No es fácil construir un texto literario aceptable sobre la llamada memoria histórica (vaya eufemismo atroz para el genocidio o la pedagogía del terror) cuando, ante uno de los últimos banderines de enganche de la izquierda española, se hilan los tejemanejes de las espesas fuerzas políticas y sociales encargadas de algo así como la prevención […]
No es fácil construir un texto literario aceptable sobre la llamada memoria histórica (vaya eufemismo atroz para el genocidio o la pedagogía del terror) cuando, ante uno de los últimos banderines de enganche de la izquierda española, se hilan los tejemanejes de las espesas fuerzas políticas y sociales encargadas de algo así como la prevención de la subversión. El PSOE, y toda la marea social que lo acompaña, quiere echar su manaza sobre el asunto y se ha sacado de la chistera un discurso lamentable -entre lacónico, populachero y reconciliador– junto con un proyecto de ley repugnante que parece más una ley de punto final que otra cosa. Preocupados por no molestar en absoluto a quienes aún representan la transición (nunca mejor dicho) de la dictadura genocida a la democracia de mentiras, alarmados por que se abran causas judiciales y procesos sociales que desempolven un poquito las tétricas relaciones entre el poder de facto en España (tan franquista entonces, tan demócrata ahora) y sus marionetas políticas, propician un intento de prohibir el recuerdo y la justicia y de comprar con compensaciones a las familias (esas que ya fueron bien educadas en los cuarenta añazos de posguerra y que ahora casi se sienten culpables de que el abuelo se metiera a rojo). El resultado es la cristiana sepultura de conocidos anarquistas ateos y anticlericales y que el asomar de los huesos en las cunetas en nada afecte la maloliente impunidad sobre la que se edificó la actual constitución política del Estado.
La izquierda oficial trata, pues, de neutralizar el esfuerzo sostenido, heroico, de las familias irredentas, de esas gentes tan tozudas que nunca terminaron de interiorizar la derrota y que insisten en tocar los cojones con los restos de los familiares asesinados. La lucha por la memoria es una lucha por la dignidad y la legitimidad y es, precisamente por eso y porque se apoya en las relaciones familiares, muy peligrosa.
De ahí que la organización de la representación de la obra de teatro «Soliloquio de grillos», de Juan Copete, que lleva de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, el grupo emeritense «Triclinium Teatro», resulte prácticamente un acto de militancia política. El caso es que cuando uno se acerca al teatro de su pueblo para verla, fácilmente esperará encontrarse o bien con algún tipo más o menos digno de panfleto, o bien con una deriva sentimental y familiar que ensombrezca la iluminación política imprescindible que trae consigo la tan mentada recuperación de la memoria.
La sorpresa es, sin embargo, absoluta. «Soliloquio de grillos» está a la altura de textos como «El vano ayer», de Isaac Rosa, o «La voz dormida», de Dulce Chacón. Siempre entre creadores inclinados de un modo u otro hacia Extremadura, la tierra más castigada por la mano criminal del fascismo español, el discurso está lleno de matices e iluminaciones que facilitan una auténtica empatía, un viaje de la imaginación que, por fin, nos pone en el lugar de las represaliadas y represaliados, esos a los que todo el statu quo español tanto ha hecho por olvidar.
Pero no se trata de un periplo simpático. En la obra de Copete, llena de inteligencia y humor, aparece la profunda humanidad cercenada por el crimen. Humanidad total, conflictiva y hermosa, contradictoria y heroica, dura y solidaria. Y se explica muy bien qué es la dignidad con un ejemplo. Los huesos que señalan el cielo y escuchan la vida que les sucede por encima, en la cuneta donde están enterrados, se convierten en un juego simbólico que muestra lo importante que es recuperar cada cuerpo y cada nombre, cada relato, cada antepasado que se quiso borrar por completo de la memoria.
Soliloquio de grillos, genialmente puesta en escena por Triclinium Teatro, es un instrumento extraordinario de contrapedagogía, una clase magistral que, en menos de dos horas, desmonta completamente la pedagogía del terror que se aplica en España desde 1936. Sin concesiones sentimentalistas, sin más retórica que la indispensable para cautivar al público, el texto pone a disposición de las actrices un arma cargada de futuro.
NOTA:
Para quienes estén interesados o interesadas en llevar la obra, imprescindible, a su localidad, la información indispensable está en este vínculo:
http://www.cedrama.com/grupos/triclinium.html.