Escucho en Telesur una entrevista a un diputado venezolano de origen sirio. Ha estado en el frente de batalla y ha regresado hoy a su país. Ha combatido contra los mercenarios, tiene una clara conciencia antiimperialista y por lo tanto internacionalista. Y habla como sólo se puede hablar cuando la verdad atraviesa las palabras. Con […]
Escucho en Telesur una entrevista a un diputado venezolano de origen sirio. Ha estado en el frente de batalla y ha regresado hoy a su país. Ha combatido contra los mercenarios, tiene una clara conciencia antiimperialista y por lo tanto internacionalista. Y habla como sólo se puede hablar cuando la verdad atraviesa las palabras. Con emoción y con hechos. No hay en sus palabras ningún detalle que no sea significativo, ningún concepto general o retórico. Habla con eso que Foucault subraya de los griegos: la parrusía.(1) Tal como se debería escribir o hablar siempre: con una voz capaz de transmitir experiencia, de hacer que la palabra y la experiencia vivida y narrada sean memorables, que produzcan pensamiento y experiencia compartida. Y es lo que este hombre hace al narrar su experiencia, que es al mismo tiempo una lección de narrativa oral.
Pero en el territorio del ruido, en el territorio donde la cultura neoliberal se ha impuesto, esa voz no se oye, no hay voces que nombren la totalidad ni que sean capaces de transmitir una experiencia memorable. Aquí, en la Europa de las altas fronteras, de la complicidad con las guerras coloniales y de la perversión informativa, las palabras parecen enfermas, asustadas y cargadas de demagogia funcional al sistema. Palabras sin actos, sin cuerpo. Discursos «bienpensantes», «correctos» que son como la cueva del topo que cava paredes subterráneas temeroso de sus semejantes, que se le figuran depredadores y peligrosos competidores. Esa es la afectividad y la cultura neoliberal de los «países desarrollados». El ruido cubre la palabra, la información sirve para desinformar, ocultar, mentir y confundir. Se trata de enmarañar detalles insignificantes en tertulias y páginas destinadas a ocultar los crímenes brutales de un sistema que tiene nombre pero no se nombra: capitalismo, y tampoco se nombra el verbo que le es constitucional y constante: robo. La frontera define los silencios necesarios para sostener el sistema de mercado y el statu quo. Adscritas a la ley de la muerte, las palabras aparentan denunciar la situación, pero sólo la justifican. Y hasta los discursos más elementales están contaminados de ese lenguaje que se pierde en el fragmento o en la indiferencia. Ay de las palabras si no sirven para nombrar lo que nos esclaviza y los caminos para romper la esclavitud.
Pero vuelvo a las palabras luminosas del compañero diputado. Decía algo tan brutal como que los campos de refugiados sirios de Turquía y de Jordania, adonde debería llegar el dinero de la ONU – que manda 700 dls. por refugiado- son en realidad cárceles donde la gente muere. No solo no llega el dinero que se quedan los gobiernos de Turquía y Jordania, sino que las familias son rehenes de los mercenarios que se llevan a los jóvenes al frente y los obligan a apoyar a los terroristas-mercenarios porque si no lo hacen, matan a sus familias refugiadas y rehenes de los contras. Hay casi dos millones de refugiados, continúa diciendo y si la Onu paga 700 E. por cada uno, los gobiernos se están embolsando un millón cuatrocientos mil. Cifras atroces, contundentes.
Tamaña perversión sólo evidencia cómo funciona el sistema del robo al que cada cuatro años votamos, mientras aprendemos a callar o a hablar de lo permitido que son sólo los alrededores del ombligo. Y hoy, 4 de octubre del año 2013, en Sevilla ha muerto un joven de veintitrés años de hambre, después de haber sido como dicen los cínicos medios de prensa «trasladado a un albergue y a un hospital donde fue dado de alta» (¡Ay el lenguaje!) lo cierto es que hoy un joven de veintitrés años ha muerto de hambre y no hay literatura que nos salve. Ha muerto despojado de sus derechos elementales -trabajo, techo y salud- por una mafia que tiene nombre y apellido y que circula tranquilamente por las calles y los restaurantes caros y los actos culturales y las revistas de papel cuché que una masa de adictos al sistema devora con la ilusión malsana de ser como, de ingresar al elemento del crimen y compartir el crimen, sin detenerse a pensar que el criminal debería ser juzgado, que es necesario que sea encarcelado y obligado a devolver lo que ha robado y pague sus crímenes. ¿Por qué es impensable hacer un juicio por la muerte de este joven, y de tantos otros muertos a causa de las leyes del sistema que ampara estos crímenes?
