Difícil contestar al detalle la interrogante con que encabezamos estas líneas. Sucede que, zarandeados por trepidantes fuerzas, solemos sufrir lo que llamamos el síndrome del ajedrecista. Bueno, de muchos ajedrecistas aficionados, los cuales no logran columbrar tantas amenazas, tantas variantes como quien observa el tablero por sobre los hombros de los jugadores. Con más abarcadora visión. Pero ¿acaso alguien a más de nosotros, los homo sapiens, está pendiente del “cotejo”, de nuestra existencia? Dios, asegurará más de uno. Y para no golpearnos el pecho en trasnochada pose de ateo –discriminadora por el énfasis teatral –, dejemos asentado el aserto al menos como hipótesis, eso sí: no demostrable ni por la propia teología, que echa mano de la fe, de “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, según el Apóstol Pablo (Hebreos 11:1).
Aterrizando en el mundo tangible, e incluso en el no tangible escrutable por la ciencia, recordemos que una miríada de pensadores se ha planteado la pregunta. Suscribamos su constatación de una realidad escabrosa, así como intentemos con ellos un esbozo de posibles escenarios, menos lesivos a la supervivencia en el planeta en la medida en que, de manera mancomunada, ejecutemos perentorias providencias sugeridas por lúcidas mentes.
Noam Chomsky se muestra agorero: “Tenemos poco tiempo para decidir si la vida humana sobrevivirá”. Alarido este de alguien para quien la época es la más oscura de que se tenga memoria, pues representa un “punto de confluencia de distintas crisis muy graves”, entre las que se incluyen la posibilidad real de guerra nuclear, el acelerado cambio climático (CC), la COVID-19, una gran depresión económica y una contraofensiva racista con los Estados Unidos como epicentro.
“Este es un momento único en la historia de la humanidad, no solo en mi vida. Nunca ha habido un momento en el que haya surgido tal confluencia de crisis y las decisiones al respecto que deban tomarse muy pronto, no se pueden retrasar”, advierte el importante lingüista en entrevista concedida al sitio The Hill, cuya reseña encontramos en Página 12.
No por primera vez el intelectual norteamericano aborda públicamente el tema en estos términos. Las citadas fuentes recuerdan que en abril de 2020 alertó acerca de que los gobiernos se erigen en “el problema y no [en] la solución”, y al respecto de la situación puntual de su país sostuvo que se ve agravada por la condición de “bufones sociópatas” de quienes manejan la administración, con Donald Trump a la cabeza. Deploró una lógica que podría llevar a estados altamente autoritarios y represivos que expandan el manual neoliberal incluso más que ahora”, aunque aclaró que “eso depende de la gente joven” y “de cómo la población mundial reaccione”.
Recientemente se refirió al bochornoso rol adoptado por el magnate-presidente en la gestión de la pandemia y arremetió contra él juzgándolo el “peor criminal de la historia, sin lugar a dudas”. En vehemente tono, el célebre catedrático remató: “Nunca ha habido una figura en la historia política que se haya dedicado tan apasionadamente a destruir los proyectos para la vida humana organizada en la Tierra en el futuro cercano”.
De entre los aldabonazos de Chomsky sobresale el enunciado de que las iniciativas que los ejecutivos lleven adelante para hacer frente al nuevo coronavirus resultarán importantes a corto plazo, pero que las decisiones sobre el CC serán aún más duraderas. “Saldremos de alguna manera de la pandemia pero a un costo terrible, que tiene en su mayoría causas evitables”; sin embargo, “no saldremos del derretimiento de las capas de hielo polar, eso es permanente”. Elemento de un ciclópeo desastre.
Natura herida por (in)humanas manos
Desastre ya en progreso. Desdoblado –meros ejemplos– en la quema de dimensiones épicas de la Amazonía y del Pantanal brasileño –el más extenso humedal tropical del orbe–; en la que está asolando la costa oeste de los Estados Unidos –viviendas, infraestructura urbana calcinadas–, con muertos y lesionados como el más dantesco de los panoramas; en los siniestros de Siberia, nombrados zombies por su capacidad de echar a andar cuando se estiman extinguidos. Todo ello probablemente detonado por negligencia, pero medrando en condiciones de una megatransformación que ha disparado el calor ambiental.
En texto aparecido en CounterPounch y traducido para Rebelión por Sinfo Fernández, Robert Hunziker ensaya concretamente sobre los fuegos en el este del extenso territorio ruso una imagen no por empedrada de vocablos comunes menos impresionante: “Infierno de proporciones monstruosas, a nada comparable en la historia moderna […]”.
