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Sobre análisis y neutralidad

El Marx sin ismos de Francisco Fernández Buey (II)

Fuentes: Rebelión

El análisis político-social de Marx y la neutralidad político-social es el nudo del segundo apartado del artículo «Nuestro Marx» [1]. Podemos resumirlo así: 1. Es cierto que el análisis social de Marx, su pensamiento dialéctico por decirlo en términos más o menos clásico, no aspira a la neutralidad político-social. 1.1. Al contrario, Marx, según señala […]

El análisis político-social de Marx y la neutralidad político-social es el nudo del segundo apartado del artículo «Nuestro Marx» [1]. Podemos resumirlo así:

1. Es cierto que el análisis social de Marx, su pensamiento dialéctico por decirlo en términos más o menos clásico, no aspira a la neutralidad político-social.

1.1. Al contrario, Marx, según señala FFB, considera la supuesta neutralidad de las ciencias sociales una ideología: «Consciencia equivocada de los científicos de la sociedad sobre lo que hacen realmente».

1.2. En el inicio de la investigación de Marx hay un elección (poliética) de valores: «en la conclusión hay una reafirmación de los mismos valores».

1.3. En conclusión: en líneas generales, todo conocimiento científico (análisis económico, estimación histórica e historiográfica) tiene en Marx un sentido (no un valor) instrumental: se realizan en función del ideal emancipatorio, teniendo como horizonte «la idea que el proletariado industrial al emanciparse emancipa con él al resto de la humanidad».

2. El ideal marxiano de una sociedad de iguales no se deduce de postulados filosóficos ni de resultados científicos: aquellos y estos refuerzan la racionalidad del ideal, su plausibilidad.

2.1. Se trata de hacer de la pasión de la humanidad sufriente pasión razonada, «fundada en el conocimiento preciso y riguroso de la sociedad y de la naturaleza».

2.2. ¿En qué sentido es científico el pensamiento de Marx entonces? En el siguiente: el pensamiento de Marx es científico vocacionalmente (como lo era en aquellos momentos, señala FFB, la teoría general de sistemas por ejemplo). Es en ese marco, nada cientificista, en el «que hay que entender la pretensión consistente en hacer pasar el socialismo de la utopía a la ciencia».

2.3. Para la comprensión de las totalidades concretas sociales y naturales Marx se inspira en los resultados de las ciencias positivas (el mismo Marx contribuyó a su fundación como tal), no entra en contradicción con sus aportaciones, y en ningún caso aspira, como aspiraba la filosofía especulativa alemana anterior a Marx, a convertirse en una ciencia superior, en una superciencia.

3. Por otra parte, el otro lado de la balanza, tampoco el pensamiento de Marx es vocacionalmente utópico. Marx rechaza la utopía (desde el Manifiesto comunista) como limitación histórica de la pasión emancipatoria.

3.1. Aspira a enlazar esta última, en sus formas contemporáneas, con las puntas más avanzadas de la investigación científica en todos los ámbitos de la vida natural y social.

3.2. No es consistente con el proyecto marxiano ceder la vocación científica «al poder o a los poderes para quedarse en el ensueño eterno -por muy concreta que se diga la nueva utopía- de una sociedad mejor siempre considerada inalcanzable».

4. Marx no reduce la investigación económica, social o histórica determinados intereses políticos. El carácter instrumental o funcional que tiene todo conocimiento científico en Marx no ha de malentenderse. Son palabra del propio Marx: «Llamo «canalla» a todo aquel que intenta acomodar la ciencia a un punto de vista dependiente de un interés externo a ella, en vez de dedicarse a la ciencia por sí misma». Aunque sea errónea añade Marx.

4.1. Lectura de FFB. Reafirmación, a la vez, de ese hecho que es la circulación de valores morales, la existencia de valoraciones en la producción científica y rechazo a toda manipulación científica de la ciencia.

4.2. Para FFB, este tipo de aproximación a la realidad (a la social señaladamente), una aproximación que «junta el filosofar con la crítica de las ideologías y con el análisis reductivo propio de las ciencias positivas; que para la exposición de resultados de la propia investigación científica, elige un «método» o una forma que se acerca a la de las visiones artísticas» tenía por fuerza que chocar con muchas incomprensiones.

5. También en aquellos momentos en que la moda imponía que Marx fuera considerado un perro muerto (¿suena la expresión?), volvía a ponerse de actualidad el pensamiento dialéctico con vocación científica (análisis sistémico, la superación del excesivo miedo al filosofar, la visión globalizadora para entender las nuevas problemáticas ecológicas,…), aunque no siempre reconociera el peso de la obra de Marx como antecedente «y aunque todavía hoy no esté claro hasta qué punto esta orientación (que está desarrollando por efecto de la interacción de tantas crisis como vivimos) seguirá siendo, como quería Marx, crítica y revolucionaria», señalaba el autor de Leyendo a Gramsci.

En el tercero de los anexos de Para la tercera cultura se recoge una reflexión sobre un tema epistemológico esencial: la objetividad del conocimiento humano. Enlaza con algunas y observaciones tesis del apartado comentado. ¿Hay revisión de posiciones? ¿Una línea de continuidad enlaza uno y otro nudo? ¿Un desarrollo creativo hermana ambas aproximaciones?

