I. Veneración y respeto a los héroes y mártires Augusto C. Sandino (18 de mayo de 1895, 21 de febrero de 1934), héroe guerrillero que combatió en Nicaragua contra la intervención militar yanqui de los años veinte e inicios de los treinta del siglo XX, consideraba un deber patriótico el respeto y la veneración a […]
I. Veneración y respeto a los héroes y mártires
Augusto C. Sandino (18 de mayo de 1895, 21 de febrero de 1934), héroe guerrillero que combatió en Nicaragua contra la intervención militar yanqui de los años veinte e inicios de los treinta del siglo XX, consideraba un deber patriótico el respeto y la veneración a los héroes y mártires, juzgando que ello era clave para hacerle frente al invasor yanqui. No fue por albur que estimaba su propia lucha una continuación de la que, en 1912, librara el general Benjamín Zeledón, héroe del Coyotepe y la Barranca , en contra de esas mismas fuerzas (Selser, 1980: 11). «Seríamos indignos -decía- de ser descendientes de quienes lo somos si por cobardes permitiéramos que piratas perversos profanen las tumbas de aquellos héroes» (Sandino, 1989, tomo 2: 164).
Para él la lucha de un pueblo contra sus enemigos, internos o externos, no puede tener propósitos mezquinos y, por eso, refiriéndose a José María Moncada (quien suscribiera el 4 de mayo de 1927 una vergonzante paz que le significó embolsarse la promesa yanqui de la presidencia de la república a partir de 1929) dice: «¿Qué puede esperar el pueblo del hipócrita que se ha servido de la sangre de los héroes para alcanzar prebendas y puestos públicos? El pueblo que lo juzgue» (Ibíd.:166). Y repudiando esa actitud claudicante, anota: «…tiré la mirada hacia atrás y vi la estela de cadáveres de mis compañeros. ¿Cómo podría ser que […] imitara al cobarde de Moncada? ¿No hubiera valido más no haber tomado armas si por miedo las debíamos soltar? Pues no. […] no quisimos dejar de cumplir con lo que antes nos propusimos hasta llevarlo al fin» (Ibíd.:185-186).
Sandino y Moncada son entonces polos opuestos; expresiones de intereses de clase diferentes: la posición del segundo es una manifestación concreta del sentir de los oligarcas que, aunque aborrecen a los pueblos, se sirven de ellos para enriquecerse a su costa; la del primero, por el contrario, refleja los intereses de los oprimidos: para él, la sangre de los patriotas se derrama sólo en aras de hacer realidad las aspiraciones de las grandes mayorías.
La veneración y respeto a los héroes y mártires tenían para Sandino un sentido práctico: imitarlos en la lucha significaba garantizar la soberanía nacional, porque en el combate pasado y presente, en su mantenimiento perenne, descubre la clave para evitar la desaparición de la soberanía de un pueblo. Por ello dice: «Combatir, combatir y sólo combatir, he ahí nuestra única misión, nuestro más alto deber. El sometimiento y la quietud sólo nos pueden acarrear el descrédito y la desaparición como pueblos autónomos» (Ibíd., tomo 2: 107).
II. Poder Nacional Revolucionario
El héroe de las Segovias siempre sostuvo la necesidad de un poder nacional basado en las fuerzas e intereses del pueblo. Su nacionalismo no fue ingenuo; no encerraba la creencia errónea en que no importaba quién gobernara el país con tal que fuese nicaragüense. Mas no hay nada que se aleje tanto de la verdad como esta creencia ya que, como él mismo aclara, percibe la causa de Nicaragua desde sus dos aspectos: «Primero: considerándola, dentro de la nacionalidad Latinoamericana […] y segundo: lo relativo a la política interior del país» (Ibíd.: tomo 1: 390).