Concita suma atención el que “la misma región del planeta famosa por las temperaturas más frías de la historia, registra ahora en verano temperaturas como las de Miami, 38ºC. Debido a esta situación inaudita y sin precedentes, ¿debería incluirse este escenario catastrófico en tiempo real, al estar produciéndose ahora, en las reuniones informativas presidenciales de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) de EE.UU.? No, el presidente no lee. Entonces, ¿debería la NSA verbalizar la catástrofe al presidente? ¿Estás de broma? ¡Te arriesgas a que te despida!”.
Todo lo anterior supone “una señal poderosa e incondicional, especialmente para el grupo de compromiso del Acuerdo de París de 2015, excluyendo a EE.UU., de que el calentamiento global está arrasando y enloqueciendo. Tal vez la asamblea de París 2015 deba volver a convocarse para una reunión ad hoc de emergencia y hacer una revisión de cómo las naciones/Estados individuales están manejando sus compromisos voluntarios para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, porque el cuadro de mando del planeta parece una inmensa cagada
Lo cual entronca con las campanas echadas al vuelo por Chomsky, con énfasis en que las causas de la debacle son abrumadoramente antropogénicas –sí, dependientes de la especie–, y de que urge reducir a cero las emisiones de combustibles fósiles. Porque las igniciones del Ártico en Rusia en junio y julio –qué decir de las anteriormente relacionadas– liberaron “más CO2 que cualquier temporada completa de incendios desde que se llevan a cabo registros, y más CO2 que en toda Escandinavia, y todo ello en solo dos meses. Eso es más que impactante, y representa las emisiones de CO2 a escala nacional emitidas por la naturaleza misma, que ahora compiten frontalmente con todos los compromisos de París 2015”.
Para más inri de los principales responsables, los terrícolas, otros estropicios pululan en andas de despachos de agencias, notas de Internet, artículos de revistas, libros, por doquier. Bástenos uno en calidad de ilustración. Como consecuencia del CC podrían haberse esfumado del globo 28 billones de toneladas de hielo en menos de tres decenios, volumen con que, calcula Thomas Slater, investigador de la Universidad de Leeds traído a colación por Russia Today, se cubriría íntegramente con una capa de 100 metros de espesor la superficie del Reino Unido.
Asombra lo hallado en una primera pesquisa universal, tras las efectuadas en la Antártida y Groenlandia, confesó Andrew Shepherd, de la misma institución y coautor del análisis. “El aumento del nivel del mar ocasionado por el derretimiento de los glaciares y las capas de hielo podría alcanzar un metro a finales de este siglo. Cada centímetro de aumento del nivel del mar significa que alrededor de un millón de personas serán desplazadas de sus tierras bajas”.
Algo como sacado de los más terroríficos filmes de distopías. Con el “aditamento” de que “la mengua del hielo está reduciendo significativamente la capacidad de la Tierra de reflejar la radiación solar de vuelta al espacio, lo que se traduce en un aumento de las temperaturas. De promedio, la temperatura de la superficie planetaria ha aumentado en 0,85ºC desde 1880 y esto se ha amplificado en las regiones polares”, mientras “las temperaturas marítima y atmosférica han aumentado, provocando catastróficas pérdidas de hielo”.
Otros augurios
Presenciaremos el colapso total del orden económico global, espeta a Mariela Daniela Yacar, de Página 12, el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi, de acuerdo con quien esa terminación de ciclo “podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica”, sentencia. En instantes que no son “para conclusiones”, ofrece un alud de criterios cáusticos sobre el contexto, y prevé que lo que resta del poder capitalista intentará imponer un sistema de control tecnototalitario. “Pero la alternativa está aquí y ahora: una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico”, declara dando pábulo al optimismo el también escitor y activista, que aprecia tendencias divergentes.
“De un lado, asistimos al desmoronamiento de los nudos estructurales de la economía. El colapso de la demanda, del consumo, una deflación [en pocas palabras, situación de exceso de oferta que provoca una disminución generalizada de los precios o una recesión económica] de largo plazo que alimenta la crisis de la producción y el desempleo, en una espiral que podemos definir como depresión, pero es algo más que una depresión económica. Es el fin del modelo capitalista, la explosión de muchos conceptos y estructuras que mantienen juntas a las sociedades. Al mismo tiempo asistimos al enorme fortalecimiento del capitalismo de las plataformas y las empresas digitales en su conjunto”.
Ahondando en la espiral anárquica, el interpelado considera que “todas las medidas de estabilización que están intentando las fuerzas políticas de gobierno en Europa como en otros lugares no pueden estabilizar nada en el largo plazo”. El crecimiento, discurre, no volverá mañana ni nunca. La ecosfera terrestre no lo permitirá; no lo está permitiendo. La demanda no se recuperará, no únicamente porque el salario va disminuyendo, sino porque la crisis acarreada por el SARS-CoV-2 no es económica en exclusivo; es además psíquica, mental: una erosión de las esperanzas de futuro.
