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Sales y soles

El mundo a primera vista

Fuentes: Gara

Lier no ha cumplido aún los cuatro años pero se asoma a la vida con una lucidez e incredulidad que asustan, incomodan. No para de hablar, cuando la norma y el sentido común recomiendan quedarse callado. No deja de preguntar, en lugar de mirar para otro lado. Malos hábitos, malas costumbres, para un recién llegado. […]

Lier no ha cumplido aún los cuatro años pero se asoma a la vida con una lucidez e incredulidad que asustan, incomodan. No para de hablar, cuando la norma y el sentido común recomiendan quedarse callado. No deja de preguntar, en lugar de mirar para otro lado. Malos hábitos, malas costumbres, para un recién llegado. La inocencia infantil no reconoce límites ni autoridades, no responde a intereses ni favores. Quizás por eso crecemos, maduramos y nos pudrimos tan rápido, quizás por eso ya casi nacemos culpables mientras no se demuestre lo contrario.

Vemos las cosas como somos. Y si fuéramos niños, inocentes… Acerquémonos, por ejemplo, al cambio climático. Hace unos meses, regresábamos en tren a Bilbao y, a la altura de Llodio, una enorme factoría, vieja y sucia, acaparó por unos segundos nuestra vista. «¿Qué es eso?», preguntó Lier a su madre, sorprendido por el gigante. «Una fábrica de cemento», contestó ella. «No, no», replicó de inmediato el crío. «Es una fábrica de humo». Dos altísimas chimeneas pintaban de gris el cielo en ese preciso instante.

Vemos las cosas como somos. Y si fuéramos niñas, inocentes… Pienso ahora en Aminetu Haidar, postrada en su silla de ruedas, atrapada en el aeropuerto, muerta de hambre, y recuerdo uno de esos cuentos con los que duerme Lier. Érase una vez un circo, arranca esa historia que, entre otros animales, muestra a un majestuoso león encerrado en su jaula. «¿Qué ha hecho?», suelta Lier de repente, señalando con su dedo al rey de la selva. ¿Cómo explicarle?