Sandino no se confunde en modo alguno: sabe que los intereses de los oprimidos son contrapuestos a los de los opresores. Y sólo en la medida en que se comprenda el carácter antagónico de las relaciones establecidas entre clases opuestas, se puede garantizar el triunfo de la causa antiimperialista (Ibíd., tomo 2: 71). De esta suerte, el objetivo estratégico que tuvo siempre en mente consistió en que el pueblo tomara «las Riendas del Poder Nacional». Previamente, sin embargo, debía lograrse la expulsión del invasor yanqui del suelo patrio, lo que planteaba ya la hegemonía popular en la conducción de la lucha. Al respecto anotaba: «…los dirigentes políticos conservadores y liberales […] son una bola de canallas, cobardes y traidores incapaces de […] dirigir a un pueblo tan patriota y tan valeroso como el nuestro». Por ello, agrega, las fuerzas populares debieron improvisar a sus propios jefes (Ibíd., tomo 1: 79).
De que su propósito final consistía en derribar el poder de los opresores dan testimonio muchos de sus escritos. A manera de ilustración, leamos el siguiente: «Los despechados dicen que Sandino y su ejército son bandidos […] quiere decir que antes de dos años Nicaragua estará convertida en un país de bandidos, supuesto que antes […] nuestro ejército habrá tomado las riendas del Poder Nacional, para mejor suerte de Nicaragua…» (Ibíd.: 80).
A su vez, Carlos Fonseca, su indiscutible continuador, llamaba a que la lucha contra la dictadura militar somocista, como expresión real de los intereses del imperio y de los opresores locales, estuviera hegemonizada por el FSLN, y no por los opositores burgueses. Hacia ver que, ante el crecimiento del movimiento revolucionario, dichas fuerzas echarían a andar sus maniobras a fin de arrebatarle al pueblo la victoria de las manos. En consecuencia, ante los revolucionarios se debían trazar dos grandes tareas: 1) derrocar a la dictadura militar somocista y 2) garantizar el triunfo definitivo de la nación oprimida sobre las fuerzas explotadoras (Fonseca, 1982; tomo 1: 93-94).
III. Democracia
Cuando el 4 de mayo de 1927 José María Moncada pactó con Henry L. Stimson (representante del imperio en Nicaragua), poniéndose así fin a la Guerra Constitucionalista de 1926-1927), Sandino expresó que sentía un profundo desprecio hacia él puesto que, con su traición, había frustrado las esperanzas del pueblo de ser libre (Sandino, 1989; tomo 1: 98). Todo porque lo que hacía, pensaba y sentía el líder guerrillero se orientaba a la defensa de los intereses de los oprimidos en contra de los sustentados por las minorías explotadoras, lo cual no asombra para nada: al héroe le tocó compartir su suerte con la absoluta mayoría de los nicaragüenses, que soportaban una vida llena de privaciones y de grandes sufrimientos, a causa de que la nación en que nacieron y vivían le pertenecía a los oligarcas y, sobretodo, a los banqueros yanquis. Sandino es del pueblo y, por ello, comprende su protesta. Por lo mismo, expresa que su mayor honra es haber surgido del seno de los oprimidos (Ibíd.: 117). Eso motiva que todo su ser se vuelque contra el hambre y la miseria en que éstos viven a causa de la doble explotación a la que se ven sometidos: la de los capitalistas nacionales y la de los capitalistas yanquis (Ibíd., tomo 2: 69). Así proclama que, con su espada, defenderá el decoro nacional y dará redención a los oprimidos (Ibíd., tomo 1: 119).
De esta suerte, para Sandino defender la soberanía nacional significaba combatir lo que representaba para el país la presencia militar de los marinos yanquis en su suelo; propiamente, que estas fuerzas foráneas hacían posible la explotación despiadada del pueblo y el saqueo indiscriminado de sus riquezas. De esta forma, estimaba que la causa principal del atraso material que reinaba en la nación y de los obstáculos, por ejemplo, para construir ferrocarriles (que enlazaran estrechamente a todas sus regiones) y escuelas (en las que los trabajadores tuvieran la posibilidad de librarse de la ignorancia), residía en el dominio que el imperio yanqui ejercía sobre Nicaragua. Ese dominio impedía fomentar el desarrollo de la industria y el comercio (Ibíd. tomo 1: 120; tomo 2: 46), porque, aparte de las riquezas naturales, estaba posesionado, prácticamente, de todas las entradas del Estado: bancos, aduanas, ferrocarriles, etc. Eran, pues, los banqueros de Wall Street los verdaderos dueños de Nicaragua. Y la principal base de apoyo de ese dominio sobre el país eran los capitalistas locales. Ellos eran -acota Sandino- «los primeros y directamente responsables de cuanto ha venido pasando en Nicaragua», porque ellos trajeron a los mercenarios yanquis al territorio nacional (Ibíd., tomo 2: 200).
