Traducido del inglés por Juan Gabriel Caro Rivera
Los críticos de izquierda y derecha están librando una guerra contra el liberalismo. Y los liberales no parecen tener una buena defensa.
Poco
después de su creación posterior a la Primera Guerra Mundial las
bases de la República de Weimar de Alemania comenzaron a temblar. En
1923 Hitler organizó un intento fallido de golpe en Baviera, el
llamado Beer Hall Putsch, un fracaso que, sin embargo, convirtió a
Hitler en una celebridad reaccionaria, era una señal del descontento
alemán con el orden político de la posguerra.
Un observador contemporáneo, un teórico del derecho de unos 30 años llamado Carl Schmitt, encontró las semillas de la crisis en la idea del liberalismo mismo. En su opinión, las instituciones liberales como la democracia representativa y el ideal liberal de que todos los ciudadanos de una nación puedan ser tratados como iguales políticos eran una farsa. La política en su núcleo no se trata de un compromiso entre individuos iguales, sino de un conflicto entre grupos.
«Incluso si se suprime el bolchevismo y se mantiene a raya al fascismo, la crisis del parlamentarismo contemporáneo no se superaría en lo más mínimo», escribió en 1926. «Es, en sus profundidades, la inevitable contradicción del individualismo liberal y la homogeneidad democrática».
La crítica de Schmitt al liberalismo resultó terriblemente precisa. La lucha entre los nazis y sus oponentes no pudo resolverse mediante un compromiso parlamentario; la República de Weimar cayó ante el fascismo y arrostró al resto del continente.
He estado pensando mucho en Schmitt últimamente. No se trata de su oscuro destino, ya que se convirtió en un entusiasta nazi, sino de su presciencia. Schmitt vio algo en la política alemana, los profundos defectos de su orden liberal, antes de que se hicieran evidentes para otros observadores políticos y ciudadanos comunes. Su crítica filosófica predijo la realidad política.
Schmitt persiste en nuestro momento político porque estamos viendo un florecimiento de las críticas al liberalismo estadounidense. En los últimos años pensadores serios de izquierda y derecha han lanzado un asalto sostenido al credo intelectual fundador de los Estados Unidos.
Estas críticas no surgen en el vacío. Provienen de la crisis del mundo real, especialmente la Gran Recesión de 2008 y el ascenso de los populistas de extrema derecha como Donald Trump al poder. Estas conmociones en el sistema muestran, a los ojos de los críticos contemporáneos del liberalismo, que algo está profundamente mal con las ideas fundamentales que definen nuestra política. Es una creencia de que «la idea liberal se ha vuelto obsoleta», como declaró recientemente el presidente ruso Vladimir Putin (1).
A diferencia de Schmitt y Putin, los críticos intelectuales de los opositores al liberalismo no suelen desafiar a la democracia misma. Pero están unidos en la creencia de que el liberalismo estadounidense, tal como está constituido actualmente, ha pasado su fecha de vencimiento, que está cediendo bajo el peso de sus contradicciones. Sus argumentos aprovechan un profundo descontento entre el público votante, un colapso de la confianza en el establecimiento político y una creciente sensación de que instituciones como el Congreso no están entregando lo que el público necesita.
A la derecha, los antiliberales localizan la raíz del problema en las doctrinas sociales del liberalismo, su énfasis en el secularismo y los derechos individuales. En su opinión, estas ideas son disolventes que destruyen las comunidades de Estados Unidos y, en última instancia, disuelven el tejido social que el país necesita para prosperar.
El liberalismo «perturba constantemente las tradiciones profundamente apreciadas entre sus sujetos poblacionales, provocando inquietud, animosidad y eventualmente reacción política y reacción violenta», dijo el profesor de derecho de Harvard Adrian Vermeule, uno de los antiliberales reaccionarios más prominentes, en un discurso en mayo (2).
Los antiliberales de izquierda, por el contrario, señalan la doctrina económica liberal como la fuente de nuestros problemas actuales. La visión del liberalismo de la economía como una zona de libertad individual, en su opinión, ha dado lugar a un profundo sistema de explotación que se burla de las pretensiones liberales del ser democrático, un sistema opresivo denominado «neoliberalismo».
«El neoliberalismo en cualquier aspecto no es la solución sino el problema», escribe Nancy Fraser, profesora de la New School. «El tipo de cambio que requerimos solo puede provenir de otra parte, de un proyecto que no solo es antineoliberal, si no anticapitalista» (3).
