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El liberalismo a contrapelo

Fuentes: La Jornada

Para los (neo)liberales el remedio a la crisis es más de lo mismo: menos estado, más recortes y menos privilegios sociales. En su visión -y en un intento de profundizar el modelo- el futuro del capitalismo no será el retorno al Estado, sino más liberalismo. Como al heredero de lo mejor en él –la libertad […]

Para los (neo)liberales el remedio a la crisis es más de lo mismo: menos estado, más recortes y menos privilegios sociales. En su visión -y en un intento de profundizar el modelo- el futuro del capitalismo no será el retorno al Estado, sino más liberalismo.

Como al heredero de lo mejor en él –la libertad individual y el rechazo al crecimiento del Estado– apuntan al Tea Party, un continuador del potencial ciudadano y de la democracia genuina, que tanto en su tiempo alababa el liberal francés Alexis de Tocqueville.

Esto contrasta tanto con el presente -el Tea Party es construido desde arriba y representa los intereses del capital (véanse los estudios de Anthony DiMaggio)- como con la historia del liberalismo en lo que se refiere a la libertad individual o la democracia.

Para verlo, hay que salir del discurso liberal hegemónico desde los finales del siglo XVIII.

Este fue el propósito de Domenico Losurdo, un filosofo italiano, quien en su libro Liberalism: a counter-history (Verso, Londres, 2011), leyendo directamente a los clásicos como John Locke, Edmund Burke, John Stuart Mill, Adam Smith, Thomas Jefferson o De Tocqueville, va a contrapelo de la hagiografía dominante.

El liberalismo es ambiguo: hoy abarca ideas desde la libertad del individuo frente al Estado, defensa de la propiedad privada y las virtudes del laissez-faire, hasta democracia, tolerancia y los derechos humanos e incluso el estado de bienestar.

Pero como subraya Losurdo, nació como una ideología de la clase capitalista emergente, por lo que es útil verlo como una dialéctica de emancipación (que la llevó al poder) y des-emancipación (que garantizaba su dominación).

Su beneficiaro era hombre blanco, propietario, latifundista y/o dueño de los esclavos. ¿Entonces quién representó mejor la libertad individual?, pregunta el autor. ¿Toussaint L’Ouverture, que lideró la rebelión antiesclavista en Haití, o Locke, Mill o Burke, enemigos de la esclavitud política (la monarquía), pero defensores de la esclavitud real, un bien positivo a que la civilización no podía renunciar?

La libertad de los libres siempre estuvo basada en la opresión de los oprimidos, sectores excluidos del código del liberalismo, subraya Losurdo, ya que éste carecía de una idea universal del hombre y de la igualdad.

El auge de los estados liberales en Gran Bretaña y en Estados Unidos y la consolidación del nuevo orden político con fuerte acento en la raza y en las clases -«master-race democracy», que fue en realidad el sistema que aplaudía De Tocqueville- significó también despojos, hambrunas y genocidios de irlandeses e indios, multiplicados en las guerras coloniales para llevar la civilización y el libre comercio a los inferiores (la acumulación originaria analizada por Marx). Capítulo central de Dos tratados sobre el gobierno de Locke, se titula De la propiedad; debería llamarse De la expropiación, escribe Losurdo.

Hay que sumar el trato cruel a los sirvientes y a los pobres culpables de su condición, privados de libertades cívico-políticas y reprimidos por el Estado (hasta aquí el cuento de su papel mínimo).

Y la explotación de la clase obrera sin posibilidad de asociación -no para defender derechos que no existían, sino la vida desnuda-, ya que para los liberales el sindicalismo era premoderno y olía a ancien régime (¿no es el mismo tono de hoy, que un poco de seguridad social será un regreso a los totalitarismos?).

El autor destaca gran flexibilidad del liberalismo que hizo suyas varias demandas externas como el voto universal o el reconocimiento a los sectores excluidos, pero subraya que hasta hace poco ha sido hostil a la democracia y la superación de sus limitaciones ha sido el meollo de la lucha por ella (el fin de la esclavitud o las conquistas laborales tampoco eran resultados de una evolución pacífica interna, sino de una necesaria violencia).

Además, su avance no es lineal: presionado, produjo una corte social con Keynes, pero luego retrocedió al neoliberalismo abandonando sus compromisos democráticos y sociales (y usando el Estado según los intereses de las elites). Tensiones y contradicciones sujetadas a los patrones del sistema en que opera el liberalismo.

En este sentido resulta interesante leer el libro de Losurdo junto con el nuevo opus de Immanuel Wallerstein, el cuarto tomo de The modern world-system. Centrist liberalism triumphant 1789-1914 (University of California, Berkeley, 2011), donde el sociólogo estadunidense contando la historia del largo siglo XIX a través del triunfo del liberalismo evidencia el vínculo estructural entre el capitalismo y la geocultura liberal, que determinó la forma moderna de los estados, de la ciudadanía y de las ciencias sociales.

Para Wallerstein la geocultura liberal ya murió con la caída del comunismo en 1989. En su visión el actual sistema-mundo también llega a su fin y la crisis es uno de los síntomas. El paso a algún diferente -en unas tres, cuatro décadas- significa que ya no habrá futuro para el capitalismo, y menos para el liberalismo.

* El autor es periodista polaco

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/11/17/opinion/024a2pol