La edición en Internet de USA Today, uno de los periódicos de más vasta difusión en el mundo, incluía en uno de sus últimos ejemplares una inusual noticia, propia para contribuir a las triviales reflexiones veraniegas. Unos ingeniosos ciudadanos estadounidenses, vagamente identificados como «dos padres de Massachusetts», han inventado una mochila antibalas para proteger a […]
La edición en Internet de USA Today, uno de los periódicos de más vasta difusión en el mundo, incluía en uno de sus últimos ejemplares una inusual noticia, propia para contribuir a las triviales reflexiones veraniegas.
Unos ingeniosos ciudadanos estadounidenses, vagamente identificados como «dos padres de Massachusetts», han inventado una mochila antibalas para proteger a sus hijos en el caso de atentados con arma de fuego, como la tristemente famosa masacre de la escuela de Columbine, llevada al cine por Michael Moore (Bowling for Columbine) y que -según los inventores- suscitó su creatividad.
Éstos aducen: «Si el alumno tiene su mochila cerca o debajo del pupitre, la puede coger por las bandas, como si fueran un mango, y convertirla así en escudo protector». Esta mochila, cuyo nombre comercial es My Child’s Pack, se vende por 175 $ (130 €). Se caracteriza por poseer una placa acorazada en su parte posterior. El anuncio indica: «La placa acorazada es similar a la del típico chaleco antibalas utilizado por los militares y la policía… y es tan ligera que un niño puede llevarla formando parte de su mochila del colegio». Se añade que, según los estudios efectuados, «puede proteger contra ciertas amenazas, incluyendo armas de 9 mm».
Hasta aquí, esquemáticamente, la noticia. Pero su sorprendente interés aumenta cuando se leen los comentarios publicados por los lectores, lo que aporta una breve radiografía de la sociedad estadounidense, si bien la muestra es desequilibrada y relativamente pequeña.
El primer aspecto que se advierte es una explosión generalizada de patriotismo contra las pocas voces críticas que se avergüenzan de que en EEUU sea posible hablar sobre tal artilugio, que la opinión mayoritaria en el mundo civilizado tendría por monstruoso.
Frente a quien escribe: «Hay que preguntarse si estamos viviendo en EEUU, la nación más rica y próspera de la Tierra, o en un infernal agujero africano, destrozado por la guerra civil», hay quien responde, orgulloso: «Nuestra Constitución nos da el derecho a defendernos con armas. Y el que no quiera vivir en este país, que se vaya. Nos alegraremos mucho. Que se vaya a uno de esos países perdedores (sic) que carecen de derechos humanos, como en Asia. ¡Dios bendiga a América! (entiéndase:… a EEUU)».
Para apoyar las leyes que protegen la tenencia privada de armas en EEUU, hay un lector que se permite advertir que «la legislación de Hitler sobre armas facilitó la masacre de unos millones de judíos, homosexuales y gitanos…», imaginando, es de suponer, que si todos ellos hubieran estado bien armados no se hubieran dejado apresar por las SS y no hubieran muerto gaseados en los campos de concentración nazis, mostrando así sus hondos conocimientos de la Historia del siglo XX.
Revela bien la mentalidad del estadounidense típico el padre que escribe: «¡Gastarme 175 $ en una mochila…! Mejor es gastar 100 en un revólver para que lo lleve mi hijo a la escuela. Para matarles a ellos antes de que ellos le maten a él». La crítica viene enseguida pero, para sorpresa del lector, por un camino insólito, pues el comentario continúa así: «¡Que país divertido éste!… todo por el dinero». Aunque no indica en qué mercado clandestino de armas de segunda mano podría encontrar un revólver en buen uso por solo 100 $, se deduce que pagar 75 $ de más es lo que realmente molesta al ciudadano en cuestión y no que su hijo deba ir armado al colegio.
Con un sentido algo pesimista de la convivencia escolar, alguien comenta con humor: «¡Qué buena idea! Los matones del colegio atacarán a los niños para quitarles las mochilas de 175 $, en las que podrán guardar los zapatos de baloncesto que han robado a otros alumnos».
Hay quien se preocupa por la legislación antiterrorista: «Si en muchas escuelas se exige ya que las mochilas sean transparentes, ¿cómo se compagina esto con la placa acorazada?». ¿Imagina usted, estimado lector, el día en que se exija a todos los niños llevar mochilas transparentes al colegio? La obsesión por la seguridad estará llegando a los límites de la más increíble paranoia. Bien es verdad que así se justificaría la opinión del que escribe: «En esas condiciones, lo mejor será que los niños estudien en sus propias casas», atizando el deseo permanente de muchos fundamentalistas de diversos orígenes, que desconfían de la educación impartida por los órganos oficiales de enseñanza.
Quizá la apostilla menos desatinada -que podría aplicarse a muchas páginas de los medios españoles- es la que dice: «Cuantos más comentarios leo, más advierto que muy pocas personas tienen siquiera una remota idea de la gramática».
En fin, querido lector, si cuando al regreso de las vacaciones va a comprar el equipo escolar de su hijo y advierte que la mochila le sale por un ojo de la cara y, además, pesa algo más de lo normal, ya sabe lo que tiene entre manos: el último producto del frenesí por la seguridad personal. Eso sí, made in USA en tanto su fabricación no se «deslocalice» a China.
* Alberto Piris. General de Artillería en la Reserva