Las defensas de la élite intelectual liberal de Estados Unidos han sido débiles en el mejor de los casos. Las defensas más destacadas del liberalismo en la actualidad son listas de alabanza de sus glorias pasadas o ataques fuera de lugar contra la «política de identidad» y la «corrección política», ninguno de los cuales es adecuado para el desafío presentado por los críticos importantes del liberalismo de la derecha reaccionaria o la izquierda socialista.
Para que el liberalismo perdure los liberales deben unirse a la lucha. Y eso comienza por entender por qué el liberalismo está en problemas y saber exactamente a qué se enfrenta.
Una breve descripción del liberalismo y por qué está en crisis.
Para una palabra que es tan omnipresente, el liberalismo es notoriamente difícil de definir.
En el contexto de la filosofía política el liberalismo se refiere a una escuela de pensamiento que toma la libertad, el consentimiento y la autonomía como valores morales fundamentales (4). Los liberales están de acuerdo en que generalmente es incorrecto obligar a las personas a algo, tomar el control de sus cuerpos u obligarlas a actuar en contra de su voluntad (aunque no están de acuerdo entre sí en qué medida, el por qué y el cómo).
Dado que las personas siempre estarán en desacuerdo sobre la política, el objetivo central del liberalismo es crear un mecanismo generalmente aceptable para resolver disputas políticas sin una coerción indebida: dar a todos la voz en el gobierno a través de procedimientos justos para que los ciudadanos den su consentimiento a la autoridad del Estado, incluso cuando no estén de acuerdo con sus decisiones
Esta visión liberal fundamental se asocia típicamente con un grupo de pensadores europeos y estadounidenses, desde John Locke en el siglo XVII hasta John Rawls en el XX, y, por lo tanto, a menudo se la trata como una herencia política occidental. Pero ver el liberalismo como producto de una tradición cultural particular es un error.
Como Amartya Sen argumentó en un brillante ensayo de 1997, muchos de los principios centrales que identificamos hoy en día con el liberalismo (tolerancia religiosa, soberanía popular, igualdad de libertad para todos los ciudadanos) se pueden encontrar en escritos de la Europa premoderna, la antigua tradición budista y en reyes de la India del siglo XVI, entre una variedad de otras fuentes. El liberalismo se ha arraigado en diversas sociedades en todo el mundo hoy, desde Japón hasta Uruguay y Namibia.
El artículo de Sen sugiere que, en lugar de definir el liberalismo por libros escritos por hombres blancos muertos, tiene más sentido tratarlo como un conjunto de partes: una agrupación de principios e ideas animadas que, cuando se combinan, se suman a un marco general para comprender la vida política.
De estos componentes, al menos cuatro principios políticos son comunes a las diversas especies de liberalismo (todos los cuales se relacionan con su premisa moral central sobre la libertad). Son familiares para la mayoría de los ciudadanos en los regímenes liberales: democracia, Estado de derecho, derechos individuales e igualdad.
Estas ideas, el núcleo minimalista del liberalismo, son tan fundamentales para la vida política en las democracias avanzadas que simplemente se dan por sentadas, con debates sobre políticas públicas que tienen lugar dentro de los parámetros del liberalismo.
El conservadurismo estadounidense de la época de Bush era una especie de liberalismo de derecha; lo que los estadounidenses llaman «liberalismo» es una forma relativamente modesta de liberalismo de izquierda. Los demócratas cristianos de Alemania, el Congreso de la India, el PAICV de Cabo Verde y la Propuesta Republicana de Argentina son partidos políticamente diversos, algunos más conservadores para los estándares de su país y otros más inclinados a la izquierda, pero todos son en general liberales.
Desafiar el liberalismo es, por lo tanto, no simplemente involucrarse en una discusión política ordinaria. Es cuestionar todo el sistema operativo que define las democracias del mundo. Es, por su naturaleza, un reclamo radical.
Pero estos son tiempos radicales. Varias tendencias y eventos de choque se han combinado para crear una sensación de crisis continua. Esto ciertamente se remonta a la Gran Recesión; podría decirse que comenzó desde los ataques del 11 de septiembre. Pero lo que está claro es que el peligro hacia el liberalismo se agudizó en 2016, cuando las conmociones gemelas del Brexit y Trump demostraron que el populismo de derecha iliberal se había convertido en un serio desafío a la hegemonía liberal.
