«En la nave de los locos» es el título del segundo capítulo del Marx sin ismos [1]. Las primeras colaboraciones de Marx en Rheinische Zeitung [Gaceta Renana de Política, Comercio e Industria] aparecieron en 1842, señala FFB. Marx tenía en esa fecha veintidós años. Para entonces había presentado ya la tesis doctoral en la Universidad […]
«En la nave de los locos» es el título del segundo capítulo del Marx sin ismos [1].
Las primeras colaboraciones de Marx en Rheinische Zeitung [Gaceta Renana de Política, Comercio e Industria] aparecieron en 1842, señala FFB. Marx tenía en esa fecha veintidós años. Para entonces había presentado ya la tesis doctoral en la Universidad de Halle. Inmediatamente después de presentarla se había visto obligado a renunciar a hacer carrera universitaria. Durante la primavera de aquel mismo año, «había decidido con Bauer, en Bonn, lanzarse a la batalla político-cultural. El padre de Jenny von Westphalen había muerto en marzo, Marx quería casarse y el periodismo aparecía ante él como el único medio de obtener los ingresos necesarios. Era Marx un joven con amplitud de miras intelectuales: había estudiado en la universidad jurisprudencia y filosofía del derecho, y, por su cuenta, literatura clásica, poesía romántica, historia del arte, filosofía de la religión, estética, etc. Uno de los exponentes de la izquierda hegeliana, Moses Hess, había dicho de él pocos meses antes que era «el único filósofo de verdad de los que viven ahora». El elogio de Hess, en carta a Berthold Auerbach, es desmesurado: «Imagínate a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel, en una misma persona, juntos pero no revueltos, y tendrás la imagen del doctor Marx»». Para un joven que todavía no había publicado casi nada, señala FFB con razón, «por interesante que fuera su tesis doctoral inédita, eso es mucho.» Sin necesidad de hacer el esfuerzo de imaginación para saber qué podría ser la síntesis de tantos grandes, sí podía resumirse algunos de los rasgos característicos de «aquel joven que trataba de conciliar los estudios filosóficos con el periodismo político.»
Algunos nudos de este resumen: «Se ha dicho ya que la cabeza del joven Marx era una fábrica de ideas en los años de Berlín. Lo siguió siendo. A la amplitud de miras intelectuales y a una sólida cultura filosófica unía Marx un carácter polémico y apasionado. Su filosofía era idealista. Su ideal: la libertad como autoconciencia. Su principal modelo filosófico era Hegel; sus poetas Heine y Goethe. Su modelo de vida, un Epicuro ilustrado, síntesis de las virtudes de la cultura helenista. El apasionamiento de Marx le llevaba a la expresión romántica.»
En esa época, señala FFB, Marx era un devorador de libros. «Su método de trabajo consistía en hacer amplísimos extractos de los textos leídos para utilizarlos luego, casi siempre, en función crítico-polémica. Marx leía siempre discutiendo, dialogando con los autores de los libros, fueran éstos clásicos o contemporáneos, objetando, juntando pensamientos de los autores leídos con las propias reflexiones». Ese mismo de trabajo fue usado en muchas ocasiones por Manuel Sacristán y también por el propio autor (hay muestras de ello en la documentación depositada en la Biblioteca de la UPF)
Igualmente, señala FFB, «la constante afirmación del pensamiento propio, en diálogo con los pensadores que le resultaban más próximos, hace inútiles las controversias de la marxología por determinar hasta qué punto el joven Marx fue hegeliano o feuerbachiano, o seguidor de Bauer, o de Ruge, o de Moses Hess, o de Heine. Todos esos autores estuvieron presentes en el joven Marx en mayor o menor medida. Con ellos dialogó y de ellos tomó ideas, giros, metáforas y pensamientos filosóficos». En su opinión: «ninguno de ellos ha sido decisivo en la configuración del filosofar de Marx. Él aspiraba las ideas o los proyectos de los otros grandes con quienes congeniaba y las transformaba inmediatamente en pensamiento y proyecto propios, a veces mediante giros inesperados o por el procedimiento de ponerlos en relación con ideas procedentes de otros campos muy distintos de aquellos en los que se movían tales autores».
Lo que acabaría configurando el peculiar filosofar de Marx, señala el marxista FFB, «fue su capacidad para llevar al límite la tendencia holística, globalizadora, muy alemana, de relacionarlo todo con todo: de remontarse a la historia cuando trataba de hechos particulares contemporáneos, como los robos de leña o la miseria de los vendimiadores del Mosela; de hacer teoría del estado cuando el tema inicial era la cuestión judía; de descender a la sociología de la contemporaneidad cuando había de abordar temas clásicos de la filosofía del derecho; de introducir un enfoque de filosofía política donde el otro estaba hablando de sentimientos estéticos.»
Esa forma de proceder era ya apreciable en los primeros escritos de Marx, parte de su originalidad como pensador, «pues el traslado de conceptos de unos campos del saber a otros rompe la compartimentación de los saberes, que era ya característica de la vida académica, da a la mirada intelectual un nuevo ángulo y permite la acuñación de nociones nuevas que actúan con un revelador de aspectos oscuros de la realidad. También es verdad que eso mismo hace difícilmente reconocibles a los autores de partida, incluso en aquellos casos en los Marx cita explícitamente al pensador que le ha sido motivo de su inspiración original». Por otra parte, apunta FFB, el puntillismo crítico de Marx, «a veces demoledor», había tenido algún efecto no deseado: los amigos de verdad le duraran poco tiempo. «Hay ejemplos para estos años de juventud. Tal es el caso de su relación con Bauer, tutor de su tesis doctoral. Tal es el caso de su relación con Ruge, a cuya iniciativa debió Marx las primeras colaboraciones periodísticas. Engels, al que conoció algo después, en 1844, ya en París, sería la excepción. Pero la historia es así: la paradoja ha querido que la excepción de una amistad duradera resaltara sobre tantas otras rupturas.»
Si se comparaban sus primeras tentativas literarias, la tesis doctoral misma, con los escritos de 1842-1843 «se tiene la impresión de que el estilo de Marx fue cambiando por su aproximación al periodismo» destacaba FF. «De la mezcla de géneros (filosofía y polemismo político doblado de referencias literarias) nació una forma de expresión muy notable. Pero el estilo de Marx seguía siendo a veces enrevesado, pleno de citas alusivas, muy dado a los símiles, a las metáforas, a las analogías, retorcido casi siempre en los desarrollos particulares, pero contundente y epigramático en las conclusiones. Pocas veces explicaba con calma y llanamente lo que tenía en la cabeza; cuando no criticaba aseveraba». Ya en esta época Marx daba, formalmente, lo mejor de sí en los artículos periodísticos, en los ensayos cortos, «cuando hace a un lado sus cuadernos de notas con larguísimos extractos de ideas y argumentos de otros y expresa de manera positiva, clara e inequívoca, las conclusiones a que él mismo ha ido llegando.»
Se podría pensar por lo que hace a estos años de formación en Berlín, Colonia, Bonn y Kreuznach, apunta FFB, que «fue la censura prusiana lo que impidió a Marx materializar sus proyectos más teóricos». No era ese el factor que más influyó: «en esta inconclusión no fue la existencia de la censura sino la enormidad de los temas que Marx se proponía y su dificultad para darles la forma expresiva adecuada. Tal vez por eso resulta tan laboriosa y complicada la reconstrucción analítica de su pensamiento iniciada durante estas últimas décadas». Cuando se traducían-interpretaban las obras de Marx a un lenguaje analítico, digamos a la inglesa, siempre quedaba la impresión de que lo que se había ganado en claridad comunicativa se había perdido en fuerza expresiva. «Una cosa sí estaba clara para todos los conocidos de Marx: su potencia crítico-reflexiva y su introducción del análisis filosófico en el tratamiento de los problemas sociales contemporáneos iba a revolucionar el publicismo de la época. Fue esta dimensión de su obra lo que impresionó tan favorablemente a Arnold Ruge y motivó el ditirambo de Moses Hess. Por eso le llamaron a Colonia para que se hiciera cargo de la dirección de la Gaceta Renana.» Y por eso, concluía FFB este punto, «en esto seguro que acertaron.»
FFB apunta al filosofar mundanizado del joven Marx. Toma pie en una página publicada, en un contexto polémico, en la Gaceta Renana de 14 de julio de 1842. «Decía Marx allí que la filosofía, y muy particularmente la alemana, tiene propensión a la soledad, al espíritu de sistema, a la autocontemplación. Y que esa propensión tiende a alejarla de las pasiones y conflictos cotidianos de los cuales se ocupa mayormente el periodismo. Es este espíritu de sistema, materializado en jergas muchas veces incomprensibles para los más, lo que hace por lo general de la filosofía algo antipático al ojo del profano. El hombre de la calle tiende a ver en la filosofía especulativa y sistemática algo así como un ejercicio autocomplaciente cuyos fórmulas no logra distinguir de las artes mágicas.» La razón de que esto hubiera sido tradicionalmente así era doble: «de un lado, la ignorancia, la falta de formación; de otro, la persistencia de la filosofía licenciada en el espíritu de sistema meramente especulativo. Pero, en opinión de Marx, ni los filósofos nacen de la tierra como hongos ni la filosofía está fuera del mundo. Al contrario: las ideas filosóficas son fruto de la época, expresión de los más sutiles humores del pueblo en que han nacido. Y los de abajo deberían saber que tampoco el cerebro está fuera del hombre por el hecho de no estar ubicado en el estómago. Ahora bien, para que ese símil resulte verdaderamente comprensible a los más es menester algo así como una reforma de la filosofía. Y los filósofos tienen que ser conscientes de esa necesidad para estar a la altura de los tiempos. La reforma de la filosofía es precisamente su mundanización». Por «mundanización» entendía Marx pasar del supuesto de que «la filosofía es la quintaesencia del espíritu de una época al contacto directo con los problemas, preocupaciones, aspiraciones y sufrimientos del mundo realmente existente en la época».
