela, por ejemplo. «Quemar pólvora contralos paganos equivale a quemar incienso ante el Señor», sentencian algunos frailes.[20]
Justificación de la superioridad propia y de la inferioridad del sometido. Los conquistadores necesitaban justificar, tanto para sí mismos como para su ordenamiento sociopolítico, la explotación y servidumbre de los conquistados. La argumentación discurría en torno a la superioridad de los dominadores y la inferioridad de los dominados. Como es sabido, la tesis de la superioridad de un grupo étnico sobre otro se apoya en la mitología. Aristóteles, por no mencionar a los espartanos, decía ya en su Metafísica que el mito es para convencer al vulgo y para fines legislativos y utilitarios. Los conquistadores y colonizadores de América recurren también a Aristóteles, y no sólo al Evangelio, para defender lo indefendible. Como los griegos, trazan una analogía entre pueblos bárbaros y esclavos. Aplicado este argumento a los pobladores de América, el «indio» ocupa el peldaño más bajo de la escala de valores, por debajo incluso de los pobres. Y eso es así, aducen, porque son diferentes, opuestos. Se razona y se comprende para tomar y destruir. La diferencia se degrada en desigualdad.[21]
Degradación del «indígena», negación de su identidad, de su humanidad. Los barcos que llevan a América animales vuelven cargados de esclavos, produciéndose así una analogía entre indios y bestias. Así, la imagen que se tiene de los indios los sitúa a mitad de camino entre seres humanos y animales. Se contaban historias y mitos y se creía en seres monstruosos. Muy pronto empezaron a circular fábulas de hombres de un solo ojo, con rabo y hocico de perro, que se alimentaban de seres humanos, de mujeres con patas de rana, etc.
Destrucción de su subjetividad y personalidad, estigmatización y ridiculización de todo lo autóctono. En consecuencia, aplicación de categorías deshumanizadoras, como nativos, primitivos, aborígenes, naturales, etc., que remiten a asociaciones de antropoides y no de seres iguales.
Mantenimiento del término «indio» con toda su carga negativa.
Imposición de un nuevo imaginario a través del discurso de un «nuevo orden» superior.
Por último, está también la imagen del indio holgazán. Frailes y cronistas informan constantemente acerca de que los pobladores autóctonos de América se resisten a trabajar para los invasores extranjeros, por lo que deducen que son vagos, e incluso dicen que enferman con el trabajo. Esta actitud de los «indios» no sólo se debía a su falta de codicia, sino que era también consecuencia lógica de las condiciones de explotación y esclavitud a que fueron sometidos. Todos los dominadores han utilizado el discurso difamador contra los insumisos y dominados. En los siglos XVI y XVII se aplicaba esa misma imagen de holgazanes y vagos a los españoles de la península. Luego se utilizaría contra los negros, mexicanos, latinos, etc. Pero la realidad es que rehusaban los trabajos que se les ofrecían por ser los peores y, como afirma F. Ortiz, porque la cosmovisión que dirigía sus actos y su cultura no concordaba con la realidad que se les imponía, desgarrándolos de ella. La holganza no era sino la tendencia natural al menos esfuerzo físico, una reacción contra el sobretrabajo opresivo. Cuando los negros sustituyeron pronto a los indios como esclavos, también se hacían cimarrones, o se evadían del agotador trabajo esclavo mediante el suicidio. Así que la holganza era una especia de huelga de brazos caídos, una huelga biológica contra las leyes del ritmo vital.[22]
Las crónicas enviadas por los primeros conquistadores excitan la imaginación de los que quedaron en casa. Todo el mundo quiere enriquecerse rápidamente. De esa época perdura aún en España la imagen de: hacer las América», o la del sueño americano», tan arraigada en el Norte del continente. Fray Bartolomé de Las Casas describe con la imagen del «hipo del oro» el afán y la avaricia de riquezas de aquellos segundones e hidalgos hambrientos. Esta codicia se refleja en las constantes menciones del oro: «no encontramos oro»; «encontramos, pero muy poco»; «nos dijeron que había oro más lejos»; y así sucesivamente. Por todas las rutas terrestres y fluviales se afanan hombres harapientos, famélicos, los «rostros pálidos», de piel amarilla, color que tal vez se deba a la sed de oro[23]. Esta enloquecida persecución del oro culmina con la leyenda de El Dorado.
El oro de esos primeros años contribuyó de forma decisiva a la acumulación primitiva del incipiente capitalismo en Europa. Pero ese oro, esas riquezas naturales, fueron, y lo son aún, arrancadas violentamente a los pobladores originarios de América. Como ya apuntó W. Benjamin, no hay acto de civilización o de cultura que no sea al mismo tiempo un acto de barbarie.
Esta fiebre del oro se dio también en el Norte del continente tres y cuatro siglos más tarde, tan admirablemente descrita por Chaplin en «La quimera del oro».