Según un recuento, los populistas de derecha iliberales controlaron los gobiernos de al menos 11 países diferentes en 2018; en 1990 no controlaban ninguno (5). Trump es el ejemplo más famoso, pero tiene pares en países tan influyentes como Brasil e India. El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, que describió abiertamente su visión política como «iliberal», esencialmente desmanteló la democracia liberal húngara (6); el partido de Justicia y Ley de Polonia está en camino de hacer lo mismo (7). Combinemos estas victorias absolutas con la creciente popularidad de los partidos de extrema derecha en muchos otros países europeos y parece que el liberalismo corre el riesgo de ser derrocado por los votantes a los que se supone que sirve.
El
surgimiento de tal desafío al liberalismo ha puesto de relieve cómo
el statu quo liberal no se ha logrado cumplir, particularmente
en el Occidente rico. En toda la OCDE el 10 % superior gana más de
nueve veces al año la cantidad del 10 % inferior (8). Los estándares
de confianza en una variedad de instituciones gubernamentales
(legislaturas, tribunales, servicio civil) están cayendo en las
democracias avanzadas (9). En los Estados Unidos específicamente las
muertes por abuso de alcohol, sobredosis de drogas y suicidio han
alcanzado máximos históricos (10).
Estos son solo algunos de los tristes indicadores con los que los números nos pintan una imagen sombría del statu quo político en las fortalezas del liberalismo y especialmente en los Estados Unidos (11). Si la vida bajo el liberalismo está empeorando para mucha gente, ¿es posible que la idea haya dejado de ser útil?
El desafío de la izquierda al liberalismo
Los antiliberales modernos, tanto de derecha como de izquierda, toman la noción de que el statu quo está roto como punto de partida.
Los de la izquierda argumentan que los fracasos del liberalismo eran eminentemente predecibles, el producto inevitable de las contradicciones dentro del liberalismo identificadas durante mucho tiempo por los críticos de la tradición marxista: entre el compromiso liberal con la democracia igualitaria y una visión del mercado como una zona de libertad individual.
El ensayista indio Pankaj Mishra capturó este argumento particularmente bien en una entrevista de LA Review of Books:
“Se suponía que el capitalismo liberal fomentaría una clase media universal e impulsaría los valores burgueses de sobriedad y prudencia y las virtudes democráticas de responsabilidad. Logró lo contrario: la creación de un precariado sin perspectivas claras a largo plazo, peligrosamente vulnerable a los demagogos que les prometen la luna. El liberalismo descontrolado, en otras palabras, prepara las bases para su propia desaparición” (12).
Los conceptos centrales de la narrativa izquierdista han sido elaborados durante décadas por académicos influenciados por Marx como Adolph Reed Jr. de la Universidad de Pensilvania (13), Nancy Fraser de la Nueva Escuela (14) y David Harvey de la Universidad de Nueva York (15). Se han vuelto prominente gracias a la aparición de revistas de izquierda vibrantes como Jacobin y su adopción por destacados intelectuales públicos como Mishra.
La crisis actual del liberalismo, según esta narración, data de (aproximadamente) la década de 1970. En torno a esa fecha los gobiernos de todo el mundo occidental comenzaron a desregular sus economías, a vender industrias estatales y privatizar servicios gubernamentales centrales. Este giro hacia el «neoliberalismo» económico, como lo denominaron los izquierdistas, no fue solo una cuestión de política económica, sino más bien un proyecto ideológico y filosófico integral.
Bajo el neoliberalismo la lógica del mercado se convierte en «una ética en sí misma, capaz de actuar como una guía para toda la acción humana y sustituir todas las creencias éticas previamente sostenidas», escribe Harvey en su libro Una breve historia del neoliberalismo. «Tiene efectos generalizados en las formas de pensamiento hasta el punto de que se ha incorporado a la forma de sentido común que muchos de nosotros interpretamos, vivimos y entendemos el mundo».
El neoliberalismo, en esta línea de pensamiento, se hizo dominante en ambos lados del espectro político. Ronald Reagan y Margaret Thatcher eran neoliberales; también lo fueron Bill Clinton y Tony Blair. Su agenda de recortes de impuestos, «reforma de las políticas de bienestar» y desregulación creó un rápido aumento de la desigualdad desde la década de 1970 y dio lugar a un modelo político y económico manipulado a favor de los ricos (16).
