Las deudas, como las armas, se fabrican en el norte y se disparan en el sur. Aunque nació como elemento vehicular de los intercambios de productos de uso cotidiano, la mente humana no tardó en convertir el dinero en una herramienta de incalculable poder, un poder que se ha materializado a lo largo de la […]
Las deudas, como las armas, se fabrican en el norte y se disparan en el sur.
Aunque nació como elemento vehicular de los intercambios de productos de uso cotidiano, la mente humana no tardó en convertir el dinero en una herramienta de incalculable poder, un poder que se ha materializado a lo largo de la historia, en diversas formas de dominación sobre individuos o sobre grupos de individuos. Esto fue posible, y hoy lo es más que nunca, gracias a la acumulación del dinero en unas manos, con su inevitable e inversamente proporcional contrapartida de la privación en el resto de las manos.
Uno de los más antiguos métodos de acumulación de riqueza es la utilización de la fuerza. A través de los saqueos, un pueblo privaba a otro de los bienes que había obtenido como fruto de su trabajo. En un estadio superior, el saqueo se normalizó y se hizo estable en el tiempo bajo el nombre de vasallaje, es decir, una relación de sometimiento que el pueblo más débil mantenía con el pueblo más fuerte, y que se caracterizaba, entre otras cosas, por el pago regular de tributos en dinero o en bienes por parte del primero al segundo. Esta forma de traspaso de riqueza prevaleció en detrimento de la única alternativa del débil, esto es, pagar el mismo o mayor tributo, pero después de experimentar la violencia del fuerte.
A lo largo de los siglos, se sucedieron otras formas de vasallaje con distintas particularidades geográficas, políticas y sociales. En sus distintas etapas, se llamó feudalismo, se llamó conquista de América, se llamó colonialismo, se llamó protectorado; y ha llegado a nuestros días bajo el nombre de Deuda Externa. En esta forma actual de vasallaje, al tributo pagado por el vasallo se denomina «intereses de la deuda». El beneficiario de esa deuda externa o prestamista, recibe grandes cantidades de dinero en concepto de intereses, mientras que las cantidades destinadas a devolver el principal de la deuda son muy pequeñas, eternizando así la vida del préstamo. La consecuencia inmediata es que la mayor parte de las riquezas naturales del vasallo se transforman en riqueza para el avasallador, quien aún espera recuperar la cantidad prestada al vasallo.
Las zonas devastadas por catástrofes o eventos artificiales (guerras, revoluciones, accidentes nucleares, manipulación de los mercados de alimentos o recursos, etc), o catástrofes naturales (terremotos, maremotos, etc), son objetivo prioritario de los prestamistas que, en función de las características de cada operación, pueden recibir otros nombres como inversores, accionistas o contratas de reconstrucción. Aunque quienes se sienten más lejos del concepto «Dinero» y, por tanto, más cerca del concepto «Hombre», suelen denominar a estos prestamistas especuladores. Son especialmente reseñables, por su fino y engrasado funcionamiento, las sociedades de especuladores formadas por las contratas de destrucción (o «ejércitos aliados») y las contratas de reconstrucción (de la misma nacionalidad que las primeras). Uno de los trabajos de este tipo de sociedades que más acumulación de riqueza ha producido tuvo lugar en Irak, entre los años 2003 y 2010.
Cuando no concurre ni la catástrofe artificial ni la natural, la Deuda Externa puede venir motivada por la abundancia de recursos naturales codiciados por quienes tienen enormes sumas de dinero para prestar o avasalladores.
La aceptación de un préstamo por parte de un país rico en recursos pero pobre en desarrollo y evolución, además de hipotecar sus riquezas naturales, supone sumir a sus ciudadanos en interminables decenios de oscuridad y de trabajos forzados a la generación de riqueza que acabará en las manos del prestamista vía intereses. Al final de la vida del préstamo, en el improbable caso de que se alcance tal final, el país pobre habrá perdido la mayor parte de sus valiosos recursos, habrá perdido incontables años de progreso en favor de quienes ya acumulaban mucha riqueza, y no habrá obtenido a cambio más que unas cuantas infraestructuras, para cuyo mantenimiento muy probablemente no dispongan de los medios humanos y tecnológicos apropiados.
Necesariamente ha de ser algo más que una simple coincidencia, el hecho de que la inmensa mayoría de las actuales relaciones de vasallaje mantenidas en forma de Deuda Externa, se den en sentido norte-sur. Quizás debido, al menos en parte, a que en ese mismo sentido se dieron no pocas relaciones de vasallaje históricas como las mencionadas anteriormente. Podemos concluir que, al igual que las armas, las deudas también se fabrican en el norte y se disparan en el sur. Cuando las personas de los países pobres que sufren las consecuencias derivadas de la Deuda Externa, buscan un futuro mejor en el norte, se ven frenados por ese sutil filtro que permite el paso del dinero y la riqueza, pero impide el paso de las personas.
Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que el dinero traspasó hace ya mucho tiempo todas las fronteras de la dignidad, haciendo del Hombre un ser indigno y ruin.
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