Visión de los vencidos
Apenas se ha oído la voz de los vencidos, la de quienes sufrieron la conquista y la destrucción, la colonización y el imperialismo después. Sus protestas y sus imágenes se han acallado y encubierto, aunque las hubo siempre. Al poco tiempo del desembarco inicial ya circulaban por toda América presagios e imágenes de unos hombres barbudos que venían a poseer la tierra.
Los americanos perciben y explican la conquista como un hecho sobrenatural. Así, los incas creen en la naturaleza divina de los invasores, igual que los aztecas y los mayas, aunque éstos hablan también de «extranjeros». La imagen del tiempo de estos últimos es la rueda, o sea, una concepción cíclica, mientras que la cristiana es la flecha, la progresión lineal hacia la felicidad última, hacia la utopía celestial o terrenal.
Los americanos se dan cuenta muy pronto de que los europeos cristianos quieren someter sus tierras y hacerlos trabajar para ellos. Su experiencia les dice que cristiano es sinónimo de embustero, hipócrita, falso. Las crónicas y relatos «indios» los describen como gente mala, que usurpan sus tierras y casas, siembran la discordia y el dolor. La reacción de los conquistados contiene «un dramatismo comparable al de las grandes epopeyas clásicas»[24]. A los invasores que llegan montados en una especie de venados sólo se les ilumina el rostro y se les alegra el corazón cuando se les ofrece oro. Estos salvajes toman el oro de sus dioses y lo funden en barras.
Los vencidos califican a «los hijos del sol», a los conquistadores, de monos, puercos hambrientos, bestezuelas, cobardes. Los libros mayas de Chilam Balam los describen así:
«Llegaron los extranjeros… los bárbaros, los hijos del sol..
¡Ay! ¡Entristeceos, porque llegaron! … Vienen los cobardes… los blancos hijos del cielo… ¡Ay! ¡Entristezcámonos porque vinieron!… los grandes amontonadores de piedras…, los falsos, los opresores de la tierra que estallan fuego al extremo de sus brazos, los embozazos… Será la muerte de los grandes linajes.. Perdida será la ciencia, la sabiduría verdadera.»[25] Y así sucesivamente.
Los conquistados no comprenden las ideas ni el comportamiento de los conquistadores. Las siguientes palabras del cacique Quilalebo pueden resumir la reacción de todos los pobladores originarios de América:
«¿Por qué los españoles nos tienen por tan malos como dicen que somos? Pues en las acciones y en sus tratos se reconoce que son ellos de peores naturales y crueles condiciones, pues a los cautivos los tratan como a perros, los tienen con cormas, con cadenas y grillos, metidos en una mazmorra, y en un continuo trabajo, mal comidos y peor vestidos, y como a caballos los hierran en las caras quemándolos con fuego.
Si acá hiciésemos eso con vosotros… No habemos querido imitaros en esto, por parecernos crueldad terrible y no digna de pechos generosos ni de valientes soldados…
Y el quemarles las caras con hierros ardiendo y otros instrumentos, capitán, ¿por qué lo hacen?…. Nosotros, ¿qué es lo que hacemos? … Defender nuestras tierras, nuestra amada libertad y nuestros hijos y mujeres».[26]
Surge así lo que se ha dado en llamar el «dolor del indio», en cuyas manifestaciones culturales, como la música quechua, por ejemplo, y en sus rostros se quiere percibir «la expresión de un dolor profundo, considerado como típico de la raza, y, por tanto, incurable, …. dolor llamado cósmico».[27] Aparece entonces la soledad, pero no la de un individuo, sino la de los pueblos vencidos, mas no derrotados aún, en todas partes de América.
Abandono del eurocentrismo
La conquista y colonización de las tierras americanas que españoles y portugueses llevaron a cabo en cinco o seis décadas no tiene parangón en la historia. Y, sin embargo, esa epopeya de agresión y resistencia apenas se ha llevado al cine. En comparación con ella, la conquista del Oeste norteamericano lleva ya 100 años produciendo películas y beneficios a Hollywood, alimentando al mismo tiempo el imaginario del mundo entero con ideas falsas de libertad e individualismo. Las 13 colonias de la costa atlántica de los Estados Unidos tardaron 300 años en ponerse en marcha hacia el Oeste. Con whisky, colts, winchesters y enfermedades venéreas exterminaron en 25 años a dos docenas de tribus nómadas y a unos cuantos millones de búfalos, base de su sustento. Y este es el imaginario dominante en lo que se llama cultura occidental.
A este respecto tal vez valga la pena recordar que, en Europa y Asia, los yanquis nunca han llevado a cabo guerras contra un pueblo o una clase social, sino contra personas: Hitler, Sadam, Milosevic. Su propaganda se basa en la personificación y demonización de los dirigentes. En América Latina, en cambio, sí han efectuado guerras coloniales, apoyándose en el famoso lema de Monroe «América para los americanos», del Norte claro está. Ahí están, por ejemplo, las guerras contra México, al que arrebataron más de la mitad de su territorio, contra los países de América Central, el Caribe, etc.
