A finales de mayo del 2011 Ascensión Badiola presentó como aperitivo de un trabajo suyo de más envergadura, el libro: «Cárceles y campos de concentración en Bizkaia (1937-1940)», rompiendo un espeso silencio de medio siglo. Nos recordaba que la actual Universidad de los jesuitas de Deusto se convirtió entre 1937-1940, tras la toma de Bilbao […]
A finales de mayo del 2011 Ascensión Badiola presentó como aperitivo de un trabajo suyo de más envergadura, el libro: «Cárceles y campos de concentración en Bizkaia (1937-1940)», rompiendo un espeso silencio de medio siglo. Nos recordaba que la actual Universidad de los jesuitas de Deusto se convirtió entre 1937-1940, tras la toma de Bilbao por Franco y su putsch, en un gran campo de concentración de 5000 hombres, muriendo dentro de sus muros por lo menos 187 por hambre, enfermedad y abandono.
Hoy, mediante otro libro: «Prisioneros en el campo de concentración de Orduña (1937-1940)», el periodista Joseba Egiguren nos relata el penar de unos 50.000 hombres, encerrados en un campo de concentración y como dice uno de ellos ya en la primera página, Tàrio Rubio, por «luchar contra Franco con la esperanza de lograr un mundo mejor, un mundo más libre. Defendí los valores de la República en una guerra fratricida provocada por los fascistas, que dejó millares de muertos, heridos, exiliados, prisioneros y mucha destrucción. Me cogieron en el frente de Aragón y padecí los rigores de cuatro campos de concentración y siete prisiones, pero Orduña fue el más cruel e inhumano de todos ellos, principalmente por la brutalidad de los guardianes que lo custodiaban. Nos trataron como a bestias «. En realidad los prisioneros estaban al servicio del jefe de campo, que era quien imponía las condiciones de vida. El de Orduña fue El Manco: «Estaba loco. Iba siempre con el garrote en la mano, salía de su oficina furioso, gritando como un energúmeno, insultándonos, y se liaba a golpes con el primero que encontraba en su camino. Desgraciadamente mató a más de uno, a garrotazos. Era la persona más salvaje y despiadada que he conocido en mi vida«.
Nos recuerda el autor, con estilo ágil y escritura limpia, una gran tragedia, ocurrida de nuevo en un recinto jesuítico convertido en infierno, el colegio de los jesuitas de Orduña. «De los 33 campos que existían en agosto de 1938 el de Orduña (Bizkaia) y Deusto (Bilbao) figuraban en cuanto a capacidad en el cuarto lugar, tras los habilitados en León, Santoña y Mérida«. 5000 penados en un recinto de 11000m2, 6.000m2 de patio, 2 metros cuadrados de superficie por individuo. «Es decir, el espacio estrictamente necesario para tumbarse en el interior, y para estar de pie en el patio«.
Y en contra de lo que publicaban los periódicos franquistas, Hierro, La Gaceta del Norte y El Correo, las durísimas condiciones de reclusión, a las que eran sometidos, facilitaron el brote de multitud de enfermedades y el contagio: «En Orduña, cuando estuve yo, había enfermedades respiratorias como los catarros o las neumonías, el tifus y, en general, todas las que puede traer el hambre«. El relato de inmundicia y enfermedad reinante en aquel antro de inhumanidad acongoja; muestra la crueldad de un régimen y unos funcionarios degenerados, convertidos en ignominia, ensayos cercanos a Auschwitz y Mauthausen. Se entiende el silencio, largo y espeso, la destrucción de papeles y documentos, el control y puertas cerradas de archivos, la eliminación de testigos.
«Imposible saber cuál fue la cantidad real de personas que perdieron la vida en el Campo de Concentración de Prisioneros de Orduña«, porque sus muertes no quedaron reflejadas en ningún lugar, «sus víctimas no solían ser inscritas en los registros«. Sin duda que centenares, oficialmente 24. Piénsese en los unos 50.000 muertos de hambre, que pasaron por él, malvestidos, malnutridos, sin mantas, en enero y febrero de 1938 a 12 grados bajo cero: «Las noches se hacían eternas. Entre el frío, los piojos y las chinches no descansabas nada… Dormíamos en el suelo, en una habitación de unos 400m2, sin manta porque no teníamos. Estábamos como sardinas en lata, y nos dábamos calor unos a otros, todos juntos«. La propaganda franquista y sus correos y pelotas se afanaron en difundir que el trato dispensado a los prisioneros de los campos de concentración «más que humano, era lujoso».
Y una acotación de autor sagaz: «en casi todos los casos las entrevistas se han realizado sin la presencia de familiares. Esta circunstancia les ha dado mayor libertad [75 años después] para expresarse y recordar episodios nada gratos de sus vidas… A algunos, por el contrario, les ha supuesto un gran esfuerzo volver la vista atrás y enfrentarse a los fantasmas de su pasado,… no han estado cómodos, se han puesto nerviosos, se han emocionado… Algunos testigos locales han preferido que no aparecieran publicados sus nombres«, repito, y esto 75 años después. «De Orduña nada fue bueno. Trataban a palos a todo el mundo. Fue sólo un mes, pero lo recuerdo con mucho pesar, muy mal. El peor mes de mi vida», cuente uno de ellos.
Un silencio largo, espeso y doloroso de 75 años. Y de nuevo una tragedia de guerra e inhumanidad narrada y revelada por Joseba Egiguren en el 2011. Y de nuevo con el silencio colaborador de jueces de sala y la indiferencia de instituciones y gobiernos.
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