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El mundo agobiante de Kafka

Fuentes: Rebelión

Hace un siglo atrás, en 1912, Franz Kafka escribió su primer libro «Contemplaciones», mucho antes que «La condena», «La metamorfosis», «El proceso» y «El castillo». Pero, en realidad, ¿quién fue este atormentado escritor checo de origen judío, que nos dejó una obra literaria sin parangón en las letras universales?

Franz kafka, sin duda alguna, es uno de los escritores más trascendentales del siglo XX. Nació en un suburbio de Praga, el 3 de julio de 1883, asediado por tres grupos humanos que eran incompatibles entre sí: los judíos y su ghetto medieval, los checos y su situación trágica, y la aristocracia austro-alemana con dominio político-cultural. De modo que Kafka, hasta los 18 años de edad, vivió -sobrevivió- con una duda de identidad. ¿Era alemán, Checoslovaco o judío? ¿Escribiría sus libros en checo o en alemán, en una época en la cual no era frecuente la traducción de libros en lenguas opuestas? Él mismo, refiriéndose a esta realidad caótica, escribió: «Viví entre tres imposibilidades: la imposibilidad de no escribir, la de escribir en alemán, la de escribir en otro idioma, la de escribir. Era pues una literatura imposible por todos sus costados». Sin embargo, con la mirada puesta en el cosmopolitismo berlinés y lejos del provincianismo barroco de Praga, decidió escribir en alemán y en un ámbito mayoritariamente checo.

Kafka se valió de la literatura para liberarse del laberinto de su «ciudad maldita» y del ambiente familiar que lo asfixiaba. En el arte de la palabra escrita volcó su personalidad y talento. Por ejemplo, cuando aún era estudiante de leyes, escribió clandestinamente relatos que, a través de símbolos e imágenes, canalizaban su fuero interno; quizás por eso, «la ficción de Kafka es tan cruda que es demasiado fiel para ser real y demasiado real para ser verídica».

El tema central de su narrativa refleja su mundo onírico y la quiebra de la figura humana, muchas veces, arrastrada al límite de las pesadillas y el fatalismo inexorable. Es decir, Kafka es el protagonista de sus novelas y relatos. Nadie como él se adelantó tanto a la filosofía existencialista de Sartre, y a descubrir la angustia del hombre moderno ante el poder omnipotente, ni siquiera George Orwell en su maravilloso libro «1984».

En «La Metamorfosis», que marca el punto de arranque de su vocación literaria, nos relata la inquietante historia de Gregorio Samsa, quien, convertido en un monstruoso insecto, camina por las paredes y el techo, hasta que se convence que está por demás entre los suyos y decide autoeliminarse; en «América», su héroe es un adolescente pobre y raquítico, que discurre por un mundo atestado de millonarios y marineros; en «El proceso», otra obra esencial del autor, cuestiona la sociedad burguesa y la sumisión de las clases bajas a la burocracia sobornable del Estado capitalista; y en «El castillo» erige un monumento literario a una ciudad imaginaria de mujeres, en la cual, empero, no revela sus visitas a las prostitutas de Praga y sus relaciones íntimas con una camarera, «por cuyo cuerpo cabalgaron cientos de hombres». Además, entre su vasta producción literaria, huelga mencionar su famosa «Carta al padre», redactada un lustro antes de su muerte.

Kafka vivió desde siempre en el mundo de los adultos, acogido en el miedo, la melancolía y el silencio. Nunca hubo armonía entre él y su universo familiar, presidido por su padre jupiteriano, cuyo autoritarismo le hacía sentir ganas de diluirse o esfumarse. En la «Carta al padre» se puede leer: «… me sentía anonadado ante la simple presencia de tu cuerpo… El mío es escuálido, canijo, enclenque; el tuyo, vigoroso, corpulento, bien formado…». Su padre representaba la ley, sentado en una suerte de trono inamovible, mientras él representaba al espíritu sensible. «…Soy persona retraída, callada, insociable y descontenta…», confiesa en otro de los párrafos.

Detestó la escuela con tanta fuerza como detestó la tiranía de su padre, puesto que ambos intentaron transformarlo violentamente en otro individuo diferente al que era. No obstante, Kafka se educó en los centros docentes más prestigiosos de Praga. En 1906 obtuvo el título de Doctor en Derecho y en octubre de 1907 ingresó a trabajar en la compañía de seguros Assicurazioni Generali, y, unos meses más tarde, en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo, en la que permaneció hasta su jubilación anticipada y voluntaria, ocurrida en julio de 1922, dos años antes de su muerte. De ahí que la vida de Kafka fue similar a la de cualquier otro funcionario público, sometido a la irracionalidad de los horarios y a las sofocantes sinuosidades de la burocracia austro-húngara.

Este escritor taciturno y humano, conmovido por los desastres de la Primera Guerra Mundial, es considerado el padre de la novela moderna, no sólo porque influyó en los escritores de los últimos cincuenta años, sino también porque tuvo la capacidad de fundir lo real con lo irreal. «La imaginación adormecida de la novela del siglo XIX fue despertada súbitamente por Franz Kafka -escribió Milán Kundera-, que consiguió que los superrealistas le reclamaran sin éxito. La fusión del sueño y de lo real. En efecto, ésta es una antigua ambición estética de la novela, representada ya por Novalis, pero que exige el arte de una alquimia que sólo Kafka ha descubierto».

Kafka nunca llegó a ser sionista. Se convirtió al socialismo cuando aún era joven. Simpatizó con la revolución rusa y participó activamente en los aniversarios y mítines de los anarquistas. Conoció a varios dirigentes del entonces Partido Comunista, entre ellos a Stanislav Neumann, director de la revista «Kmen», quien publicó su primer relato traducido al checo.

Por otro lado, la vida de este genio de Praga tenía un extraño paralelismo con la de Karl Marx: los dos eran judíos y estudiaron Derecho, los dos se educaron en la tónica de la escuela alemana y manifestaron su intelecto a través de la literatura, los dos tuvieron conflictos con sus padres y escribieron epístolas que, con el transcurso del tiempo, se trocaron en indiscutibles documentos para la reconstrucción de sus vidas.

Tras la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de «democracias populares» en Europa Central, la ex Unión Soviética introdujo en Checoslovaquia, de manera rígida y dogmática, los principios del «realismo social», que transformó la literatura en una especie de cámara fotográfica. Y, como era de suponer, el establecimiento de estas nuevas normas de creación artística, por medio de censuras y decretos, condenó al olvido a varios escritores, entre ellos a Franz Kafka, cuyas obras fueron tildadas de «pesimistas y antirrealistas», y él de escritor «decadente y burgués». Por lo tanto, su nombre se mantuvo en silencio hasta la desaparición de la Era estalinista y el posterior proceso de democratización iniciado por la «perestroika». Mas estos cambios no fueron suficientes para reivindicarlo plenamente, puesto que en Eslovaquia, hasta mucho después, se lo siguió ignorando so pretexto de que escribió en alemán y que, por lo tanto, su literatura, al no ser checa ni eslovaca, no merecía sino sólo unas cuantas líneas en los libros de texto.

Kafka permaneció en Praga hasta 1917. Cuando viajó al exterior se sintió como un gorrión liberado de una jaula, porque antes no había disfrutado de otros aires y paisajes diferentes a los de su ciudad natal. T iempo después, la tuberculosis, cuyos primeros síntomas se manifestaron en el vértice de sus pulmones, le provocó la muerte en un sanatorio de Kierling, próximo a Viena, el 3 de junio de 1924. En síntesis, en Franz Kafka se cumplió el conocido proverbio que reza: «Nadie es profeta en su propia tierra»…

Víctor Montoya es Escrtitor, periodista y pedagogo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.