La idea de que no hay ni puede haber conocimiento objetivo [2], señala el autor, se ha expresado a lo largo de la historia del pensamiento por alguna de estas tres proposiciones: 1º No hay ni puede haber conocimiento objetivo de lo real «porque todo conocimiento es representación y toda representación es producto de la subjetividad de los humanos». 2º. No hay ni puede haber objetividad ni siquiera en las ciencias naturales por la determinación de intereses e ideología: «porque los científicos, incluso cuando tratan de hechos o fenómenos naturales, están determinados por situaciones e intereses ajenos a la ciencia y por las ideologías dominantes en el momento en que investigan». 3º No hay ni puede haber conocimiento objetivo en el ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales «porque quienes las hacen o las practican viven dentro de sociedades (su objetivo de estudio) y, por consiguiente, tienen intereses sociales, participan en los movimientos sociales y aceptan ciertos modos de vida». La determinación, si cabe, es mayor aún que en el segundo caso. Lo que se afirma en la primera proposición es trivial y «no afecta a la afirmación de que haya o pueda haber representaciones objetivas de lo que pasa en la realidad, representaciones elaboradas, obviamente, a partir de la subjetividad». La tesis sólo tiene sentido polémico aceptable en el caso de que el interlocutor defienda -se trata de la viejísima tesis del reflejo- que las representaciones cognoscitivas «son copias o espejos simbólicos de lo que hay o pasa en la realidad exterior». Pero, como es sabido, «esta es una concepción abandonada hace mucho tiempo en el ámbito filosófico y en el ámbito científico». Conclusión: «la proposición 1) combate contra molinos de viento». Es absolutamente marginal, insustantiva por decirlo de un modo que no le sería ajeno. Lo que se dice en la segunda proposición, prosigue FFB, confunde los ámbitos en los que puede y no puede hablarse de objetividad: «el ámbito del descubrimiento de tales o cuales teorías o representaciones y el ámbito de la justificación o validación de dichas teorías», el contexto de descubrimiento y el de justificación. Lo que se apunta en la proposición 3) es una tesis que traza una línea de demarcación radical: supone que hay una diferencia esencial entre las ciencias sociales y las naturales. Conviene discutirla aparte señala.

El punto de vista que algunos autores llaman anticientífico -y que FFB llamó «separatista»- no sólo afirma la dificultad de ser objetivos. Apunta más alto, es una tesis de alta tensión que diría Carlos Solís: «niega incluso la posibilidad misma de la objetividad en ciencias sociales». De hecho la idea de que las ciencias sociales no pueden ser objetivas está más que extendida, en ambientes de izquierda cultural y política, al igual (aunque algo menos en ocasiones) que en espacios de la derecha conservadora y neoliberal. Un primer paso para refutar la crítica a la objetividad de las ciencias sociales sería declarar que es irrelevante: «irrelevante para aquel que centra su atención en la lógica de la investigación social». No hace falta ser popperiano más o menos ortodoxo para admitir que no es lo mismo preguntar «cómo ha llegado una persona a formar una creencia que preguntar si existe evidencia suficiente para fundamentarla». Se puede sostener, remarca FFB, que se trata de preguntas que se contestan en dos contextos diferentes: el ámbito o contexto del descubrimiento científico y el ámbito o contexto de la validación o justificación racional. Una forma posible de aclarar el problema sería decir que, «más allá o más acá de los caminos y determinaciones que los científicos sociales hayan seguido en cada caso, la objetividad o falta de objetividad sólo será tomada en consideración en el ámbito de la validación o justificación racional de los resultados o del producto de la investigación». No, en cambio, en el otro contexto o ámbito. El proceso para llegar a tal resultado, hipótesis, teoría o producto no interesaría aquí. FFB sugiere una definición o, cuanto menos, un intento de delimitación: «Cabría decir que tal o cual teoría producida es objetiva en el campo de las ciencias sociales siempre y cuando su resultado haya sido suficientemente contrastado». Lo cual equipara en cierto modo «objetividad» a «verdad», «con independencia de los vericuetos que el investigador o grupo de investigadores haya(n) seguido para su elaboración». Estos últimos, los complejos vericuetos que nos han conducido a la formulación de tal o cual teoría, «serán objeto de la historia y de la sociología de las ciencias sociales o de la sociología del conocimiento en general». No se está negando su interés. En absoluto.

FFB prosigue reflexionando por la misma senda. Todavía podemos seguir preguntándonos «si los problemas referentes a las causas de las creencias del investigador son, como se dice, irrelevantes desde el punto de vista lógico». La respuesta a esa pregunta -«como admite, por ejemplo, un tratadista de la lógica de la investigación social, Q. Gibson»- es que no lo son. «Pero el que haya que admitir la importancia del examen de la formación de las creencias sustentadas por los investigadores sociales no quiere decir que haya que dar por sentada la acusación sobre la falta de objetividad. Lo que hay que hacer, a partir de ahí, es examinar las influencias que afectan a las creencias».

