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El novio de la muerte

Fuentes: Rebelión

Adolfo Scilingo, 58 años, es el primer extranjero que se enfrenta en España a un juicio por delitos de genocidio, tortura y terrorismo, esto es, por crímenes contra la humanidad. Las atrocidades cometidas por este «caballero» de la Armada argentina durante la última dictadura militar (1976-1983) son tales que se le pide una pena de […]

Adolfo Scilingo, 58 años, es el primer extranjero que se enfrenta en España a un juicio por delitos de genocidio, tortura y terrorismo, esto es, por crímenes contra la humanidad. Las atrocidades cometidas por este «caballero» de la Armada argentina durante la última dictadura militar (1976-1983) son tales que se le pide una pena de 6.600 años de prisión.

Este capitán de navío es un trepa ejemplar. Vivió un rápido ascenso en virtud de sus méritos de guerra. Su campo de batalla: la infame Escuela Mecánica de la Armada, donde aplicaba a los detenidos y detenidas los métodos de tortura aprendidos en la Escuela de las Américas montada por los estadounidenses en la franja del Canal de Panamá.

Este émulo del ardor guerrero cantado por nazis y fascistas es un perfecto ejemplar de novio de la muerte. Mas no porque se enfrente con intrepidez a los riesgos del combate. El suyo es un amor cobarde a la tortura, al asesinato de seres indefensos, al genocidio de su pueblo, a los vuelos de la muerte. ¿Qué se hizo del precepto de no matarás, tan masivamente burlado por estos señores cristianos?

Su amor a la patria se convierte en amor a los bienes de la patria. Su patriotismo se mide por el número de hectáreas de suelo patrio apropiadas.

Circunstancias rocambolescas han contribuido a que este Marte de la crueldad caiga en manos de la justicia española. La expectación despertada por este juicio se debe a su importancia, al precedente que puede sentar para otros genocidas. Después del de Nürenberg, donde se condenó a los principales dirigentes nazis, va a ser el primero en el que se van a juzgar los crímenes contra la humanidad cometidos por los milicos latinoamericanos contra sus pueblos, contra sus hombres, mujeres y niños. De celebrarse, ya pueden poner los demás sus barbas a remojar. Pues, si se atreven a salir de sus países, pueden ser apresados, como el chileno Pinochet, o ahora los argentinos Scilingo y Cavallo. La lista es largísimo. Se extiende desde el Cono Sur hasta el corazón sin sangre de los Kissinger. Rumsfeld y Bush en el Norte de América.

Este intrépido capitán ha intentado eludir el juicio simulando una huelga de hambre en la cárcel. De poco le ha servido. El comienzo del juicio está anunciado para las 10:30.

A las 9:30 ya están tomados los aledaños de la Audiencia Nacional en la Plaza de las Salesas y la calle Génova por numerosos policías y guardias civiles. Una nube de cámaras y fotógrafos de los medios de comunicación nacionales y extranjeros esperan el desembarco del «famoso».

En la sala del juicio hay más periodistas que público. Entre éste, algunos familiares de las victimas, amigos y curiosos amantes de la libertad. Un apuesto y aseado corresponsal de la CNN yanqui inquiere el motivo de nuestra presencia. Contemplar el show, es la escueta respuesta.

Los invitados ocupan rápidamente las escasas sillas asignadas a ellos por los guardianes del orden. Pasa la hora y se alzan los comentarios y temores por la tardanza. Se rumorea que Scilingo pretende la proeza de llevar su propia defensa, con la idea de que luego se invalide el juicio por indefensión. Nada. Se le han asignado dos defensores de oficio. La Armada argentina no le ha podido costear un abogado. Se afirma que entre los numerosos testigos está también su exmujer. Sus amigos quieren que se le juzgue en Argentina, y escapar así a la condena, como sus superiores.

A las 11:30 comunican a la sala que el héroe se ha desmayado en el calabozo. La inquietud aumenta. Por fin, hacia las 12:00, se notifica que los informes de los forenses dan fe de sus buenas condiciones físicas y mentales. Suspiros de alivio y silencio expectante.

A las 12:10 hace su escenificada aparición. La imagen del novio de la muerte no puede ser más patética. El protagonista de los altos vuelos de la muerte entra sin alas, arrastrando los pies, sostenido por dos policías. Con el cuerpo vencido a la derecha, la cabeza desplomada, los ojos desvaídos, las manos envueltas en unos guantes grises de lana, produce la imagen de una piltrafa humana, de un guiñapo. Los policías lo acomodan en una silla, frente al presidente del tribunal. Cada uno se coloca a un costado, para que no se derrumbe.

El secretario lee el informe de los forenses que lo han examinado en el calabozo. El Sr. Scilingo está en perfectas condiciones para someterse a juicio. Sabe dónde está y para qué está aquí. El juez le pregunta por su nombre, si lo oye, y un par de formalidades más. El otrora gallardo capitán, ahora encogido, arrufianado, se hace el muerto. Los policías le susurran al oído las palabras del juez. Apenas entreabre los ojos. Sólo tiene arrestos para decirles: «no me grite», como si aún estuviese dando órdenes.

El paripé teatral de este «valiente» surte efecto. El juez vuelve a pedir otro examen de los forenses. En la sala resuena un «oh!» de incredulidad y decepción. La escenificación es demasiado burda. Ni una pizca de dignidad para mantenerse erguido y mirar de frente.

El protervo torturador, el bigornio, convertido en una zarria, una cangalla, vestido de maltrapillo, aparece como encarnación de la cobardía, del mandria y lebrón.

¿Dónde queda la fanfarria fascista de estos verdugos del capital, de estos ilotas del gringo? ¿Qué se hizo del ademán impasible, de la arrogancia coercitiva de sus estrellas y entorchados, de su rastrear de sables?

Nuevo fracaso del simulacro. Los forenses vuelven a certificar su aptitud para el juicio. Se le lee la interminable lista de atrocidades cometidas. Y es tan larga que el final de su lectura se aplaza para la pxíma vista.

Y el milagro se hizo. Al tercer día resucitó. El lunes 17 sí se irguió y miró de frente. Aunque ahora para desdecirse de todo lo confesado anteriormente. Tras la burla del «no matarás», ahora la del «no levantar falso testimonio ni mentir».

A luta continúa, decían los portugueses. ¿Para cuándo el juicio a los crímenes del fascismo español?

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