La crítica al neoliberalismo no es nueva, pero ha ganado vigencia en la última década más o menos. La Gran Recesión puede atribuirse a la desregulación financiera neoliberal, la crisis de la eurozona a la austeridad neoliberal (17) y el ascenso de Trump y los extremistas de derecha como una reacción violenta a los acuerdos de libre comercio neoliberal y la indiferencia neoliberal a la creciente desigualdad (18).
“Esto es lo que necesitamos entender: mucha gente tiene mucho dolor. Bajo las políticas neoliberales de desregulación, privatización, austeridad y comercio corporativo sus niveles de vida han disminuido precipitadamente”, escribe la autora izquierdista Naomi Klein en The Guardian (19). “Donald Trump habla directamente sobre ese dolor. La campaña del Brexit habló de ese dolor. También lo hacen todos los partidos de extrema derecha en ascenso en Europa».
Ahora es posible oponerse al «neoliberalismo» sin oponerse al «liberalismo» per se. Pero los críticos de izquierda del liberalismo no están de acuerdo; afirman que el neoliberalismo no es una distorsión del liberalismo, sino más bien su verdadero rostro.
El error central del liberalismo, desde este punto de vista, proviene de un error en su visión de la democracia. Los liberales apoyan la democracia como una cuestión de principios creyendo que los individuos tienen derecho a dar forma a las decisiones que afectan sus vidas de manera profunda e importante. Pero los liberales curiosamente excluyen partes de la vida económica de esta zona de autodeterminación colectiva, ya que ven el mercado como un lugar donde las personas tienen derechos individuales, pero no colectivos. El liberalismo no ve nada malo en que los jefes de Amazon y Facebook tomen decisiones que tienen implicaciones para toda la economía.
Mientras los capitalistas estén libres de las restricciones democráticas, los izquierdistas argumentan que la democracia liberal está en una situación peligrosa. Los súper ricos usan el poder que proporciona su riqueza acumulada para influir en la vida política reorganizando la política para proteger y expandir sus fortunas. El auge del neoliberalismo es, según el escritor socialista Peter Frase (20), este proceso en acción: prueba de que el capitalismo invariablemente corromperá la promesa del liberalismo de libertad e igualdad.
A pesar de su retórica antiliberal, prácticamente ninguno de los críticos de izquierda serios del liberalismo son estalinistas o maoístas, es decir, opositores de la democracia misma. Creen en los derechos liberales, como la libertad de expresión, y siguen su agenda revolucionaria a través de la organización social y las elecciones democráticas.
Defienden la campaña presidencial del senador Bernie Sanders, a pesar de que las políticas que la defienden no llegan a democratizar el lugar de trabajo o abolir el capitalismo. Esto se debe a que ven la victoria electoral de un «socialista democrático» declarado y políticas como Medicare para Todos como el comienzo de un largo proceso, pasos necesarios para reemplazar eventualmente el capitalismo con algo mejor.
Muchos de los críticos más izquierdistas del liberalismo no se enmarcan como opositores de los ideales democráticos liberales. Más bien, argumentan que son las únicas personas que pueden reivindicar las mejores promesas del liberalismo.
“Al describir mi propia trayectoria política a menudo hablo sobre la política liberal de mis padres y mi propio viaje de descubrimiento, a través del cual llegué a la conclusión de que sus ideales liberales no podían lograrse por medios liberales, sino que requería algo más radical y más marxista”, escribe Frase (21). «Eso es lo que yo llamaría socialismo, o incluso comunismo, que para mí es el horizonte final».
El
desafío de la derecha al liberalismo
El ataque de la derecha al liberalismo es aún más radical que el de la izquierda.
Los antiliberales conservadores cuestionan no solo la libertad en la esfera económica, sino el valor de la democracia pluralista en sí misma, argumentando que los ideales liberales centrales sobre la tolerancia y la igualdad en realidad producen una forma insidiosa de tiranía que destruye las comunidades y amortigua el espíritu humano.
Los principales defensores de este punto de vista son en gran medida (aunque no exclusivamente) católicos; muchos se basan en la larga tradición de su fe del pensamiento antiliberal. Tienen una pequeña presencia en la academia (por ejemplo, el teórico político de Notre Dame, Patrick Deneen, y el estudioso legal de Harvard, Adrian Vermeule), pero son mucho menos visibles en el profesorado que los socialistas.