Ese contacto tiene que ser una interrelación, una ósmosis, entre filosofía y mundo real. La descripción no sólo es excelente sino perspectiva esencial para entender el propio filosofar mundanizado del autor de Marx sin ismos. Él, como Marx, no ignoró «que los sistemas históricos y la especulación filosófica en general, por abstractos que parezcan, tienen siempre una relación, un contacto, con el mundo real, con los problemas y los males del mundo. No está proponiéndose ni proponiendo a los otros la trivialidad de criticar todo filosofar por su carácter sólo especulativo o teórico. Lo que quiere decir lo dice con precisión: el contacto de la filosofía con el mundo real no debe ser sólo interiorización teórica de los problemas; tiene que ser también exteriorización de las ideas filosóficas, intervención en los asuntos del mundo cotidiano de la propia época. La relación que se propone no es de dirección única, sino intercambio recíproco». El valor del filósofo no se le supone, hay que demostrarlo. La carga de la prueba estaba, está precisamente en el acercamiento a las cosas del mundo.
Para el contexto alemán en que vivía Marx eso quería decir: la filosofía deja así de ser sistema (especulativo) que se opone a otro sistema (también especulativo) y se hace filosofar del mundo presente. No sabía explicar yo el arco de pensamiento en el caso de FFB pero sí que, como en el caso del clásico, el filosofar del autor de La gran perturbación se hizo filosofar, y desde siempre, en el mundo presente. Un mundo amplio, desde luego, no provinciano.
Los otros apartados de este segundo capítulo -«Contra la lógica del egoísmo», «Anatomía de la sociedad», «No puedo hacer nada en Alemania», «Hacia la boda, en Kreuznach», «Crítica de la burocracia», «Con Hölderlin al fondo…», «La disyuntiva», «Sobre la historia diversamente percibida», » Los pueblos callan», «La nave de los locos», «Dos formas distintas de entender la esperanza», «Cercano está el dios o rebelión en la nave de los locos», «Crítica materialista de este valle de lágrimas»- son también imprescindibles.
El capítulo lo cierra FFB con las siguientes palabras:
«Marx pudo haber leído a Hölderlin el año de la muerte de éste, en 1843. Probablemente no lo leyó. Es posible que no lo haya leído por el desagrado que le produjo la traducción política que hizo Ruge del Hyperion. También es posible otra explicación: que su optimismo histórico le haya hecho simplemente preferir a Heine. Marx, influido por la filosofía de Feuerbach, pone, en septiembre de 1843 (un mes antes de abandonar Alemania con destino a París) el espíritu crítico y la independencia de criterio en el frontispicio de su programa de reforma moral e intelectual: «En esto precisamente consiste la ventaja de la nueva tendencia: nosotros no anticipamos dogmáticamente el mundo, sino que queremos encontrar el mundo nuevo a partir de la crítica del viejo. Hasta ahora los filósofos habían tenido lista en sus pupitres la solución de todos los enigmas, y el estúpido mundo exotérico no tenía más que abrir su morro para que le volasen a la boca las palomas ya guisadas de la Ciencia absoluta. Ahora la filosofía se ha mundanizado. La demostración más evidente de ello la da la misma conciencia filosófica afectada por el tormento de la lucha no sólo externa sino también internamente. No es cosa nuestra la construcción de futuro o de un resultado definitivo para todos los tiempos; pero tanto más claro está, en mi opinión, lo que nos toca hacer actualmente: criticar sin contemplaciones todo lo existente; sin contemplaciones en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos. De ahí que no esté a favor de plantar una bandera dogmática; al contrario: tenemos que tratar de ayudar a los dogmáticos para que se den cuenta del sentido de sus tesis».
Si hay algo a lo que valga la pena llamar marxismo, concluye FFB, «ese algo nació de este talante, como vio muy bien, por cierto, el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht y como recordaba hace ya algunos años el marxólogo Maximilien Rubel».
Nota:
[1] FFB, Marx sin ismos. El Viejo Topo, Barcelona, 1998, pp. 49-68.
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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