El 19 de agosto la policía tomó de nuevo la puerta del Sol en Madrid, cerró las bocas de metro, prohibió el tránsito por el centro de la plaza y desplegó decenas de agentes por los alrededores. Dos días antes, no prohibió una manifestación laica en protesta por los gastos públicos destinados a las Jornadas […]
El 19 de agosto la policía tomó de nuevo la puerta del Sol en Madrid, cerró las bocas de metro, prohibió el tránsito por el centro de la plaza y desplegó decenas de agentes por los alrededores. Dos días antes, no prohibió una manifestación laica en protesta por los gastos públicos destinados a las Jornadas Mundiales de la Juventud (católica), pero permitió que grupos religiosos ocuparan la plaza e increparan a los manifestantes en un claro ejercicio de provocación consentida. Después de la manifestación, los antidisturbios cargaron contra los grupos de manifestantes que quedaban en la plaza una vez puestos los católicos fuera del teatro de operaciones. Según especialistas en resolución de conflictos las fuerzas policiales no estaban desplegadas para proteger a la manifestación laica sino para generar las condiciones que justificarían más tarde una intervención violenta (no se despejaron las estrechas calles de coches, se permitió a los peregrinos rezar e insultar a los manifestantes cuando llegaban a Sol…) Las escenas de violencia policial y provocación católica se han repetido durante todo el encuentro y el constante taca-taca-taca… de un helicóptero ha puesto música celestial a la ciudad tomada.
Madrid ha vuelto a estar en estado de sitio aunque no se haya declarado ningún Estado de excepción. Esta vez no hubo avisos y ningún altavoz anunció «por orden gubernamental no se puede circular…», pero el tránsito se restringió durante días. Se cortó durante unas horas la carretera Nacional II a la llegada del jefe de la iglesia católica, todos los cuerpos de seguridad del Estado, incluida la guardia civil, se movilizaron, los medios de comunicación nacionales se pusieron al servicio de las Jornadas retrasmitiendo en tiempo real todos los acontecimientos religiosos (misas, encuentros con autoridades, celebraciones, vía crucis…). El acontecimiento desplazó de los informativos el hambre en Somalia, la guerra en Libia, los asesinatos de Israel, los bombardeos de la OTAN en Trípoli… Las autoridades nacionales, autonómicas y locales estuvieron presentes en los actos católicos y pusieron a disposición de los participantes todo tipo de recursos públicos: transporte, atención sanitaria, instalaciones educativas, servicios de limpieza, bomberos, servicio de atención de urgencias, etc.
Mientras el Estado se ha desvivido por atender a los jóvenes católicos, miles de ciudadanos pacíficos que hemos seguido movilizándonos para denunciar que los políticos «no nos representan», que en este país «lo llaman democracia y no lo es», que «vuestra crisis no la pagamos» y que «la constitución miente cuando dice que este es un país aconfesional», hemos sido desalojados de los espacios públicos, apaleados, calumniados desde los medios y convertidos en personas que «creyéndose dioses piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos» -según palabras del Papa-, y en «jóvenes sin esperanza«-, según el jefe católico del Estado Español-.
Aparentemente la puesta en escena del Encuentro ha tratado de garantizar la seguridad del jefe de la Iglesia Católica y de sus cohortes de obispos, curas y fieles. Pero la realidad estaba oculta bajo las casullas. Hemos asistido a un golpe encubierto del nacional-catolicismo español con asistencia del exterior.
Se dirá que el Encuentro mundial de la juventud católica estaba ya programado hace tiempo. Efectivamente, hace tiempo que el franquismo y el poder constituido sentían una honda preocupación por lo que ocurría en nuestro país. Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal, y máximo representante de la tradición católica apostólica y romana, se venía quejando de los jóvenes españoles cuyo «desconocimiento de Cristo ha generado en nuestro país fracaso, desconcierto y rebelión». En la visita de Ratzinger a Santiago de Compostela y Barcelona en el 2010 Rouco sentenció: «Hay que volver a evangelizar a una sociedad que ha apostatado» justificó ante los medios las declaraciones del Papa que vinculó el «laicismo agresivo» de este país con el anticlericalismo de la República y aseguró que es «en España donde se juega la batalla decisiva entre fe y razón», al tiempo que publicitaba la creación de un Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Rouco y Ratzinger se entienden en alemán.