Los antiliberales de tendencia derechista se encuentran con mayor frecuencia como expertos, en los think tanks conservadores e incluso en las filas de los partidos políticos reales (particularmente en Europa). La publicación cristiana de First Things es un centro particular de actividad mediática para estos antiliberales, como lo es la revista American Conservative. Se pueden encontrar escritores como estos en medios que van desde el New York Times (22) hasta National Review (23) y el New York Post (24). El senador Josh Hawley (R-MO) es un conservador antiliberal; en el extremo derecho, los antiliberales incluyen al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y al miembro polaco del Parlamento Europeo, Ryzard Legutko.
El punto de partida de la derecha es el mismo que el de la izquierda: nuestra sociedad está en una situación desesperada y el liberalismo tiene la culpa. Al igual que la izquierda, ven el mercado sin trabas como parte del problema, una ruptura decisiva con el libertarismo o «liberalismo clásico» favorecido por los conservadores tradicionales del movimiento estadounidense y los derechistas europeos en el molde de Margaret Thatcher (25). La división económica ha producido más que una pequeña lucha interna en las filas conservadoras (26).
Pero los antiliberales conservadores no se contentan con descartar el libertarismo y otras doctrinas económicas liberales. El error real, en su opinión, se remonta aún más atrás, hasta las ideas centrales del liberalismo sobre la libertad y la elección individual.
La premisa fundamental del liberalismo es que el gobierno debe defender la libertad: que las personas deben ser libres de elegir sus caminos en la vida, y que el papel del Estado debe ante todo proteger y permitir el ejercicio de esta libertad. Los críticos conservadores creen que esta imagen liberal básica está enraizada en una visión falsa y empobrecida de la vida humana: no hay, y nunca ha habido, tal cosa como el elegir libremente de los individuos autónomos.
Las
personas reales están incrustadas en las relaciones e identidades
sociales, especialmente en la familia, la fe y la comunidad, sin las
cuales carecen de significado y propósito. El liberalismo eleva la
voluntad del individuo a expensas de estos lazos prepolíticos.
«Durante décadas, nuestra política y cultura han estado dominadas por una filosofía particular de la libertad», escribe Hawley en un ensayo publicado por Christianity Today (27). «Es una filosofía de la liberación de la familia y la tradición, de escapar de Dios y de la comunidad, una filosofía de autocreación y libre elección sin restricciones».
La búsqueda de ganancias erosiona los lazos sociales crea incentivos para que las personas persigan sus propios intereses en lugar de construir familias o integrarse en las comunidades. Los jóvenes abandonan sus pequeños pueblos en busca de carreras y significado en grandes ciudades anónimas, con lo que destruyen el espíritu comunitario que permitió a las personas sentirse felices y seguras. La creciente desigualdad destruye los lazos de solidaridad social, vacía a la clase media y coloca barreras profundas entre los ciudadanos.
Los liberales usan el Estado para tratar de abordar las fallas del mercado, al brindar servicios como pagos de asistencia social y atención médica. Pero tales esfuerzos, argumentan los conservadores, usurpan funciones que solían pertenecer a la comunidad y la iglesia, y debilitan aún más esas fuentes clave de significado e identidad.
«El proyecto político del liberalismo nos está transformando en […] seres cada vez más separados, autónomos y no relacionados, repletos de derechos y definidos por nuestra libertad, pero inseguros, impotentes, temerosos y solos», escribe Deneen, probablemente el más agudo de estos conservadores antiliberales, en su libro Why Liberalism Failed.
Esta destrucción de la comunidad, creen los antiliberales conservadores, se puede ver en los números generales. En las sociedades liberales la asistencia religiosa ha disminuido, los clubes sociales como Elk Lodge están disminuyendo, las tasas de divorcio han aumentado y las tasas de natalidad están disminuyendo. La separación del liberalismo del individuo de la comunidad y la seguridad deja a sus sujetos enojados y solos, de modo que recurren a los demagogos porque nadie más canaliza su ira ante un statu quo fallido.
Pero lo que realmente desencadenó a los reaccionarios antiliberales ha sido la aplicación estatal de las costumbres sociales liberales.
Creen que la neutralidad alardeada del liberalismo (su pretensión de respetar la libertad de todos los ciudadanos de seguir sus propios caminos en la vida) es una farsa. El liberalismo solo puede tolerar verdaderamente los sistemas de creencias que son coherentes con su visión de la libertad e intentará activamente eliminar las cosmovisiones que, según concluye, son hostiles a ese ideal. En el imaginario antiliberal de la derecha, la tolerancia liberal es fundamentalmente intolerante.
