Hace poco más de dos años del atentado en Las Ramblas, un atropello masivo que se cobraría la vida de 15 personas. Dicho atentado, reivindicado por el ISIS, conmocionaría a la sociedad española: la política armada, el terrorismo, volvía a operar en un país con demasiada historia al respecto. Las reacciones sociales, como siempre ocurre […]
Hace poco más de dos años del atentado en Las Ramblas, un atropello masivo que se cobraría la vida de 15 personas. Dicho atentado, reivindicado por el ISIS, conmocionaría a la sociedad española: la política armada, el terrorismo, volvía a operar en un país con demasiada historia al respecto.
Las reacciones sociales, como siempre ocurre ante situaciones que mezclen política y sentimiento, se expresarían con carácter variopinto: psicólogos voluntarios, donaciones de sangre, taxistas gratuitos… En definitiva, actos de amor que se contraponían a los discursos de odio que promovían ciertos sectores sociales hacía la comunidad musulmana. Pero, existía un sentimiento compartido por toda la sociedad: el dolor. Serían cientos los actos para conmemorar a las víctimas, minutos de silencio, actos religiosos, manifestaciones… En todos ellos el dolor, el sufrimiento, actuaba como germen, coordenada de nacimiento, del resto de sentimientos sociales. Es necesario reflexionar sobre las implicaciones políticas de esta emoción.
Pocos días después del atentado, se viralizaría la siguiente foto en redes sociales:
Se trata de un testimonio durísimo: un autodenominado vagabundo se ofrece, ante un universo injusto, como moneda de cambio por las vidas arrebatas durante la barbarie. La foto, con muy poco, nos habla de toda una vida. Rápidamente, nuestra cabeza comienza a divagar para ponerle cara a su protagonista, imaginamos su existencia, cientos de biografías que nos expliquen cómo ha llegado al presente de la instantánea y, finalmente, empatizamos. Empatizamos con facilidad. Es curioso, personas con vidas acomodadas nos reconocemos, como si nos viéramos frente a un espejo, con el protagonista de nuestra imaginación. Vivenciamos como propia la frase «mi vida no vale para nada». Un sentimiento de derrota, el de un perdedor, el de un loser. Nos hemos acostumbrado a este sentimiento. Dramáticamente, es la misma emoción con la que se describe a los ejecutores de los atentados, el dolor por una vida de derrotas, personas solitarias, fracasadas en lo social, laboral y lo afectivo que asumen su vida como un castigo, la responsabilidad de su presente es toda suya. Repito: losers, nos hemos acostumbrado a este sentimiento.
Educados en la sociedad de las tazas de Mr. Wonderful y su falso empoderamiento, una barata enfatización del individualismo, asumimos que nuestras desdichas son nuestras responsabilidades: hemos aprendido a criminalizar al pobre, incluso cuando lo somos nosotros mismos. De hecho, hoy, hasta el más rico puede sentirse un loser. Atiendan, si no me creen, al ansia revanchista del votante de Vox, un perfil que se encuentra derrotado, solo, en un mundo que cambia continuamente. Dicha sensación, la del hedor a perdedor que generan estas derrotas socialmente autoimpuestas, solo tiene una traducción emocional: la rabia y la frustración.
La conclusión, pese a su complejidad, se vislumbra con claridad: son los mismos sentimientos de loser que padece este outsider, nuestro sintecho, los mismos que llevan a una persona a abrazar el fundamentalismo religioso. Tras la empatía, el pánico. Cualquiera podría dejar la próxima nota o conducir la próxima furgoneta. ¿Podría sacarse redito político de este sentimiento de derrota colectivo?
El miedo de hace dos años, hoy es real. No, ISIS no ha engordado sus filas, de hecho, su proyecto se encuentra en decadencia. En su lugar, hoy podemos observar como los movimientos dextropopulistas, populismos de derechas, avanzan en todo el mundo, la crisis sistémica por la hegemonía mundial ha acelerado su aparición: Donald Trump, Santiago Abascal, Jair Bolsonaro, Jean-Marie Le Pen, Viktor Orban, Matteo Salvini, Nikolaos Michaloliakos, Recep Tayyip Erdoğan…
Con sus particularidades propias, todos estos nuevos actores comparten dos líneas discursivas que pretenden seducir al nuevo sujeto social, el loser: el frente a un enemigo común, causante de sus desgracias, y la formación, mediante el recuerdo de tiempos mejores, de un nuevo gran sentimiento nacional.
De este modo, respecto a la formación del enemigo común: si ISIS llama a la acción contra los occidentales, Trump se opone a los inmigrantes latinos, lo cual, por cierto, ha dado como resultado un atentado similar al de Cambrils, los paralelismos son dramáticos. Si ISIS reclama el territorio sagrado, Abascal acusa a los comunistas de dividir España. Si ISIS enarbola una superioridad moral frente a los herejes, Bolsonaro tacha a las feministas de asesinas abortistas o enemigas de la familia tradicional. Si ISIS enaltece el odio contra los no-creyentes, Le Pen se postula contra la comunidad musulmana… En un mundo en el cual las enfermedades mentales o las estadísticas de infelicidad alcanzan cifras records cada año, nos encontramos con una discursiva capaz de encontrar y señalar a los culpables de las frustraciones de una sociedad que se percibe a sí misma como derrotada. Da igual la naturaleza de tus problemas, siempre habrá un comunista, progre, feminista, extranjero, musulmán, etc. Al que echar las culpas, el nuevo enemigo común de la derecha reaccionaria es la diversidad discriminada.
Por otro lado, la formación del gran sentimiento nacional: si ISIS reivindica la formación del gran estado islámico, Trump nos propone el «Make America Great Again», Abascal recuerda con añoranza «el imperio en el que nunca se pone el sol», Bolsonaro exige «Brasil por encima de todo» o Le Pen llama a formar una europa con centro en Francia. Nos encontramos en este caso, con consignas en positivo, victorias nacionales que suplen, a modo de catarsis, las frustraciones personales de los sujetos a los que pretende seducir.
Mientras la izquierda duerme, los dextropopulismos han aprendido algo de Lenin: conocen el sujeto político a seducir, sus pulsiones y la forma de redireccionarlas para conformar un nuevo tejido social de orden nacionalista. En este contexto de deriva reaccionaria, el loser nacional será el sujeto político que aplaste al loser extranjero.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/
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