Traducción del italiano: Gonzalo Hernández Baptista
¿Qué le ha sucedido al movimiento contra la guerra, que explotó en 2003 movilizando a millones de personas en todo el mundo occidental, hasta el punto de que el New York Times lo definiera como «la segunda superpotencia»?
Lo que sucede es que nunca ha sido un verdadero movimiento, sino el espasmo de un día, una intentona espontánea y desesperada de los ciudadanos de cualquier matiz político para detener la guerra.
Se concibió, si se quiere, como un golpe preventivo contra una guerra que la gente instintivamente sabía que se basaba en un montón de mentiras. El día en que la guerra empezó en serio, las movilizaciones en contra se perdieron. Los ciudadanos, desmoralizados por el propio fracaso, no han encontrado de nuevo la fuerza para bajar a las calles numerosos. Igualmente, en el quinto aniversario de esta ocupación cruel e inmoral, los datos que nos llegan de Iraq son dramáticos: más de un millón de civiles muertos y más de otros tantos heridos, tres millones de prófugos refugiados en los países colindantes, una disolución completa de las infraestructuras sociales del país y una balcanización evidente.
Ante todo esto, es muda la respuesta de los ciudadanos de Norteamérica y de Europa. ¿Por qué? No hay solidaridad con los iraquíes. Son árabes, en su mayoría islámicos: y la onda de islamofobia que ha barrido el mundo occidental ha llevado a la deshumanización de quienes han perdido la vida.
Lo mismo sucedió cuando el colonialismo europeo de los siglos XVIII y XIX conquistó el Magreb. Las atrocidades cometidas por los italianos en Libia y el ahorcamiento público del líder rebelde Sheikn Mukhtar no suscitaron ninguna emoción en Italia. Los franceses dejaron pasar demasiado tiempo antes de empezar a protestar contra la guerra de Argelia. Ejemplos hay muchos. La «fiebre civilizadora», hoy como ayer, ha desmovilizado la opinión pública occidental. Además, los grupos que resisten a la ocupación en Iraq tienden a ser religiosos (también hay otros): y los movimientos de los trabajadores o en cualquier forma progresistas en la Europa occidental, cada vez más en crisis, se muestran indiferentes al destino de aquellos -como se muestran indiferentes al destino de los palestinos-.
Todo esto es, en buena medida, el reflejo de cuanto está sucediendo dentro de Occidente. Porque, aunque en los últimos cuatro años a duras penas se puede decir que ha existido un movimiento contra la guerra, una mayoría de los ciudadanos de Norteamérica y de Europa está todavía a favor de la retirada de las tropas extranjeras en Iraq: pero el poder político establecido no escucha sus voces.
Hay una crisis creciente que representa la política de Occidente. La democracia se vacía de significado. En la campaña electoral estadounidense ambos candidatos demócratas se han manifestado públicamente a favor de la retirada de las tropas, pero en privado tranquilizan a los militares confirmando que en realidad no pretenden retirarse, pero deben decirlo porque la gente está descontenta.
Por último, en los Estados Unidos no hay un servicio militar obligatorio y esto comporta que a la mayor parte de la población la guerra no le toque directamente. Las familias de los militares contrarios a la guerra son un serio grupo de presión. En vez de las quintas de servicio, los Estados Unidos han reclutado mercenarios de todo el mundo: cinco mil ugandeses, millones de centroamericanos, sudafricanos y otros tantos a los que se les paga según esté el precio en el mercado para combatir en Iraq. ¿A quién le importa si mueren? Es un riesgo que asumen para conseguir dinero y la ciudadanía norteamericana.
Es un cuadro siniestro que debería motivar alguna que otra reflexión entre los ciudadanos de Occidente.
Gonzalo Hernández Batista es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores y la fuente.
URL original de este artículo:
http://ilmanifesto.it/Quotidian