De ahí los intentos de obligar al seguro de Hobby Lobby a cubrir el control de la natalidad (28) y a los panaderos cristianos a hacer pasteles para bodas gay (29). De ahí el surgimiento de la «corrección política» y los intentos del movimiento LGBT de desafiar el concepto supuestamente fundamental del género binario. Finalmente, estos conservadores creen, la búsqueda del liberalismo para hacer que todos sean libres podría culminar en la eliminación del cristianismo tradicional y la sociedad conservadora por completo.
«La necesidad de construir una sociedad liberal-democrática […] implica la retirada de la garantía de libertad para aquellos cuyas acciones e intereses son hostiles al [liberalismo]», escribe Legutko, miembro polaco del Parlamento Europeo, en su libro influyente El demonio dentro de la democracia.
Entonces, si el liberalismo es una amenaza mortal para Occidente, ¿cuál es la alternativa de derecha?
En términos generales, hay dos escuelas de pensamiento: localismo y nacionalismo.
La visión localista, defendida por Deneen y el conservador estadounidense Rod Dreher, sugiere que la política nacional no debería ser el foco de la energía de los antiliberales (al menos por el momento). En su lugar abogan por enfocarse en participar en experimentos a pequeña escala y en la construcción de comunidades que puedan restaurar lo que el liberalismo ha destruido, y proporcionar islas de estabilidad para los cristianos tradicionales en medio de la tormenta secular que se desata en todo el país.
«Tales comunidades de práctica se verán cada vez más como faros y hospitales de campaña para aquellos que alguna vez los consideraron peculiares y sospechosos», escribe Deneen. «Del trabajo y ejemplo de formas alternativas de comunidad, en última instancia, podría surgir una experiencia diferente de la vida política».
La visión nacionalista, por el contrario, argumenta a favor de recuperar el Estado y rehacerlo en líneas declaradamente iliberales, construyendo un Estado que reconstruya las comunidades nacionales al oponerse al capital internacional y al liberalismo secular por igual.
El gobierno de Orbán en Hungría es un ejemplo de esta agenda en acción. El líder de Hungría ha prohibido la enseñanza de la «ideología de género» en las universidades (30), tomó medidas enérgicas contra la inmigración no europea, aprobó incentivos financieros destinados a lograr que las mujeres húngaras tengan más bebés y redefinió el régimen de Hungría como una «democracia cristiana» y una «democracia iliberal».
Una
versión aún más radical, defendida de manera más destacada por
Vermeule de Harvard, es algo llamado «integralismo», una
oscura doctrina católica que esencialmente equivale a la abolición
de la distinción Iglesia/Estado y al reemplazo de la democracia
liberal con un régimen católico declarado (31).
Estos integralistas rechazan la etiqueta de «teocracia» para su gobierno ideal (32). Pero sí esperan que el sistema actual pueda transformarse desde dentro, y que el objetivo final sea un Estado que promueva un «Bien Supremo» definido religiosamente en lugar de una autonomía liberal (33).
Vermeule específicamente «espera una integración final efectuada desde dentro de las instituciones», comenzando por influir en las «burocracias de tipo ejecutivo» en lugar de a través de elecciones victoriosas (34). Es una manera de dar forma al futuro, de sentar las bases para un mundo católico después de la «desaparición final del liberalismo».
La
insuficiencia de la respuesta liberal (hasta ahora)
A pesar de todos sus problemas, sigo creyendo en el liberalismo. Sus doctrinas filosóficas centrales son correctas: el objetivo de la política debe ser garantizar que las personas sean libres de vivir de acuerdo con su «plan de vida» (un término tomado de John Rawls, el gigante filosófico liberal del siglo XX) (35). Las instituciones liberales centrales, como una amplia lista de derechos individuales y una economía mixta socialdemócrata, son vitales para el florecimiento humano.
Pero a pesar de mi profunda fe en el liberalismo, recientemente me he sentido más frustrado al leer a otros liberales que a los iliberales que nos atacan.
Muchos liberales modernos, incluidos algunos pensadores brillantes y bien considerados, no parecen estar a la altura de la tarea de defender el liberalismo de su nueva ola de críticos. Se apoyan en viejos argumentos persuasivos en gran medida para otros liberales y hacen poco para contrarrestar la narrativa de la crisis de la que el nuevo iliberalismo obtiene su fuerza. Parece que el liberalismo que tenemos es rancio, debilitado por su victoria en la Guerra Fría y poco dispuesto a lidiar con una oposición muy diferente de lo que le precedió.