Ell abandono del eurocentrismo parece ser, pues, una demanda justa. Hasta ahora, la versión y el imaginario predominantes del «descubrimiento», conquista y colonización de América han sido los europeos. A los cinco siglos de estos acontecimientos es hora ya de incorporar la versión americana, o mejor dicho, las versiones, dada la diversidad cultural y étnica, el mestizaje, la inmigración, etc., de América. El abandono del eurocentrismo implica también el del concepto de que cultura es sinónimo de cultura occidental. El re-encuentro y el diálogo tienen que suponer el reconocimiento de las diferencias, de las cultura indo y afroamericanas, pues la cultura es universal y no sólo occidental o europea y entre los componentes de la cultura americana hay que tener muy en cuenta el africano, habida cuenta que entre los siglos XVI y XIX llegaron a América, y no voluntariamente, 20 millones de africanos, que aportaron no sólo su fuerza de trabajo barata, sino también valores culturales que, en su mestizaje o pureza, han enriquecido el acervo cultural de América.
[1] Para las utopías de la Antigüedad cf. Günther, R / Müller, R., Suzialutopien der Antike, Leipzig, 1987.
[2] Como se sabe, el primer descubrimiento lo realizaron los pueblos cazadores que desde Asia cruzaron el estrecho de Bering hace más de 40.000 años y se dispersaron por toda América. El 2º descubrimiento, según lo planteó Paul Rivet en 1908, fue el efectuado por los navegantes melanesios a través del Pacífico. Según el brasileño Méndez Correa, hubo un tercer descubrimiento llevado a cabo por los australianos vía Tasmania y a lo largo de la Antártida. El 4º descubrimiento sería el realizado por los vikingos hacia el año 1000 de n. e. Luego vino el de Colón en 1492. Pero existen muchos autores que defienden el descubrimiento de América por egipcios, cartagineses, chinos e incluso los protonautas, que, como Alonso Sánchez de Huelva, descubrieron casualmente América antes de que llegase Colón.
Para Luzia véase la revista Veja, año 32, nº 34, de 25 de agosto de 1999.
[3]Cf. Ortiz, Fernando. Estudios etnosociológicos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 6.
[4] AA.VV.: Nuestra América contra el V centenario. Emancipación e identidad de América, Txalaparta, Tafalla, 1989, p. 84.
[5] Ibídem ,p 187
[7] Ortiz, Fernando. Loc. Cit. P.5.
[8] Ortiz, Fernando. Loc. Cit. p.45.
[9] Vespucio, Americo: Cartas, Anjana ediciones, Madrid, 1983. Pp. 30-31.
[10] Todorov, Tzvetan: La conquista de América, Siglo XXI de España editores, Madrid, 1982, p. 143.
[11] Cf. García Meras, Emilio: Caballo contra jaguar, Kaydeda ediciones, Madrid, 1988.
[12] Colón, Cristóbal: Diario. Relaciones de viajes. Sarpe, Madrid, 1986.
[13] AA.VV.: Nuestra América contra el V centenario. Emancipación e identidad de América, p. 73-87
[14] Zumthor, Paul: La medida del mundo, Cátedra, Madrid, 1993.
[16]Ibídem, p. 37/38
[17] Los ejemplos de quema y destrucción de libros en los tiempos modernos son abundantes, desde la Inquisición hasta Hitler, desde los generales fascistas argentinos hasta la destrucción de los libros de la RDA por parte de las «civilizadas» autoridades de la RFA después de 1989.
[18] A últimos de febrero la Iglesia brasileña ha pedido perdón por los abusos de la evangelización. A mediados de marzo también lo ha hecho el papa de Roma por crímenes parecidos. En 1972, en una visita a la reserva de los Micmacs de Nueva Escocia, Canadá, el autor de este trabajo pudo comprobar personalmente el desprecio que sentía el sacerdote católico encargado de su bienestar espiritual cuando decía de ellos que ni siquiera sabían plantar patatas, como hacía él en su huerto. Pero no se había molestado en enseñarles.
[19] AA.VV.: Nuestra América contra el V centenario. Emancipación e identidad de América: p. 204-206
[20] Todorov, Tzvetan: La conquista de América, p. 162.
[21] Ibídem, p. 137 y 157
[22] Ortiz, Fernando, loc. cit., pp. 44-53.
[23] García Merás, Emilio, loc. cit., p. 13.
[24] Lipschutz, Alejandro: El problema racial en la conquista de América y el mestizaje, Austral, Santiago de Chile, 1962. p. 4
[25] Chilam Balam de Chumayel, edición de Miguel Rivera, Historia 16, Madrid, 1986.
[26] Lipschutz, Alejandro, loc., cit., p. 124
[27] Ibídem, p. 121-122