El periódico mexicano La Reforma publicaba ayer unas declaraciones del obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez, que bien podrían ayudar a paliar los efectos del narcotráfico, al menos, en relación al volúmen de dinero que se mueve en ese negocio y las muchas oscuras inversiones en las que se blanquea. Y es que, como asegura su […]
El periódico mexicano La Reforma publicaba ayer unas declaraciones del obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez, que bien podrían ayudar a paliar los efectos del narcotráfico, al menos, en relación al volúmen de dinero que se mueve en ese negocio y las muchas oscuras inversiones en las que se blanquea.
Y es que, como asegura su eminencia mexicana «es verdad sí que a la Iglesia Católica llega dinero del narcotráfico pero se purifica al entrar en ella».
Nada han dicho al respecto, todavía, ni el DEA ni esas otras agencias vinculadas al tema y al negocio.
Años atrás, otra eminencia católica de mayor rango, el cardenal Marcinkus, lo expresó a su manera cuando tras destaparse en Italia el escándalo de la quiebra del Banco Ambrosiano y su vinculación con el vaticano banco del Espíritu Santo y su posterior secuela de asesinatos y «accidentes», incluyendo el cadáver del director del banco flotando sobre las aguas del londinense Támesis, acabó reconociendo: «No se puede administrar la Iglesia sólo con Avemarías».
Tal parece que aquel dinero, al igual que el que, actualmente, el obispo Godínez advierte purificado cuando llega a la Iglesia, también purga su turbio pasado y origen con sólo arrodillarse ante el altar.
Es probable incluso que, dada la redención del botín a partir de su beatífico destino, pueda igualmente el pecador beneficiarse del cristiano perdón con una simple condena al Purgatorio.
De probarse, caso de que se considere necesario, la reconversión moral del beneficio económico que deja el narcotráfico con su sola asistencia a la Iglesia, ninguna otra mercurial lavandería va a poder ser competencia de la que tan dignamente han representado Marcinkus en el pasado y Godínez en la actualidad.
No han sido los únicos. Algún día tal vez acabemos sabiendo qué hubo de «accidental» en la muerte de aquel purpurado mexicano, Posadas Ocampo, acribillado a tiros por una banda de narcotraficantes en el aeropuerto de Guadalajara, en México, y ante los ojos de todos.
Hasta es posible que obispos como Godínez nos aclare si, en casos semejantes al citado, también la sangre derramada se purifica con sólo persignarse en el reclinatorio de cualquier sacristía.
Lo dijo Marcinkus hace ya algunos años: «No se puede administrar la Iglesia sólo con Avemarías».