El primero de estos argumentos insatisfactorios, que asocio más estrechamente con el psicólogo de Harvard Steven Pinker, es que la narración de un mundo en crisis es simplemente errónea. En cada métrica concebible, el mundo está mejorando: la pobreza extrema está disminuyendo, la esperanza de vida está aumentando, las muertes por la guerra y la violencia están disminuyendo. Si las cosas generalmente van bien, ¿dónde está la necesidad de un cambio radical?
Encuentro que los datos detrás de este punto de vista son persuasivos (36) y de hecho he argumentado que es un caso convincente para un optimismo cauteloso sobre el futuro de la humanidad (37). Sin embargo, no es una defensa particularmente buena del liberalismo en este momento.
La mayor parte de la mejora global actual está ocurriendo en el mundo en desarrollo; los mayores saltos recientes en la esperanza de vida global provienen en gran medida de estos países, incluidos los Estados autoritarios como China. Por el contrario, las condiciones en las democracias liberales más ricas están empeorando en un conjunto de diferentes métricas. Los datos sobre la mejora global difícilmente justifican el liberalismo en sus bastiones históricos.
Incluso si aceptamos que el liberalismo es responsable de las mejoras para las personas que viven en las economías en desarrollo, no está claro si puede mantener este progreso. El daño causado por nuestros nuevos demagogos y la amenaza inminente del cambio climático podrían terminar revirtiendo el progreso mundial contra la muerte prematura y la pobreza.
Pero lo más fundamental es que los defensores del liberalismo necesitan conocer a las personas donde están. A pesar de las métricas de Pinker, mucha gente realmente siente que el statu quo político les está fallando. Los iliberales están explicando por qué; los liberales están tratando de disuadirlos. Esto no funcionará, no importa cuántas estadísticas sobre mortalidad infantil en el defiendan los liberales para el África subsahariana.
El segundo argumento liberal insatisfactorio es que el liberalismo puede no ser perfecto, pero tiene una larga historia de correcciones. Este es uno de los argumentos centrales en A Thousand Small Sanities, de Adam Gopnik, la defensa de su liberalismo corresponde a la ciudad de Nueva York (38).
“La liberación de las mujeres, la emancipación de los esclavos y luego de los oprimidos racialmente, el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales: estos son todos los logros únicos de los Estados liberales, diseñados por activistas liberales, todas cosas que nunca antes habían sucedido en la historia «, escribe Gopnik.
Pero decir que el liberalismo puede repararse a sí mismo no es lo mismo que explicar cómo puede hacerlo ahora. La victoria de las sufragistas es un consuelo frío para las mujeres que luchan por la igualdad salarial; afirmar que el liberalismo abolió las leyes Jim Crow no hace nada para decirnos cómo solucionará las nuevas leyes Jim Crow (39). El argumento de Gopnik es más un testimonio de fe en el liberalismo que un esfuerzo para trazar un camino a través de la crisis actual.
La tercera y última respuesta liberal insatisfactoria, la que más me frustra, es arremeter contra los enemigos equivocados.
Uno de los géneros más comunes en la sabiduría estadounidense moderna es el ataque a la «política de identidad» y la «corrección política» (40). Los defensores del liberalismo, tanto en la centro-izquierda como en la centro-derecha, con frecuencia señalan a los jóvenes y universitarios de hoy en día, con sus «advertencias anticipadas» y «espacios seguros» y pronombres neutrales de género, como una amenaza inminente para la libertad de expresión y los valores liberales centrales – la punta de la lanza dirigida a la izquierda multicultural.
Libros como The Once and Future Liberal (41), la obra post-Trump del profesor de Columbia Mark Lilla, que defiende la necesidad de ir más allá del «liberalismo de la identidad»; los ensayistas liberales advierten que los practicantes de la «política de identidad» están corroyendo el alma del liberalismo estadounidense.
«La extrema izquierda moderna ha tomado prestada la crítica marxista del liberalismo y ha sustituido las identidades de raza y género por las económicas», escribió Jonathan Chait en un artículo de 2015 publicado en la revista New York (42). «Aunque políticamente menos amenazante que el conservadurismo (la extrema derecha aún tiene mucho más poder en la vida estadounidense), la izquierda es en realidad filosóficamente más amenazante. Es un credo antidemocrático».