Hoy también, doscientos inmigrantes desesperados, perseguidos, hambrientos, se han ahogado en las aguas cercanas a la isla de Lampedusa, -como aquel conde de Lampedusa que escribió aquella novela vuelta película y decía: «que todo cambie para que nada cambie», y que hoy es una tesis central del neoliberalismo, el techo bajo el que crece el crimen cotidiano. Dirán que hay una ley y hay constitución, que en estos territorios hay paz, pero la verdad es que la ley que opera es la ilegalidad de la corrupción, del crimen, del sistema de propiedad sobre el derecho humano, la tortura, la custodia de las fronteras, el negocio de la guerra. Porque los países de esos inmigrantes ahogados, fueron previamente destruidos por las bombas y los negocios de las grandes empresas de USA y Europa.
Y los inmigrantes asesinados, el joven que muere de hambre en la puerta de un hospital, los refugiados-rehenes sirios en Jordania y Turquía, la destrucción brutal de la infraestructura y la vida de los sirios, tienen el mismo sello, es el mismo autor criminal que hoy genera el desabastecimiento y el sabotaje eléctrico en Venezuela, la contaminación de la amazonía ecuatoriana, es el mismo autor que bloquea Cuba, que arma ejércitos terroristas mercenarios, es el autor criminal sólo interesado en ganar y saquear el petróleo y los recursos naturales para alimentar y seguir alimentando la maquinaria depredadora del planeta. Y el autor criminal tiene nombre propio. La lista de empresas y gobiernos que las sostienen existe y es pública.(2)
Todos estos casos y muchos más deben ser tratados como crímenes de guerra, como atentados contra la legalidad internacional, y juzgados por tribunales del pueblo capaces de detener el crimen con las armas de la ley. La ley existe, no hay que inventarla. Hay que nombrarla, ponerla en marcha y hacerla operativa. La demagogia neoliberal sólo contribuye a postergar el juicio a los culpables. En su último discurso en la ONU, el presidente Evo Morales ya lanzó esta propuesta. Habló de la necesidad de crear un tribunal internacional de los pueblos contra los crímenes del imperio. Crímenes que se amparan en la principio de excepcionalidad que Usa puso en marcha en el 2001. Excepcionalidad que es una carta blanca para el crimen.
Los titulares y las tertulias no agregan nada a la voz moralista del Papa que habló de vergüenza. Yo le diría a todos los moralistas avergonzados de un día o dos, que la solución está ahí: exigir que se cumplan las leyes y juzgar a los criminales.
Sí, «la vergüenza es un sentimiento revolucionario» pero sólo en la medida que sirva para transformar esta sociedad que ya parece haber naturalizado los crímenes de lesa humanidad.
¿Es neoliberalismo afectivo, neoliberalismo emotivo, crimen consensuado, abulia y confusión? Si así fuera, si fuéramos esclavos conformes alucinados por las luces y la rapidez de nuestras inocuas comunicaciones, seríamos ya no culpables, sino simplemente imbéciles. Esclavos que concensúan su esclavitud. Hijos del miedo, que la muerte los encuentre confesados, diría el Papa y continuaría con su discurso sobre lo que hay que sentir o no sentir, eso sí: nunca la ira del justo, que sería el camino hacia la exigencia del cumplimiento de la ley.
Por eso, en la lista para el futuro juicio al sistema, agreguemos y no olvidemos:
Pietr Piskozub, veintitrés años, 30 kilos, Sevilla, España. Muerto por hambre.
Doscientos muertos en Lampedusa, a quienes se otorga la nacionalidad del cementerio donde serán enterrados como N.N. Mientras se multa y expulsa a los supervivientes.
Dos millones de refugiados sirios en Jordania y Turquía, muriendo por las condiciones impuestas por el imperio y sus mercenarios.
¡Juicio y castigo a los culpables! ¡Memoria, verdad, justicia!
(1.)De manera más precisa, la parresia es una actividad verbal en la cual un hablante expresa su relación personal a la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar o ayudar a otras personas (tanto como a sí mismo). En parresia, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral. (Foucault-1983, resume el concepto de parresía del Antiguo testamento).
(2.)file:///Users/sararosenberg/Desktop/tribunales de pueblo/corporaciones delito economico/PETRAS : Londres: El mejor refugio para criminales que el dinero puede comprar CONTRAINJERENCIA.html
Fuente original: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2013/10/07/el-juicio-pendiente/