Normalmente se dice que lo nuevo es mejor, así que desde Podemos y Ciudadanos lo tuvieron claro: ellos tenían que ser la «nueva política». En consecuencia, actualmente se tiende a hablar de nueva y vieja política, dos categorías lanzadas por estas dos formaciones con la intención fundamental de desmarcarse de los otros dos grandes partidos […]
Normalmente se dice que lo nuevo es mejor, así que desde Podemos y Ciudadanos lo tuvieron claro: ellos tenían que ser la «nueva política». En consecuencia, actualmente se tiende a hablar de nueva y vieja política, dos categorías lanzadas por estas dos formaciones con la intención fundamental de desmarcarse de los otros dos grandes partidos de ámbito estatal. El relato consiste básicamente en presentar esa «nueva política» como renovada y purificada respecto de la vieja. De esta manera, se concluye que la «vieja política» es peor que la nueva. Ahora bien, antes de entrar en un debate metafísico acerca de los rasgos de una y otra cabría plantearse previamente otra cuestión: ¿realmente existe una política que puede considerarse nueva en relación con otra a la que se le atribuye la condición de vieja?
Primeramente, es cierto que la política de ahora no es la misma de hace 20 ó 10 años, dado que las preocupaciones de la gente han cambiado, como también el formato por el que los políticos hacen llegar su mensaje. El auge de las tertulias y shows protagonizados por políticos, sumado a la tremenda repercusión de las redes sociales, ha obligado a que el discurso se adapte a estos nuevos canales. Pese a ello, esto sencillamente significa que la política, igual que otras muchas cosas, puede cambiar. Ello no implica que exista forzosamente una división entre vieja y nueva política, ya que la mayoría de partidos han sabido, mejor o peor, adaptarse a estos cambios.
Por consiguiente, una vez señalado este aspecto, también habría que destacar que evidentemente Podemos y Ciudadanos tienen unos rasgos propios que pueden diferenciarlos de PSOE y PP. Pero son eso, solamente unos rasgos debido a que los primeros se han desarrollado en un contexto determinado y los segundos en otro. Todos somos hijos de nuestro tiempo y, en este sentido, los partidos no son la excepción. Con todo, la política, el tipo de política que se practica en España, precedía a estos partidos, como en su momento precedió a otros tantos. Este aspecto quiere decir que una formación política puede nacer en un momento concreto y bajo unas aspiraciones muy particulares, pero debe integrarse en un marco político al cual va a tener que terminar adaptándose. Sostener que Podemos y Ciudadanos, en vez de adaptarse a ese marco, han conseguido adaptarlo a ellos no deja de resultar un poco atrevido.
Sin embargo, esa afirmación no excluye la posibilidad de que los actores políticos relevantes influyan en sus respectivos sistemas. No obstante, se queda en eso, en unas influencias determinadas. El sistema, y ello lo explicó muy bien Herbert Marcuse en su Hombre unidimensional, tiene una capacidad de asimilación extraordinariamente fuerte, capaz de integrar en su seno a movimientos inicialmente antisistema. En consecuencia, cualquiera que pudiera ser la aspiración inicial de Podemos, si es que alguna vez fue antisistema, quedaría olvidada en el mismo momento en el que decide formar parte del sistema. Por otro lado, Ciudadanos sin haber tenido ese inconveniente, también ha tenido que ceder en parte de su ideario.
En realidad, la política sigue, en su esencia, siendo la misma de antes de la irrupción de Podemos y Ciudadanos. Igual que entonces los partidos políticos configuran unas listas, siendo luego éstas las que concurren a elecciones. De este modo, dará igual si esas listas son abiertas o cerradas, es fácil pensar que los que ejercen el poder sean el reducido grupo que nombró a las personas que formaron parte de esas listas. Asimismo, pese a que exista una mayor sensibilidad social, sigue habiendo corrupción porque el poder está poco repartido y las Cortes son las que terminan eligiendo a órganos tan importantes como el Tribunal Constitucional o el Tribunal de Cuentas. Además, igualmente el Parlamento sigue siendo ese teatro en donde se representan debates y discusiones intrascendentes sobre acuerdos previamente tomados en base a otras negociaciones que no suelen ver la luz pública. Y, por último, ¿acaso la mentira no sigue siendo protagonista como en toda política practicada por las élites? Por tanto, ¿qué es eso a lo que llaman «nueva política»?
Juan Carlos Calomarde García, es politólogo y doctorando en Ética y Democracia.
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