Mas si estaba decidido a tomar el poder no era para entregarlo a cualquiera que hiciera uso del mismo como conviniera a sus intereses personales, sino para «proceder a la organización de grandes cooperativas de obreros y campesinos nicaragüenses», de modo que las riquezas naturales se explotaran en provecho de las grandes mayorías (Ibíd.: 245). En la misma línea, contemplaba como derecho de los trabajadores el control militar del país y el desalojo del poder a cualquier gobierno que incumpliera con sus responsabilidades ante toda la sociedad (Ibíd.: 252-253). Con relación a la tierra, estimaba que debía ser del Estado a fin de que fuera trabajada colectivamente (Ibíd.: 294-295).
En un plano más profundo de la comprensión de las cosas, sus escritos evidencian que, para él, la causa fundamental de la explotación del hombre por el hombre descansaba en el hecho real de que unos cuantos hombres eran los dueños de los medios de subsistencia. Así, por ejemplo, se observa en la siguiente declaración: «La tierra produce todo lo necesario para la alegría y comodidades del género humano, pero […] por largos millones de siglos, la injusticia se enseñoreó sobre la tierra y las grandes existencias de lo necesario para la vida del género humano, han estado en manos de unos pocos señores, y la gran mayoría de los pueblos, careciendo hasta de lo indispensable, y quizás, hasta se han muerto de hambre, después de haber producido con su sudor lo que otros derrochan con francachela. Pero ya habrá justicia y la guerra de los opresores de pueblos libres será matada por la guerra de libertadores y después habrá justicia y como consecuencia habrá paz, sobre la tierra» (Ibíd.: 147).
Como puede apreciarse, para Sandino la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación era la causa de la injusticia reinante entre los hombres y de la lucha de clases.
IV. Antiimperialismo
Para comprender en su plena dimensión las ideas de Sandino, resulta importante estudiar su antiimperialismo. Debe partirse de que éste, al igual que su nacionalismo y su internacionalismo, guarda una estrecha relación orgánica con los intereses de clase que él representaba: los del pueblo trabajador. Conviene, pues, estar claros de esto porque ello permite afirmar, con entera libertad, que su antiimperialismo no se reducía a la mera expulsión de los marinos yanquis de Nicaragua; trascendía este objetivo; entrañaba mucho más que eso. El antiimperialismo suyo, era integral, se contraponía a todas las formas de explotación impuestas desde afuera y, en ese mismo grado, a la que se ejercía directamente por las clases opresoras criollas.
No obstante, Sandino comprendía que, en el momento en que a él le correspondió encabezar la lucha del pueblo nicaragüense contra la intervención yanqui, se hacía necesario contemplar esa lucha desde una óptica nacional. Significa que, aunque su objetivo final halla sido la destrucción del poder de los opresores en general, se planteaba la Unidad Nacional más amplia posible para hacerle frente al enemigo fundamental de los pueblos: el imperio yanqui y, sobre todo, a la forma en que dicho dominio se realizaba en Nicaragua; es decir, al régimen de ocupación militar del país por parte de los marinos estadounidenses.
Su proposición de un frente único debía involucrar a obreros, campesinos, comerciantes, industriales, «es decir a todos los elementos cuyos intereses vitales son contrarios a los intereses imperialistas para que, pasando sobre sus divergencias particulares se unifiquen, formando un sólo ejército, con un mismo programa, una misma táctica, un objetivo común y una misma disciplina» (Ibíd., tomo 2: 26).
