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Reseña de la película "La mujer que cantaba"

El legado del odio

Fuentes:

Para contrarrestar la abrumadora carga veraniega de los blockbusters hollywoodenses se recurre a veces a la llamada contraprogramación, que se atreve a estrenar algunos títulos no taquilleros por lo menos para ofrecer un respiro a quien no quiera ver películas de superhéroes o personajes animados. La mujer que cantaba, del canadiense Denis Villeneuve, responde precisamente […]

Para contrarrestar la abrumadora carga veraniega de los blockbusters hollywoodenses se recurre a veces a la llamada contraprogramación, que se atreve a estrenar algunos títulos no taquilleros por lo menos para ofrecer un respiro a quien no quiera ver películas de superhéroes o personajes animados.

La mujer que cantaba, del canadiense Denis Villeneuve, responde precisamente a esa necesidad. Es, de hecho, el único estreno reciente en nuestra cartelera susceptible de interesar a espectadores adultos y pensantes.

Basada en la obra teatral de un dramaturgo de moda, el libanés Wajdi Mouawad, la película, titulada originalmente Incendies, refiere más a los efectos devastadores de la guerra que a un talento musical. El denso y amplio texto de la original ha sido admirablemente bien resumido y adaptado por el también guionista Villeneuve en una historia de misterio familiar.

Al morir Nawal Marwan (Lubna Azabal), exiliada en una ciudad canadiense, sus dos hijos adultos y gemelos Jeanne (Mélissa Désormeaux-Poulin) y Simon (Maxim Gaudette) asisten a la lectura de su testamento. Ahí se enteran por primera vez de que tienen un hermano, y de que su padre, al que daban por muerto, sigue vivo. Los gemelos deberán localizar a ambos para entregarles sendas cartas.

Si bien su madre ha sido una figura distante y misteriosa, Jeanne acepta cumplir su última petición, ante un Simon mucho más renuente. De joven, Nawal, cristiana, fue embarazada por un refugiado musulmán, luego asesinado por los hermanos de ella. El niño nace, pero le es despojado. La mujer se propone rastrearlo y recuperarlo.

Así, dos líneas de investigación se desarrollan de manera paralela en diferentes tiempos. Jeanne sigue en algún país de Medio Oriente (Líbano, se supone, pero no se aclara para no dar una connotación precisa) las diferentes etapas de un prolongado martirio en lo que Nawal expone su vida para encontrar a su hijo.

Es de admirar no sólo el sentido de la elipsis de Villeneuve, sino también su sutileza para enfocar los horrores de la guerra. Aunque constantemente hay escenas que, en manos menos sensibles, hubieran dado lugar al tremendismo, el cineasta las resuelve con compasiva discreción. Ejemplar en ese sentido resulta la masacre a cargo de unos falangistas en un autobús lleno de civiles, incluso mujeres y niños, resuelta sin asomo de morbo o sentimentalismo. Villeneuve constata la brutalidad, pero no se detiene en ella. Estas atrocidades, nos dice, son comunes en cualquier guerra.

Asimismo, la película pudo haber caído en la truculencia melodramática por la trágica ironía de unas coincidencias finales, una revelación que cambiará el sentido de la existencia de los personajes. Villeneuve lo describe como el proceso natural de una moderna tragedia griega, como si la mitología edípica se actualizara en el contexto de una insensata guerra religiosa e ideológica donde nadie se salva de sufrir las consecuencias.

Más que un artificial recurso para choquear al espectador, esa imposible revelación final servirá de elocuente metáfora al círculo vicioso de odio y venganza que ha alimentado a La mujer que cantaba. En su cuarto largometraje, Villeneuve ha dado un salto cualitativo a las ligas mayores.

La mujer que cantaba

(Incendies)

D. Denis Villeneuve/ G: Denis Villeneuve, con la colaboración de Valérie Beaugrand-Champagne, basado en la obra Incendies, de Wajdi Mouawad/ M: Grégoire Hetzel/ Ed: Monique Dartonne/ Con: Lubna Azabal, Mélissa Désormeaux-Poulin, Maxim Gaudette, Rémy Girard, Abdelghafour Elaaziz/ P: micro_scope production, TS Productions, Phi Group. Canadá-Francia, 2010.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/08/12/opinion/a10a1esp