En el 2009 se cumplieron 100 años del nacimiento del autor peruano Ciro Alegría.
Una de las grandes voces de la novelística latinoamericana del siglo XX, el peruano Ciro Alegría recibe no sólo el tributo de sus compatriotas, y especialmente de las comunidades originarias a las que hizo protagonistas de su discurso literario, sino de toda lengua española, en la que escribió obras trascendentes como aquella novela emblemática suya: El mundo es ancho y ajeno, en 1941, y es que toda Iberoamérica le rinde homenaje en el centenario de su nacimiento a este autor sensible, que un día y víctima del destierro por sus ideales de izquierda, también residió en Cuba como lo haría en Puerto Rico y en los Estados Unidos.
Los historiadores y críticos literarios lo citan como una de las voces mayores de la llamada corriente neoindigenista en la novela hispanoamericana, y como el antecedente de otro compatriota suyo de igual renombre, José María Arguedas, y es que ambos son parte del patrimonio intangible de los pueblos y culturas de nuestra América.
Sus biógrafos apuntan que allá en los Andes peruanos y en las humildes escuelas en las que cursó la primaria, Ciro Alegría tuvo la suerte de tener también a un maestro muy singular, al gran poeta César Vallejo, y que como él hizo del dolor de su pueblo, de las raíces quechuas de su Perú natal el semillero de su poética.
Largos períodos en la cárcel y el posterior destierro en Chile le permitieron madurar no sólo política e intelectualmente, sino reflexionar y meditar, estructurar como solía narrarlo a los más jóvenes escritores, aquella saga que luego llamó «El mundo es ancho y ajeno» y en la que muchos filólogos hoy quieren subrayar también, desde lo estético de la propuesta literaria, la presencia de lo maravilloso, en personajes, mitos, leyendas y circunstancias de la sierra, al crear esa suerte de atmósfera mágica para su relato.
El enfrentamiento de los pobladores, desde los principios comunitarios de sus ancestros, su lucha desigual con el ejército, el gobierno y sobre todo con el poder real de los gamonales (latifundistas) se expande por aquel universo creado por don Ciro Alegría desde la fabulosa y ficcional (¡¿) se preguntan muchos aldea de Rumi, en las que la vida fluye en medio de las contradicciones y la batalla social, como una novela-río que desborda, aunque no excluye, las circunstancias individuales del relato y los personajes que lo habitan, para devenir un cosmos de sabiduría popular.
Cántico ajeno al exotismo, a la banalidad y a la retórica, mirada profunda a la existencia humana, en su estado límite, personificación en las criaturas animadas e inanimadas de los valores del Perú originario, son algunas de las características de esa novela, la mayor de su escritura, que también acompañó su vida de periodista y desterrado político, sin renunciar a la esperanza de la fe en la justicia.
En medio de la angustia había encontrado esa especie de alterego suyo que fue el protagonista, el líder de aquella comunidad, Rosendo Maqui, a quien encontró como clave para estructurar su novela épica, desesperado como estaba el autor, en medio de la celda, por dar voz a sus personajes: «Me moría de ganas de salir de allí para escribirla». Y así lo hizo, para que hoy su memoria lo perpetuara, no como resultado de la fama, ni de los elogios de un momento, sino por haber contribuido, con su obra a definir el perfil de su país y el trazado también de su historia, aunque todavía y para la mayoría de los pueblos originarios de Perú el mundo resulte ancho y ajeno.
Fuente: http://www.cubarte.cu/paginas/actualidad/opinion.detalle.php?id=9099