Una forma posible de abordar este nudo sería afirmar algo así como lo siguiente: ser objetivo en la investigación quiere decir que uno no permite o intenta no permitir, «que sus creencias se vean influidas de un modo adverso por motivos o intereses personales, por la costumbre o por la situación social». Es una excelente intención gnoseológica. FFB recuerda que Marx, como investigador social, empezaba declarando su propio punto de vista, que era un punto de vista de clase [de clase trabajadora], sin ocultarlo, añadiendo a continuación: «Llamo canalla al investigador que acomoda su ciencia a los intereses partidistas» (el paso marxiano era también muy del agrado de su amigo y compañero Manuel Sacristán y parte del análisis comentado anteriormente). Algo parecido, «aunque con otro lenguaje», había escrito Max Weber y algo similar habían afirmado «teóricas del feminismo, como Virginia Held, después de reivindicar la aproximación de las mujeres al conocimiento científico». Ahora bien, declaraciones de ese tipo, la crítica del incumplimiento, «es todavía una respuesta insuficiente a la objeción de la falta de objetividad en el ámbito de las ciencias sociales». Es conveniente analizar los factores que interfieren en la objetividad de las ciencias sociales. En opinión de FFB, serían los siguientes: «a) la influencia de los motivos personales (a lo que se opone la petición de evidencia); b) la influencia de la costumbre o el temor a la desaprobación de la sociedad; c) la influencia de la situación social. En los tres casos se puede admitir que hay diferencia de grado respecto de las ciencias naturales, pero no de sustancia, puesto que el físico, el químico o el biólogo están igualmente expuestos a los prejuicios e ideologías derivados (de hecho Francis Bacon ya había llamado la atención acerca de los idola y de los prejuicios en general en el marco de la filosofía (ciencia) de la naturaleza).»

La observación de que hay diferencia de grado, pero no de sustancia, obliga a una estimación distinta de lo que se entiende por objetividad. La siguiente: el simple hecho de que el científico, de que investigador social sea él mismo un participante en la actividad pública «no es razón suficiente para admitir la imposibilidad de objetividad». ¿Por qué? Porque «nadie es causalmente independiente del objeto de su investigación» y porque, además, «una cosa es decir que el investigador social está expuesto a peligros especiales y otra muy distinta demostrar que los investigadores sociales sucumben siempre ante ellos». Uno de los caminos más apropiados para examinar la valoración de la objetividad, sostiene finalmente el autor de Por la tercera cultura, consiste en someter los casos particulares a diversas pruebas. Ahora bien, «por ese camino no se obtienen pruebas concluyentes». Hay otro camino: «averiguar si la teoría es sostenible o no desde el punto de vista de la razón». Empero, este tipo de prueba, «parte del supuesto de que somos capaces de apreciar la evidencia por nosotros mismos y de que nuestras propias conclusiones no se verán desviadas por los motivos que criticamos en otros». De todo ello, infiere FFB que lo más sensato es concluir que «el verdadero remedio consiste en tener conciencia de esas influencias» y, además, «recurrir constantemente a la polémica y la crítica abierta de las teorías, que son siempre conjeturas o hipótesis en proceso, en construcción».

No es un mal programa de acción. De este modo, la objetividad en relación con el conocimiento se podría defender razonablemente en uno de estos tres sentidos en su opinión: 1) en términos generales, kantianamente, «como un ideal, como una idea reguladora, como una aspiración a la verdad en el ámbito individual o colectivo», como un ideal que acompaña al deseo de conocer, que es, sea dicho popperianamente (así lo expresa el propio autor) «una búsqueda sin término». 2) En el ámbito de la validación de los resultados de las teorías, las conjeturas, las hipótesis, «como contrastación intersubjetiva, es decir, como intersubjetividad», en el sentido de que todos y todas y cada uno de los seres humanos, en condiciones físicas y psíquicas para ello, «pueden repetir los pasos lógicos dados para alcanzar tal conclusión o resultado dentro de los límites de la argumentación (probatoria o demostrativa, probabilitaria, plausible, etc.)». 3) Y, finalmente, en el ámbito de la investigación en marcha o en el proceso de descubrimiento como ecuanimidad, «es decir, como conciencia de las influencias sufridas, distanciamiento respecto de las propias hipótesis y apertura a la crítica y a la polémica». Ciencia y consciencia o autoconciencia también en este nudo.

Con todo lo anterior, sería absurdo desechar, arrojar al archivo de lo pueril e indocumentado, o tildar como noción burguesa o gran-burguesa, la idea de objetividad, aunque haya tentaciones para ello, espurias en algunas ocasiones.

Destacar la inseparabilidad de los elementos integrantes de la teoría marxiana es la temática del tercer apartado.

Notas:

[1] Paco Fernández Buey, «Nuestro Marx». Mientras tanto, 16-17, agosto-noviembre de 1983, pp. 57-80.

[2] Francisco Fernández Buey, Para la tercera cultura, Libros del Viejo Topo, Barcelona, 2013 (en prensa).

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.