Puede constatarse sobre la base de lo expuesto, que su antiimperialismo no era extremista, sino realista, apreciaba con claridad el momento histórico. Quiere significarse que, aunque Sandino reconocía la existencia de divergencias entre los diversos sectores que rechazaban, en mayor o menor grado, el dominio imperial en suelo patrio, insistía en que la unificación de estas fuerzas en un frente único constituía una necesidad de la lucha antiintervencionista. Dicha necesidad se planteaba a fin de «que los enemigos de la libertad de Nicaragua y el continente no continúen haciendo la confusión mental, de las diferentes clases sociales que deben luchar contra el imperialismo haciéndonos aparecer como radicales en los momentos en que la lucha debemos llevarla en forma de frente único…» (Ibíd.: 31).
Esta política flexible que Sandino acaba de definir, permitió al Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua (EDSNN) lograr el apoyo de distintos sectores del pueblo influenciados por el liberalismo pero que, tras la traición del Espino Negro del 4 de mayo de 1927, comenzaron a ver en Moncada a un traidor: «… hemos logrado con nuestra actitud -escribía- reorientar la lucha nacionalista por el Partido Liberal» porque «el liberalismo reúne en su seno distintas capas sociales y si en estos momentos hacemos diferenciaciones entre esas capas solamente iremos contra la lógica en nuestro perjuicio» (Ibíd.).
La lucha que Sandino encabezó contra la intervención yanqui culminó el primero de febrero de 1933, con la expulsión de esa fuerza foránea. El dominio de EEUU sufrió un gran golpe, pero aún no concluía. En sustitución de los marinos quedó la Guardia Nacional. Y en la administración de los asuntos internos de Nicaragua, la base del apoyo local del imperio yanqui: liberales y conservadores. Sin embargo, el pueblo no comprendió de inmediato la persistencia de estos intereses externos en suelo patrio; situación que hizo desfavorable la continuación de la lucha armada.
Sandino percibió claramente esas nuevas condiciones; rápidamente captó que la elección del liberal Juan Bautista Sacasa como presidente fue una maniobra imperialista tendiente a evitar que la salida de los marinos yanquis provocara manifestaciones desbordantes. Dada la popularidad de que gozaba el personaje electo, dicha maniobra surtió el efecto esperado. Esta popularidad, prácticamente, obligó A Sandino a variar las condiciones de paz que inicialmente le hiciera a Sacasa (Ibíd. 340). Las partes conducentes de estas condiciones fueron: 1) conocer el programa político de Sacasa, tanto para convencerse de que, en efecto, prescindiría de toda intromisión extraña en los asuntos internos de Nicaragua; como para determinar los propósitos de su gobierno en relación con la Guardia Nacional ; 2) mantener el control militar del país para garantizar el orden interior y «repeler cualquier agresión que quisiera hacérsele al Gobierno constituido de Nicaragua» (Ibíd.: Protocolo de Paz: 269-271).
No obstante, al firmarse el Convenio de Paz del 2 de febrero de 1933, quedó establecido el desarme gradual del EDSNN que Sandino creara y comandara (Ibíd. Convenio de Paz: 278-280). Pero más que disposición de acatar los acuerdos del convenio, esto constituía un compromiso que el héroe nunca tuvo en mente realizar. Se trataba de algo que sus tropas se vieron obligadas a aceptar para evitar el desencadenamiento inmediato de una guerra civil que, en esos momentos, solo hubiera servido para justificar el retorno de los marinos yanquis, máxime cuando el pueblo no estaba claro de lo que ahora ocurría en el país: «Soy independiente del Gobierno -expresa en una carta- y la paz se firmó para evitar el regreso de la intervención armada, que apenas estaba detrás de la puerta, esperando regresar antes de un año, porque se imaginaron que continuaríamos la guerra entre nosotros mismos […] Ese es el secreto por el cual no salgo del Norte para estar pendiente de todos los momentos en que se presente la oportunidad de restaurar también nuestra independencia política y económica» (Ibíd.: 328).
