El siglo XXI parece ser el siglo de las migraciones. Parece, pero no lo es. Hablar de las migraciones es hablar del ser humano. Siempre ha migrado de un sitio a otro. Lo ha hecho desde los inicios, desde que el ser humano empezó a andar erguido en África. Según algunos expertos, partió desde la […]
El siglo XXI parece ser el siglo de las migraciones. Parece, pero no lo es. Hablar de las migraciones es hablar del ser humano. Siempre ha migrado de un sitio a otro. Lo ha hecho desde los inicios, desde que el ser humano empezó a andar erguido en África. Según algunos expertos, partió desde la sabana africana a buscar nuevos horizontes. Anduvo años y años, pasando y adaptándose de un sitio a otro, de un clima a otro. Hasta el momento no se ha podido demostrar que Adán y Eva hubiesen venido del espacio. De momento, y eso es lo paradójico, todos tenemos nuestras raíces en África.
Hoy, sin embargo, la migración es otra. Si en el pasado reciente, los europeos huían a otros continentes en busca de una vida mejor, hoy lo hacen las personas de esos continentes a los que los europeos llegaron. El modelo económico neoliberal es la principal causa de que muchos y muchas de las migrantes que llegan a Europa salgan de esos países. Vienen en busca de una vida mejor, porque las estructuras de sus países es tan precaria, o porque se han vendido al capital extranjero hasta tal punto, que les impulsa a huir en busca de otras condiciones de vida.
Los migrantes ya están viviendo en Europa y quieren participar también como sujetos, y no como mendigos de la solidaridad. Sin embargo, hasta en eso hay, como siempre, dos maneras (o más) de hacer que participen.
La primera tiene que ver con la manera paternalista de atenderles y asistirles. Se les asiste porque se piensa que los «pobres» son y están tan indefensos que habrá que echarles una mano. Esa manera paternal de ver la migración está muy asentada en personas con buen corazón. Ayudan a los «pobrecitos» que llegan, cansados, y por eso se les ofrece una ayuda de caridad, para que los migrantes puedan vivir mejor. Es su manera cómoda y fácil de concebir la solidaridad; yo te ayudo en tanto en cuanto tú ves como te ayudo. Te doy mi voto para que veas que me solidarizo contigo… En definitiva, esta manera de ver la migración es tan bochornosa como la directiva que acaba de aprobar el Parlamento Europeo. Porque les quita el protagonismo a los migrantes.
La segunda es más ecuánime, equitativa y solidaria, y evita que se desarrolle la primera. Y es que, si el migrante se organiza puede ser un motor de lucha. Esta segunda opción es la que tiene que ver más con el carácter de clase, de esa clases de las que hablan los marxistas. Que sean ellos los sujetos, sin que nadie hable por ellos, sin que nadie les lleve de la mano, sin que nadie les diga cómo, cuándo y dónde tienen que hablar. Que sean ellos los que exijan sus derechos, organizándose y sobre todo solidarizándose entre ellos, porque sólo así estarán al lado de los que luchan aquí -como en sus países- por un mundo más justo. Que quienes migran sean los protagonistas, y los demás, aquellos de buen corazón, sean un apoyo pero nunca un padre ni una ONG que les asiste y atiende. Que sean ellos los sujetos de participación y de sus luchas reivindicativas.
La primera es la más arraigada en nuestra sociedad europea. Si tenemos en cuenta que Europa se jacta de ser la panacea de la cultura democrática y ejemplo de la modernidad, se entiende quizá por qué está más arraigada. Todo pasa por la pátina euro centrista del mundo, la modernidad intelectual y cultural pasa por el Occidente rico e imperial. La segunda es «poco fiable» para los que ostentan el poder, y también para aquellos que ven a los que vienen del Sur como los pobres de la Tierra, los incultos, los que necesitan de nuestra ayuda paternalista. Y la segunda supone que los migrantes están al lado de los nacionales exigiendo sus derechos sin padrinos, ni padres ni pordioseros; luchan por sus derechos con dignidad, desde su propia identidad se afirman y se solidarizan también con aquellos que aquí luchan.
Porque los migrantes también traen un bagaje cultural, social y político. Puede ser una utopía pedir que cese el asistencialismo de estados y ONGs hacia las asociaciones de migrantes. A los migrantes se les dan las migajas, mientras los nuevos funcionarios, con su paternal manera de solidarizarse, no hacen otra cosa más que justificar a aquellos maximalistas maltusianos que anuncian que la migración es un problema, que vienen en avalancha y habrá que ponerle muro antes de que nos invadan.
Si conseguimos que se imponga la segunda opción en los colectivos de migrantes y en aquellos que dicen trabajar para ellos, la solidaridad entre nacionales y migrantes será una lucha de clase y podremos hacer que algo cambie en este sistema capitalista neoliberal que no ve más que fuerza de trabajo donde hay personas y no simples números, como suele verlos el capital.
Txanba Payés. Cantautor y poeta salvadoreño residente en Euskal Herria