Pero hay poca evidencia persuasiva de que los jóvenes activistas de izquierda de Estados Unidos se estén volviendo contra la libertad de expresión u otros valores liberales centrales (43). El argumento también revela un malentendido de la relación entre la política de identidad y el marxismo (44), así como una subestimación del grado en que el antiliberalismo de derecha se ha convertido en parte del moderna del Partido Republicano.
Lo más importante, la guerra liberal contra las políticas de identidad es un error filosófico. No entiende la creciente energía que rodea los problemas de identidad como una amenaza para el liberalismo cuando en realidad está sembrando las semillas de la renovación liberal.
Una de las fuentes históricas para fortalecer el liberalismo es ver el mundo tal como es, adaptando sus doctrinas para adaptarse a las realidades cambiantes en lugar de tratar de hacer que el mundo se ajuste a una versión anterior del liberalismo. Los liberales modernos deben hacer lo mismo con los problemas planteados por sus críticos actuales. Ellos, nosotros, debemos reconocer que existen serias fallas en el liberalismo tal como existe. Los izquierdistas tienen razón en que la fe neoliberal en el mercado era demasiado devota; los conservadores tienen razón en que los liberales han sido demasiado desatentos con la importancia de la comunidad.
Pero la adaptación liberal al cambio no es simplemente un proceso de autoflagelación. También implica identificar qué nuevas ideas están surgiendo que se pueden adaptar para fortalecer el liberalismo, identificando las materias primas para generar nuevos movimientos y visiones liberales entusiastas. El enfoque obsesivo de un puñado de organizadores y profesores universitarios demasiado ansiosos es un error (45); oscurece el hecho innegable de que la organización en torno a la identidad de un grupo ha ayudado a crear una serie de movimientos políticos vitales que defienden los componentes centrales del liberalismo.
Piensen en el Movimiento por las Vidas Negras, dedicado a los ideales liberales de igualdad de ciudadanía y no coerción. Piensen en el hecho de que aproximadamente 4 millones de estadounidenses en todo el país asistieron a las Marchas de las Mujeres de 2017 (46) utilizando un llamado a la igualdad de las mujeres como un medio para organizarse en general contra la amenaza de Trump a la democracia estadounidense.
Piensen en el papel del movimiento #MeToo en la lucha contra una fuente generalizada de falta de libertad y desigualdad. Piensen en la reacción violenta a la prohibición de viajes de Trump y las separaciones familiares, cómo los jóvenes de todo el mundo están utilizando su identidad generacional para movilizarse en torno al cambio climático (47) y cómo las leyes destinadas a reprimir a los votantes minoritarios se han convertido en un grito de guerra por la defensa de elecciones libres y justas (48).
Las personas que realizan el trabajo para defender la igualdad, la libertad y la democracia hoy basan su activismo en las experiencias de grupos de identidad específicos. Tienden a utilizar opresiones específicas como punto de partida, entrelazando las experiencias de diferentes grupos en un tapiz de solidaridad. El particularismo no es aislar, sino más bien un medio para generar una crítica amplia de las desigualdades sociales que pueden mejorar la democracia para todos.
Los liberales no tendrán éxito al poner a prueba a los activistas que se preocupan por la opresión de sus propias comunidades. Tienen éxito al desarrollar una visión del liberalismo que aprovecha la energía y el sentido de injusticia de los activistas.
La defensa del liberalismo comienza por reconocer que hay una crisis, que los antiliberales se afirman una vez más intelectualmente de una manera que debería preocupar a los defensores del liberalismo. Triunfará al ver el mundo tal como es, y al cambiar el liberalismo para enfrentarlo, no al insistir en argumentos mucho más allá de su fecha de vencimiento.
Notas:
1. https://www.ft.com/content/
3. https://
4. https://plato.stanford.edu/
8. http://www.oecd.org/social/
13. https://link.springer.com/
16. https://www.vox.com/2018/7/29/
17. https://academic.oup.com/cpe/
20. https://jacobinmag.com/2017/
21. https://jacobinmag.com/2017/
23. https://www.nationalreview.
24. https://www.firstthings.com/
25. https://www.biography.com/
26. https://www.firstthings.com/
27.https://www.
28. https://www.vox.com/2014/6/30/
31. https://www.
32. https://providencemag.com/
33.https://thejosias.com/2015/
34. https://thejosias.com/2018/03/
36. https://www.vox.com/2015/7/13/
39. https://www.nytimes.com/2018/
40.https://www.vox.com/policy-
43.https://www.vox.com/policy-
44. https://crookedtimber.org/
45.https://www.vox.com/policy-
46.https://www.washingtonpost.