En la década de los ochenta del siglo pasado, el filósofo francés Gilles Lipovetsky intentaba explicar la mutación histórica experimentada en la edad del consumo masificado. Según él, la nueva fase del individualismo occidental se expresaba en el proceso de personalización (procès de personnalisation) que implicaba por un lado, la exacerbación de los valores de […]
En la década de los ochenta del siglo pasado, el filósofo francés Gilles Lipovetsky intentaba explicar la mutación histórica experimentada en la edad del consumo masificado. Según él, la nueva fase del individualismo occidental se expresaba en el proceso de personalización (procès de personnalisation) que implicaba por un lado, la exacerbación de los valores de la sociedad burguesa y, por el otro, el advenimiento del narcisismo. En ese sentido, el discurso de la seducción no sólo estimulaba el paroxismo del consumo sino que además reforzaba la apatía de las masas.
Por aquellos días, Lipovetsky ya señalaba el papel de la política en la era del espectáculo, esto es, la ligereza con que eran tomados los postulados ideológicos por parte de los políticos profesionales pues la política ya había sido colonizada por lo económico, por consiguiente, la política ya no era más un espacio de lucha sino un «escaparate de marionetas». No obstante que el texto de Lipovetsky mostró de manera nítida el carácter permisivo del capitalismo -ahora bajo un aura hedonista- y criticó la función de la racionalidad funcional (rationalité fonctionnelle) en las sociedades contemporáneas, paradójicamente, pasó por alto la potencialidad de las racionalidades contra-hegemónicas [1] . De ahí que, en este nuevo siglo, obras como las que nos legó el pensador bahiano Milton Almeida dos Santos no son solamente esperanzadoras sino necesarias.
Poco tiempo antes de su muerte, Milton Santos había redactado un pequeño texto sobre la lógica de la globalización. Allí, el autor enfatizaba tres rasgos del mundo globalizado. El mundo como fábula, como perversidad y como posibilidad. En ese sentido, no resulta extraño que desde el primer momento, Santos hiciera frente al vector principal de la dominación: la ideología. Para él, el papel que desempeña la ideología en la producción, la difusión, reproducción y consolidación de la globalización es axial en la construcción de imágenes y horizontes reificatorios. A diferencia de Lipovetsky, quien parece sólo estar preocupado por lo que sucede en la «política de los de arriba»; Santos se esfuerza en entender la fuerza de la política de «los de abajo».
El libro está compuesto por seis secciones. En la primera parte, el autor esclarece algunos mitos que se han divulgado sobre la irreversibilidad de la globalización. Éstos son: la desaparición del Estado, el fin de los meta-relatos y la supuesta veracidad en la era de la información [2] . No obstante que se proclama «la muerte del Estado», la realidad muestra su fortalecimiento para resguardar la seguridad de las finanzas internacionales y para la aplicación de políticas que beneficien a los consorcios multinacionales.
La segunda parte da cuenta de la íntima relación entablada entre el estado de las técnicas y el estado de la política. La internacionalización del sistema capitalista ha creado condiciones donde conceptos como tiempo y espacio se han unificado en función de la lógica del plus-valor, en otras palabras, «sin el plus-valor y sin la unicidad de tiempo, la técnica no tendría eficacia» (p. 27). Al respecto, Santos distingue entre «fluidez potencial» -aquella que nos propone qué podríamos hacer- y «fluidez efectiva» -aquella que nos indica qué podemos hacer-. Es la distinción entre potentia y acto. En otras palabras, la técnica nos posibilita hacer transferencias inter-bancarias, de invertir en la bolsa, de comprar acciones, de viajar de Londres a Malí. Sin embargo: ¿quién puede? Por consiguiente, la fluidez potencial es efectiva para la clase dominante pues es la única que puede adquirir y participar en la comunicación -como diría Niklas Luhmann.
La tercera parte se enfoca en la tiranía establecida por la (des)información y el dinero, y sustentada en los valores de la ideología burguesa: la competitividad y la acumulación en sí. Efectivamente, la información que nos llega a través de los mass media no proviene de las interacciones entre personas sino que es de suyo una interpretación interesada de los hechos. Simultáneamente, la publicidad gana terreno en la formación del consumidor y en el detrimento de la figura del ciudadano. Cabe hacer mención que Santos analiza la violencia estructural como resultado de la época de «globalitarismos, en ese sentido, el imperio del consumo va de la par con la dinámica del sistema que estimula la ética de la competencia.