Óptica explicada coloridamente: “La pandemia marca una ruptura antropológica de una profundidad abismal. Pensemos en el acto más humano de todos: el beso, el acercarse de los labios, el acariciar paulatino y dulce de la lengua al interior de la boca de otro ser humano. Este acto se ha vuelto el más peligroso y antisocial que se pueda imaginar. ¿Qué efecto va a producir esta novedad en el inconsciente colectivo? Una sensibilización fóbica al cuerpo y la piel del otro. Una epidemia de soledad, y por tanto, de depresión […] Tenemos que reinventar la afectividad, el deseo, el tocamiento, el sexo […] Pero lo repito con fuerza: estamos en un umbral, no podemos saber cómo saldremos de la oscilación en la que el inconsciente está capturado”.
Berardi cree que aun aparecida la vacuna las tensiones no amainarán. La infección ha signado el comienzo de una era de debacles globales, a nivel biológico, ambiental, militar. Los retumbos de la dolencia sobre el medio se comportan contradictoriamente asimismo. Si bien se ha experimentado una reducción de los consumos de energía fósil, un bloqueo de la contaminación industrial y urbana, la situación económica obliga a la sociedad a centrarse en los problemas inmediatos y postergar las soluciones de larzo plazo.
“Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los efectos del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos imaginar y proponer la creación de redes comunitarias autónomas que no dependan del principio de provecho y acumulación. Comunidades del sobrevivir frugal”.
Tras sostener que las tendencias actuales (superpoblación, polución, calentamiento global, reducción del espacio habitable, multiplicación de los gastos bélicos, proliferación de las guerras, epidemia psicótica) no implican otra perspectiva realista que el fin de la civilidad, en su opinión ya manifestándose, y de la especie, el meditador se defiende apriorísticamente de la acusación de derrotista, esclareciendo que “antes que nada no soy un adivino”. Y “soy convencido de que el inevitable muchas veces no se realiza porque el imprevisible tiende a prevalecer”.
¿Alternativas?
A despecho de la proclamación de que la pandemia propinó al capitalismo “un golpe a lo Kill Bill”, que mantiene, entre otros, el esloveno Slavoj Žižek, admirable por su valentía para desafiar los saberes institucionalizados, al decir de Atilio Boron, el último señala lo quimérico de esperar que la formación de marras se desplome en breve.
Rememora el teórico latinoamericano que el capitalismo ha mostrado una inusual resiliencia –“precozmente advertida por los clásicos del marxismo”– para procesar las crisis, que no son ni accidentes ni intempestivos desvíos de un recorrido prolijamente preestablecido, sino acontecimientos recurrentes de los que, a falta de una enorme acumulación de fuerzas sociales y políticas socialistas, como sucede hoy, el régimen emerge depurado y vigorizado, con la riqueza más concentrada, monopolios más poderosos y administraciones más serviciales a las clases dominantes.
Sin olvidar el programa máximo, esto es luchar por el advenimiento del “reino de Dios en la Tierra” –y perdonarán el sobado sintagma–, el programa mínimo sería someter a profunda revisión el paradigma de las políticas públicas, empezando por la Sanidad y la Seguridad Social, como preludio sine qua non de la batalla decisiva, la de poner bajo control al pulpo que “asfixia a la economía mundial, provocando recesiones, aumentando el desempleo y disparando a niveles extravagantes la desigualdad económica. Un capital financiero ultra-parasitario que financia y protege a las mafias de ‘guante blanco’ y que, con la complacencia o complicidad de los gobiernos de los capitalismos centrales y las instituciones económicas internacionales, crea las ‘guaridas fiscales’ que facilitan el ocultamiento de sus delitos y la evasión tributaria que empobrece a los estados, debilita a sus gobiernos y los priva de los recursos indispensables para garantizar una vida digna a sus poblaciones. Va de suyo que para llegar a la reconstrucción de ese nuevo orden social primero habrá que derrotar a la pandemia”.
Convengamos pues en lo imprescindible de replantearse los métodos tradicionales de organización popular, y en que la cuestión es no perder la revolución socialista como norte de nuestra brújula. Conservar la estrategia, so pena de que la táctica propuesta no rinda fruto. Pura dialéctica. Mientras tanto, tengamos presente como acicate y guía para la brega que, de existir, el mundo de mañana devendrá (ya deviene) más tétrico que el del presente, si no tomamos medidas urgentes.