Los medios, ayudados por el Centro de Investigaciones Sociológicas -dependiente del gobierno-, han preparado el terreno para la justificación de la Cruzada católica. Han insistido constantemente en la pérdida de vocación, en una juventud creyente pero no practicante, en jóvenes desesperanzados que se alejan de la institución católica. Los datos sociológicos se han presentado en un maridaje armónico con las declaraciones del episcopado. Sin embargo, si la iglesia católica ha sido perfectamente coherente con su tradición en este país, ¿qué es lo que ha hecho coincidir los intereses del Estado gobernado por un partido socialdemócrata y laico con las fuerzas más reaccionarias? ¿Qué ha hecho posible el alineamiento y la implicación del Estado poniendo al servicio de la iglesia y sus huestes los recursos públicos? ¿Qué ha llevado al partido gobernante a asumir los costes electorales que sin duda le pasará la represión policial y el intento fallido de criminalizar al movimiento 15M? Los organizadores del encuentro no han sido los fieles españoles, ha sido una Comisión Mixta formada por el Arzobispado de Madrid, el Estado español, la Comunidad Autónoma de Madrid y el Ayuntamiento. Las Jornadas católicas han sido pues de interés nacional. ¿Cuál era el peligro, la gran amenaza, que reedita la Santa alianza española: el nacionalcatolicismo?
Basta contraponer las características de los jóvenes católicos participantes en las Jornadas con las variables socioeconómicas de la mayoría de los jóvenes de este país para darse cuenta de esos «jóvenes católicos» no representan a los jóvenes españoles sino a una fracción de jóvenes de clase alta. Los peregrinos han recorrido Madrid visitando las iglesias -templos del dios católico- y las tiendas -templos del dios económico-. Era habitual encontrarlos en las tiendas de Lacoste, Nike, Zara, el Corte Inglés… Su hábito era el espejo de su alma: camisetas llenas de etiquetas de las corporaciones patrocinadoras, zapatillas y gafas de marca… No hubiera habido Jornadas católicas sin patrocinio. Apenas un 5% de los «peregrinos» está en paro frente a un 46,5% de jóvenes parados en este país. Su principal actividad además de acudir a los actos religiosos ha sido hacer shopping. Por el contrario, a los jóvenes del 15M los hemos visto construyendo mesas y sillas con materiales reciclados, rechazando el dinero que donaban los vecinos para apoyar la acampada de Sol, negándose a aceptar una lona porque llevaba el logo publicitario de una empresa. Los jóvenes del Encuentro Mundial de la Juventud católica no han venido a reflexionar sobre su fe, no han celebrado encuentros, debates, entrevistas con jóvenes laicos. No han venido a hablar de su iglesia ni a intercambiar sobre la realidad de sus países de origen. Han venido a ver al Papa como si vinieran a un espectáculo musical. «Viva el Papa» y «esta es la juventud del Papa» han sido las consignas más coreadas, casi las únicas. Han venido a recibir las instrucciones de su iglesia piramidal, discriminatoria y sexista, para los próximos años. Han venido para, quizá sin saberlo, prestar su número y su juventud a la cruzada española.
Ha sido, es, una clase social la que siente el peligro. Es la estructura de poder en España, representada -esta vez sí- por la iglesia católica, la que siente temor. También el Estado se siente en peligro. La deslegitimación de los partidos amenaza a todo el sistema político. La crisis no se va a resolver, no tiene salida para el capital si no es a costa de aumentar el expolio, y los españoles no parecen dispuestos a resignarse. No se equivocan Rouco ni el rey católico de España cuando dicen que los jóvenes españoles han perdido la fe. A diferencia de los jóvenes peregrinos, los jóvenes y los no tan jóvenes de este país han perdido la fe en el Capital.
Las movilizaciones del 15 M han continuado expandiéndose, las reivindicaciones y acciones se han ido dotando de contenidos de clase, se han orientado a denunciar el expolio, los recortes sociales frente a la financiación pública de la deuda de los bancos, se denuncia, cada vez con más fuerza, la evidencia de que nuestro sistema político está al servicio del capital y no de las personas. Este sistema ha entrado en crisis y los eslabones más débiles han comenzado a estallar. El estallido no ha sido violento, no se asaltan comercios como en Inglaterra, no se agrede a otros ciudadanos, no se violan las leyes… no es un movimiento excluyente sino inclusivo. Los ciudadanos españoles han dejado de creer: han dejado de tener fe en que la economía vaya a resolver las necesidades básicas, han descubierto que crecimiento económico no es igual a bienestar, que el sistema político no está al servicio del pueblo, que el consumo no es la receta que aliviará sus males, ha descubierto que «lo llaman democracia y no lo es» y buscan ponerle remedio.