La cuarta parte analiza el territorio no sólo como categoría geográfica sino como noción socio-histórica. Para Santos, el territorio no es sólo el resultado de la superposición de un conjunto de elementos naturales sino también implica el conjunto de sistemas creados por el hombre. En ese sentido, el territorio implica una población determinada, de ahí que cuando se habla de territorio se debe entender el uso que hace de éste una población específica.
Actualmente, la lógica del capital ha impuesto sobre la vida de los habitantes la ética de la acumulación y de la mezquindad. Devorando los recursos, contaminando el cielo, el aire, el agua, las firmas multinacionales afectan la configuración territorial de los pueblos. Imponen su dinámica y su temporalidad (Santos nos habla de un reloj único, es decir, la del capital) sobre las múltiples temporalidades de las culturas locales, generando una «esquizofrenia de los lugares» [3] donde los sujetos tienen que lidiar con los vectores de la globalización y con las secuelas producidas por dicha globalización: agudización de las tensiones sociales, pobreza, marginación, etc.
La quinta parte enfatiza el papel de las racionalidades creadas «desde abajo» puesto que los pobres se convierten en sujetos de propia liberación -como hace tiempo lo vienen subrayando los teólogos liberacionistas-. Aquí destaca la distinción entre pobreza y miseria puesto que para Santos, la pobreza es una situación de carencia y escases pero donde todavía existen esperanza y lucha; mientras que por miseria se entiende los que han claudicado. Santos contrapone los conceptos de verticalidad y horizontalidad, de just-in-time y cotidianidad, de racionalidad hegemónica y contra-racionalidades para interpretar la contradicción entre la lógica del capital y «las otras» formas de organización de los oprimidos. A la ética de la competencia, se imponen nuevas formas basadas en la ayuda mutua, en la cooperación y en la solidaridad. Incluso, nos advierte Santos que: «la sociabilidad urbana pude ser soslayada por los investigadores en las facultades o en los centros académicos. Pero la ciudad dispuesta a enfrentar el tiempo y el espacio del capital, crea y recrea una cultura con su propio sello que la posibilita para oponerse a los dueños del tiempo y del espacio», pero ahora desde una posición que les permite escapar a los totalitarismos de la racionalidad dominante.
En la última sección, el autor reivindica la pertinencia de la utopía. Apoyado en Alfred Schmidt, Santos sostiene que: «la realidad es, además, todo aquello en lo que todavía no nos hemos tornado, es decir, aquello que nos proyectamos como seres humanos, por medio de los mitos, de las opciones, de las decisiones y de las luchas» (p. 168). Finalmente, Santos pondera el papel de la periferia del sistema capitalista mundial pues dicha periferia se presenta como un nuevo factor dinámico de la historia. En este punto, la cultura popular es un factor clave en la construcción de posibilidades y alternativas al discurso homogeneizante de la globalización neoliberal. La política de los «de abajo», es decir, la de los movimientos sociales (campesinos, ecologistas, obreros, estudiantes, entre otros) es fundamental pues rescata el «espacio» que otrora fuera alienado y deformado por los políticos profesionales así como por el mercado, para ser ejercido por los ciudadanos.
La obra de Milton Santos es crucial para entender la reconfiguración del espacio y del tiempo -así como los conflictos y las tensiones que la atraviesan- y la dinámica que ejerce el capital en la cotidianidad de los sujetos. Sin embargo, lejos de capitular a la ideología del poder que sostiene que no hay otro camino que el establecido por el mercado, Santos valoriza y muestra la fuerza de las luchas de los oprimidos en la construcción de otro mundo y de otra sociedad, es decir, la sociedad post-capitalista.
Luis Martínez Andrade. Sociólogo por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde recibió la distinción Cum Laude. En 2009 recibió el Primer Premio del concurso Internacional de Ensayo «Pensar a Contracorriente».
Notas:
[1] Gilles Lipovetsky, L’ère du vide. Essais sur l’individualisme contemporain, Paris, Gallimard, 1983, p. 121.
[2] Decimos supuesta porque no es difícil observar la forma en que los medios de comunicación (televisión, prensa, radio) por lo general presentan una narrativa tendenciosa que justifica los intereses de las clases dominantes. Baste una manifestación de estudiantes contra el alza de transporte para presentarlos como huestes primitivas o una marcha de amas de casa para presentarlas como terroristas en ciernes. Recomiendo la lectura del libro de Pascual Serrano titulado: Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo para entender la responsabilidad y complicidad de los medios en la consolidación de las injusticias sociales.
[3] Por esquizofrenia del lugar, Santos entiende la lógica dual entre el adentro del lugar (mediada por la técnica) y el mundo del afuera (mediación política).
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