Si de esta forma se demuestra que su lucha no culminaba por el sólo hecho de haberse retirado los marinos yanquis, otra carta suya explica con profusión los motivos que lo llevaron a firmar la paz: Desaparecida, aparentemente, la intervención armada contra Nicaragua, «los ánimos se enfriaban, porque la intervención política y económica el pueblo la sufre, no la mira y lo peor, no la cree, y esa situación nos colocaba en condiciones difíciles, mientras tanto el Gobierno se preparaba para recibir un empréstito de varios millones de dólares y reventarnos la madre a balazos y afianzar más fuerte la intervención política, económica y militar del país, y con haber sido ese Gobierno electo por los liberales, principalmente de León, nuestras filas tenían que minorarse, aunque por otra estábamos agotados en recursos económicos y bélicos y por todo lo dicho habríamos tenido un fracaso…» Luego agrega que las tropas del EDSNN se vieron impedidas de replegarse tácticamente a Centro América, dado que la convulsionada situación de los países que la integran implicaba un serio peligro para los patriotas que allí llegaban (Ibíd.: 331).
Con todos los inconvenientes que la paz de 1933 pudo implicar para los patriotas sandinistas, conviene señalar que Anastasio Somoza García miraba en ella un claro peligro para la existencia de la Guardia Nacional que él, por mandato yanqui, encabezaba: «La paz estaba acordada en el papel, pero no en el alma de los nicaragüenses -escribe-, que contemplaban el rifle homicida en las manos de los viejos soldados de Sandino, autorizados ahora, por un convenio que pudo llevar a Nicaragua a las mayores desgracias…» Y concluye así: «El calvario de las Segovias continuó, ahora legalizado por los dos partidos históricos» (Somoza, 1976:454-455).
En síntesis, si al momento de la intervención militar yanqui el principal objetivo de Sandino consistía en lograr la expulsión del invasor, tras alcanzarse este objetivo, se planteó la liquidación del poder libero-conservador y del instrumento fundamental con que el imperio y sus lacayos garantizaban su dominación: la Guardia Nacional , sustituta de los marinos yanquis en Nicaragua. Esta era la forma trazada por el héroe para alcanzar la redención de los oprimidos, pero las circunstancias históricas no le permitieron llevar a feliz término su lucha: murió asesinado por órdenes yanquis el 21 de febrero de 1934.
V. Internacionalismo
Su internacionalismo no se contraponía, en ningún sentido, a su nacionalismo. La razón de ello estriba en que él héroe era nacionalista porque se oponía a cualquier injerencia extraña en los asuntos internos de Nicaragua, ya que ello atentaba contra los intereses del pueblo nicaragüense, le despojaba de sus riquezas, lo explotaba inhumanamente y lo obligaba, por la fuerza de las armas, a aceptar este orden injusto de cosas*. Pero el imperio no sólo atenta contra Nicaragua, lo hace también contra todos los países de la tierra en los que encuentra condiciones para imponer o fortalecer su dominio. Esta realidad plantea como necesidad contemplar la lucha antiimperialista de un pueblo únicamente como episodio de la que libran los demás pueblos contra el mismo enemigo, tal como Sandino la entendía. Plantea, por tanto, la fraternidad y apoyo mutuo entre los pueblos, puesto que el imperio es considerablemente más poderoso que cualquier pueblo por separado; mas nunca supera la fuerza conjunta de los pueblos, la de las fuerzas democráticas y revolucionarias del mundo entero.
Si los patriotas sandinistas lograron la expulsión del invasor fue porque la lucha armada que en contra de éste libraron gozó del apoyo solidario de los pueblos. Lo mismo puede afirmarse en torno al Triunfo Popular alcanzado el 19 de Julio de 1979: el pueblo derrocó a la dictadura militar somocista gracias, en primer lugar, a su heroica lucha, librada durante más de 50 años. Sin embargo, sin el apoyo de otros pueblos, sin el aislamiento internacional de la dictadura, por su política entreguista y antipopular; y sin la denuncia que muchos gobiernos -sobre todo el cubano- hicieron de los planes de intervención para conservar al somocismo, la lucha del pueblo nicaragüense se hubiera visto aislada y, por ello, frustrada.
