Pero la culpa no es de los árbitros como la mayoría de los medios se ha apresurado a denunciar. Quien genera la pestilencia que envuelve al Mundial de Fútbol y al fútbol en general es la FIFA, esa Federación Internacional de Fútbol Asociado que rige los destinos del balón y que, desde hace demasiados años, […]
Pero la culpa no es de los árbitros como la mayoría de los medios se ha apresurado a denunciar. Quien genera la pestilencia que envuelve al Mundial de Fútbol y al fútbol en general es la FIFA, esa Federación Internacional de Fútbol Asociado que rige los destinos del balón y que, desde hace demasiados años, entre otros graves desmanes que desvirtúan el que fuera el deporte más popular del mundo (y uso el tiempo pasado no porque haya perdido popularidad, sino porque cada vez se parece menos a un deporte), sigue cerrilmente empecinada en ignorar el uso de la imagen para ayudar al arbitraje y contribuir, en consecuencia, a la justicia de sus fallos.
Que un árbitro, solo en un campo de juego de más de cien metros de largo y sesenta de ancho, rodeado de jugadores que, con frecuencia, le restan visión, atento siempre a lo que ocurre delante y a sus espaldas, y con la sola ayuda de dos jueces de banda sujetos a las mismos inconvenientes, no advierta que un balón bote dentro de una portería o que un jugador marque en fuera de juego, no será habitual pero si es comprensible.
Lo que resulta inadmisible es que disponiéndose de la tecnología capaz de aclarar si el balón botó dentro o fuera de la portería o el jugador estaba o no en fuera de juego, entre otros casos, para ayudar al arbitraje, así sea en jugadas puntuales o en las competencias más importantes, la FIFA, siga negándose a contribuir con la justicia por la buena salud de ese deporte que dirige, preocupada, sobre todo, por la buena marcha del negocio que administra.
La desnaturalización del presente mundial comenzó antes de que en Sudáfrica echara a rodar el balón. Una selección, la francesa, que nunca debió estar por haber conseguido su clasificación por un gol, el logrado a última hora por los galos ante Irlanda y en el que se produjeron hasta tres irregularidades, no importa haberlo puesto de manifiesto las imágenes, pudo llegar a la fase final del mundial, sin que la FIFA respondiera a las lógicas demandas, para hacer el mayor ridículo de su historia. Irlanda lo disfrutó por televisión.
Ingleses y alemanes veían ayer, al igual que los miles de espectadores que asistieron al partido o los millones de aficionados que siguieron el juego por televisión, cómo la pelota botaba dentro de la portería alemana. Era el empate a dos y el comienzo de nuevo de un partido que, hasta entonces, había estado ganando Alemania. Sólo dos personas tenían prohibido verlo en pantalla gigante y hasta repetidamente: el árbitro y su juez de línea. El gol fue declarado inexistente. Horas más tarde se repetía la historia. Argentinos y mexicanos veían, al igual que miles de espectadores y millones de aficionados por televisión, cómo el primer gol de Argentina era conseguido en claro fuera de juego. Era el gol que rompía la igualada y que, además, sacó de quicio a México. Sólo dos personas, el árbitro y su asistente, seguían teniendo prohibido valerse de las imágenes para mejor hacer su labor: impartir justicia.
Y no han sido los únicos partidos en los que las imágenes han desmentido sus fallos. Tampoco el único mundial de fútbol, y lo cito por ser la competencia más importante en este deporte, en el que se han dado por buenos goles inexistentes o se han reenviado al limbo goles inobjetables.
Prácticamente en todas las disciplinas deportivas se han introducido los cambios que la tecnología audiovisual permite: el rugby estadounidense, el tenis, el baloncesto, el atletismo…
¿Por qué no en el fútbol? ¿Por qué ese empeño de la FIFA en recompensar errores tan groseros y tan fácilmente reparables? ¿Por qué esa obstinación de la FIFA en desalentar empeños y sacrificios de quienes constituyen el alma de este deporte, y hablo de los futbolistas? ¿Y es que no genera violencia en uno de los deportes que más la sufre, que pueda perpetrarse un atraco deportivo de semejante magnitud sin que su órgano rector haga nada por impedirlo y tanto por tolerarlo?
Tampoco voy a molestarme en responder las objeciones, que las hay, a la imprescindible incorporación de la imagen al arbitraje de un partido de fútbol en cualquiera de las muchas formas en que puede hacerse, porque no hay una que resista el peso de una sola neurona. Cierto que, suele ocurrir, el mejor cerebro tampoco vale una chequera, y la FIFA y sus representantes, si de algo saben, es de eso… de nEUROnas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR