El campesinado ha tenido condiciones para emprender históricamente experiencias autonómicas, y esto en razón de que logra ser autogestionario económicamente, producir fuera de la lógica del capitalismo y estar habilitado para gestionar sus comunidades sin tutelas, creando de ese modo novedades en el registro de la política. Hubo una serie de casos durante el siglo […]
El campesinado ha tenido condiciones para emprender históricamente experiencias autonómicas, y esto en razón de que logra ser autogestionario económicamente, producir fuera de la lógica del capitalismo y estar habilitado para gestionar sus comunidades sin tutelas, creando de ese modo novedades en el registro de la política. Hubo una serie de casos durante el siglo XX por demás interesantes, que rematan, en los comienzos de 1994, con el surgimiento del Movimiento Zapatista en Chiapas. En este último caso, se trata de indígenas campesinos mayas, cuyas comunas como organización social, económica, cultural anteceden al Chiapas rebelde de 1994.
Existen otros dos casos en la primera mitad del siglo XX que están ligados a procesos revolucionarios de izquierda donde ha circulado cierta ideología anarquista de base, no violenta y «constructivista». Paradójicamente, ambas abortan por voluntad de los partidos comunistas bolcheviques y no por el poder capitalista o fascista. Uno es el movimiento makhnovista, paralelo a la Revolución Rusa en Ucrania, y el otro es la experiencia de una comunidad campesina en Aragón de 1936 a 1939, con elementos muy semejantes a los episodios de Barcelona relatados por George Orwell en Homenaje a Catalunya.
El movimiento makhnovista debe su nombre al campesino ucraniano Néstor Makhnó, oriundo de la región de Guliay Polié, líder en la guerra civil desatada después de octubre y merecedor del control de su región por esta razón. Esta coyuntura es aprovechada por los campesinos organizados, muy minoritariamente de ideología anarquista, para iniciar un proceso de profundas transformaciones desde las poblaciones mismas, sin traspasar el poder inmanente e instituyente a representantes partidarios. Se inicia uno de los procesos de autonomía obrera y campesina más interesante del siglo XX. El poder recayó en las «asambleas» o «soviets», como se los denominara al comienzo del proceso revolucionario ruso.
Durante 1917 y 1918, las asambleas de base campesinas deciden 1) desarmar al sector propietario de grandes terratenientes, 2) la abolición de todos sus privilegios y 3) el reparto de esas tierras; se les otorgan según el tamaño de la familia campesina uno o dos pares de caballos y uno o dos pares de vacas, así como aparejos y herramientas de labranzas. Se forman cuatro comunas cercanas en esa región y otras varias en regiones más alejadas; todas se configuran voluntariamente por grupos de parentesco o afinidad. Las asambleas discuten todo, desde las semillas a utilizar hasta la educación que debía impartirse en las comunidades.
Las vicisitudes políticas de esta experiencia con Néstor Makhnó como referente están ampliamente documentadas por autores que fueron sus detractores o entusiastas. Tanto unos como otros muestran cómo va creciendo el disgusto de las autoridades bolcheviques por la falta de subordinación a las órdenes del poder centralizado y cómo terminan aniquilados en 1921 por el Ejército Rojo. Néstor Makhnó partió al exilio en París y escribió en sus memorias un registro claro y conmovedor de la experiencia. Pero en la memoria colectiva de este pueblo perdura hasta hoy la experiencia libertaria que los habilitó a decir «no tuvimos ni el poder subordinante del patrón ni del partido».
Tanto el movimiento makhnovista como la experiencia campesina de base de Aragón mostraron que poblaciones no indígenas, sin contar con la experiencia cercana de vivir en fuertes comunidades, pudieron autoorganizarse y conformarlas.
Mientras tanto, en América latina, durante todo el siglo XX los campesinos indígenas pudieron sobrevivir al capitalismo moderno/colonial arrasador e individualista justamente por la persistencia de la comunidad y procesos autonómicos de distintos niveles. Chiapas, el «neozapatismo», es una caso particular porque demuestra la voluntad de tomar lo mejor de la tradición comunitarista autonómica y los buenos logros de la modernidad, como la lucha contra el patriarcado, establecer formas de democracias directas e ir construyendo lo que se ha denominado «un mundo otro». Los intentos de las asambleas de Ecuador y Bolivia de «estados plurinacionales» o la consigna del «buen vivir» (que circula hasta por nuestro país) reenvían a estas experiencias campesinas autonómicas, tanto las de origen indígena de América latina como a las ocurridas por otras partes del mundo.
Norma Giarracca es socióloga. Titular de Sociología Rural de la FCS-UBA.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-270699-2015-04-17.htm