Veamos cómo Sandino entendía el internacionalismo: en primer lugar, debemos anotar que el planteamiento de Frente único, lo hacía extensivo a todos los pueblos y gobiernos latinoamericanos. » La América Latina -decía- unida, se salvará, desunida, perecerá». Y llamaba a luchar por esa unificación como medio «para asegurar la verdadera independencia de nuestros pueblos…» (Ibíd., tomo 1: 261). «Ustedes -increpaba a los gobernantes latinoamericanos de esa época- están en la obligación de hacer comprender al pueblo de América Latina que entre nosotros no deben existir fronteras, y todos estamos en el deber preciso de preocuparnos por la suerte de cada uno de los pueblos de la América Hispana , porque todos estamos corriendo la misma suerte ante la política colonizadora y absorbente de los imperialistas yanques» (Ibíd.: 270-271). Advertía que los imperialistas no se contentarían sino hasta haber conquistado a toda América Latina y agregaba: «Es verdad que el Brasil, Venezuela y el Perú no tienen problemas de intervención […] pero, si esos gobiernos tuvieran más conciencia de su responsabilidad histórica no esperarían que la conquista hiciera sus estragos, en su propio suelo y acudirían a la defensa de un pueblo hermano…» (Ibíd. 278)
Por último, concluía que es a los pueblos a los que, en última instancia, corresponde detener el avance del imperio. Con ello, quería significar que cuando los gobiernos no obedecen al mandato de sus pueblos; cuando se convierten en cómplices de la intervención extranjera y colocan en manos ajenas las riquezas naturales de los países que dirigen, los pueblos deben comenzar por darse «a respetar en su propia casa, y no permitir que déspotas sanguinarios como Juan Vicente Gómez y degenerados como Leguía, Machado y otros, nos ridiculicen ante el mundo…» (Ibíd.) En relación con la lucha de los patriotas nicaragüenses, expresaba: «… nuestra acción libertadora en Nicaragua, solamente es un episodio de la acción conjunta que habrá de emprender el pueblo de este continente contra el imperialismo yanque» (Ibíd., tomo 1: 357). Pero su Latinoamericanismo era sólo parte integral de su internacionalismo; su lucha la concibe, por tanto, de carácter universal, no asombra que dijera: «…si en los actuales momentos históricos nuestra lucha es nacional y racial, ella devendrá internacional conforme se unifiquen los pueblos coloniales y semicoloniales con los pueblos de las metrópolis imperialistas» (Fonseca, 1982; tomo II: 182).
* Nota: Hablando en términos comparativos, la comprensión del nacionalismo por parte de Sandino coincide en lo esencial con la que, en el resto de América Latina, han sostenido revolucionarios de distintos momentos históricos. Para Omar Torrijos, por ejemplo, el nacionalismo panameño no debía definirse como odio a otra nación; sino como rechazo al imperialismo colonial. Al respecto acotaba: «Por eso los árabes, los hindúes, los africanos, cualquier hispano-americano, puede ser nacionalista panameño». No extraña que hablara de que se había logrado que dentro del nacionalismo panameño militaran «muchas naciones» o que expresara: «Nuestro problema es tan sueco como japonés, tan judío como árabe, tan norteamericano como panameño […] nuestro nacionalismo es internacional». (Moncada, M.).
Bibliografía:
Fonseca, Carlos. Obras. Tomo I. Bajo la Bandera del Sandinismo. Editorial Nueva Nicaragua, 1982.
Fonseca, Carlos. Obras. Tomo II. Viva Sandino. Editorial Nueva Nicaragua, 1982.
Moncada, Manuel. «Omar Torrijos: patriota y pensador panameño». Portal Alba. http://www.alternativabolivariana.org/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=425
Sandino, Augusto C.: El Pensamiento Vivo. Tomo I. Editorial Nueva Nicaragua, Managua 1989.
Sandino, Augusto C. El Pensamiento Vivo. Tomo II. Editorial Nueva Nicaragua, Managua 1989.
Selser, Gregorio: «Zeledón y Sandino». Boletín del Archivo General de la Nación , Managua, Nicaragua 1980.
Somoza, A. El Verdadero Sandino o El Calvario de las Segovias. 2da. Edición Edit. y Lito. «San José», S.A. Managua, Nic. C.A. 1976.