La mayor parte de la sociedad busca otro camino. Los jóvenes de este país han decidido dejar de quejarse. Los no tan jóvenes han recuperado la esperanza y han empezado a pensar que no todo está perdido. Una generación entera de desencantados con una Transición que no lo fue hacia una democracia real sino que dio continuidad al franquismo sobre la base del pacto económico y ciertas libertades políticas, se ha sumado a las movilizaciones. Hoy, ante la crisis, la mayoría de los partidos políticos vuelven a reclamar un gran pacto de Estado, no para resolver la crisis sino para controlar a la población y para perpetuar sus privilegios. Los intereses de la institución católica y los del Estado confluyen. Pero de las ruinas del pasado, de los escombros de lo que pudo llegar a ser y no fue, el ángel de la historia extrae también la potencia para construir el futuro.
Desde el 15 de mayo, la sociedad española se sienta en las calles y habla. Debate sobre la situación económica del país, sobre la globalización, sobre el modo de vida, sobre la educación, sobre el sistema político, sobre la memoria, sobre las desigualdades… Todo esto lo hace por cuenta propia, fuera de los canales clásicos -partidos, sindicatos, organizaciones sociales…-, piensa fuera de las instituciones, no tiene caudillos, ni jerarcas, ni representantes ni portavoces. Piensa y sueña en horizontal, «si no nos dejáis soñar no os dejaremos dormir». Nada aterroriza tanto a un Estado -y a un sistema que se cree regido por la voluntad de Dios- como la masa pensante. Por eso, frente a los jóvenes reflexivos del 15 M los jóvenes creyentes del catolicismo. «Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo» -ha dicho el jefe de la iglesia católica en Madrid-. Dios ha hablado por boca del Papa católico. La iglesia española ha hablado por boca del Papa. El Estado español ha hablado por boca de la iglesia.
Las intervenciones del jefe de la iglesia católica han girado en torno a tres ejes: a) La institucionalización. El vínculo indisoluble entre la creencia y la iglesia: «Sin iglesia no hay Cristo» «No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo». ¿No es ésta la misma recomendación que hacen los partidos políticos y el Estado? Que los ciudadanos voten, que los ciudadanos confíen en los partidos y las organizaciones. La democracia es esto, no hay que ponerla adjetivos -decía Esperanza Aguirre cuando el movimiento 15M reclamaba «democracia real ya». En ambos casos la institucionalización como principal instrumento de control. b) El proselitismo activo. El Papa ha insistido en la necesidad de intervenir en los movimientos sociales: es «fundamental» [que los católicos] formen parte de las parroquias, comunidades y movimientos, «De esa amistad con Jesús -dijo el Papa-, nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia» «no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios», -dijo en su primer acto en La Almudena- y después en El Escorial pidió a las monjas ser «radicales frente a quienes rechazan el cristianismo». No cabe duda de que la policía ha oído al Santo padre. También Rubalcaba: escuchar, hacer, explicar (consignas de su campaña electoral). c) La resignación y la esperanza fuera de este mundo. «La cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad», los jóvenes deben «proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren». No cabe duda de que la Iglesia y el Estado español están unidos por intereses comunes. Pensar por su cuenta y no resignarse al sufrimiento, no aceptar el sacrificio que nos espera es el principal pecado del 15 M.
No miente la delegada del gobierno, M. Dolores Carrión, cuando afirma que la actuación de la policía ha sido proporcional y que su intervención «siempre va relacionada con la violencia recibida». La violencia que perciben los poderes públicos es en realidad la de una sociedad que empieza a cuestionar el sistema en el que vive. De la riqueza de lemas y consignas del 15M hay uno que se abre paso cada vez con más fuerza: «el pueblo unido jamás será vencido«. La iglesia y el Estado español cierran filas alrededor de quienes pueden tomar las riendas de nuevo: la religión que restaure la fe (la aceptación del sufrimiento) y la represión física (los cuerpos de seguridad del Estado)
Para los organizadores del Encuentro católico el Papa tuvo unas proféticas palabras: «Dios os premiará con el ciento por uno». El Papa se ha marchado «contento y agradecido» pero seguramente más contentos y agradecidos se hayan quedado la iglesia católica española, el nacional-catolicismo redivivo y el Estado español. Ha sido un verdadero alarde de prepotencia e impunidad. Donde no ha llegado el mensaje papal ha llegado la porra policial. Seguramente confían en que la sociedad española, especialmente la sociedad movilizada, haya recibido el mensaje. Pero este país es testarudo, tiene imaginación y está recuperando la dignidad perdida, camina lento porque se piensa ir lejos. Un grupo del 15M está recogiendo testimonios de «los afectados por el catolicismo».
*Las fotos son de la autora excepto la panorámica de la manifestación laica que fue cedida por Altea Alcalde.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR