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El ocaso del arabismo

Fuentes: Rebelión

El bombardeo israelí sobre el territorio de Gaza, iniciado el pasado sábado 27 de diciembre, no sólo trajo consigo una nueva y brutal masacre sobre el pueblo palestino sino que también ha puesto al descubierto el fracaso absoluto del arabismo y de sus representantes en la arena política meso-oriental. Dos proyectos políticos identitarios palestinos se […]

El bombardeo israelí sobre el territorio de Gaza, iniciado el pasado sábado 27 de diciembre, no sólo trajo consigo una nueva y brutal masacre sobre el pueblo palestino sino que también ha puesto al descubierto el fracaso absoluto del arabismo y de sus representantes en la arena política meso-oriental. Dos proyectos políticos identitarios palestinos se enfrentan entre si, al tiempo que la entidad sionista arremete contra uno de ellos. En las líneas que siguen intentaremos una aproximación a las ideas rectoras de estos proyectos y a las perspectivas reales de desarrollo de los mismos en el marco de la resistencia contra Israel.

Antecedentes y precisiones

Es menester aclarar que por arabismo entendemos al «nacionalismo de tipo moderno basado en la conciencia de arabidad»[1]. Se podrá argüir, contra esta definición, que cierto sentimiento de especificidad (y superioridad) árabe se encuentra presente en algunos pueblos arabo-parlantes desde antes de la aparición moderna del concepto, pero, como señala acertadamente Rodinson, el conjunto humano caracterizado como «árabe» ha ido modificándose a lo largo de la historia, sin que podamos encontrar elementos diferenciadores y específicos más allá del uso de un idioma en común. Sabemos que tras la muerte del Profeta Muhammad (PBD) y con la expansión del Islam con los Omeyas (siglo VII de la Era cristiana), esta dinastía intentó perpetuar en el poder a ciertas tribus árabes en detrimento de los pueblos recientemente islamizados, para esto limitó incluso la posibilidad de abrazar al Islam, intentando con esto mantener los niveles de ingreso en concepto de jizya y de jaray[2]. La expansión del Islam y la incorporación dentro de la Ummah[3] de una enorme cantidad de pueblos con tradiciones culturales de lo más diversas, significó el paulatino debilitamiento de esta idea exclusivista de una dirigencia árabe para todos los musulmanes. No resultó extraño entonces que persas, beréberes, kurdos, turcos, etc., asumieran, en diferentes momentos históricos, la defensa y la representación de los intereses de la Ummah. El celebre Salah ud Din (Saladino), por ejemplo, quien consigue expulsar a los Cruzados de Jerusalén en 1187 de la Era cristiana, no era árabe sino kurdo. A los musulmanes arabo-parlantes «…esa misma fidelidad al Islam los ligaba a los musulmanes que hablaban otras lenguas y que se sentían orgullosos de otros linajes, unos musulmanes que aportaron una vitalidad renovada en la defensa y expansión del Islam.»[4] Lo mismo sucedió con la consolidación del Imperio Otomano, desde el siglo XV, que supuso el traslado de la dirección política religiosa de buena parte de la Ummah a Estambul. De hecho, y como señala Kramer, «… todos los súbditos musulmanes de la familia otomana se vieron como partícipes y beneficiarios de esta empresa islámica compartida, y no establecieron ninguna distinción entre árabes y turcos.»[5]

Un doble proceso nos conduce a las raíces del arabismo en los términos en los que lo planteamos anteriormente. Por un lado, la decadencia del poder otomano y la cada vez mayor injerencia europeo occidental en los asuntos de este Imperio, conducen a la dirigencia del mismo a optar por una exacerbación de los elementos específicamente turcos en detrimento de los aportes de los otros pueblos que formaban parte del basto espacio otomano. Influidos por la consolidación en el resto de Europa de la idea de Estado Nación, los otomanos intentaron repetir ese proceso sobre la base de «la nación turca». Esto no podía conducir sino al aumento del descontento de las zonas arabo-parlantes y a la exigencia de las mismas de mayor autonomía. Esto último fue, como sabemos, ampliamente aprovechado por las potencias europeas para acelerar el proceso de descomposición del Imperio Otomano mediante el apoyo, o incluso la organización, de levantamientos árabes funcionales a sus intereses. Los árabes musulmanes, contemplando la decadencia otomana se creyeron llamados a devolver al Islam a su pujanza de los primeros siglos, situando nuevamente a los árabes a la cabeza de la Ummah. Lo que se ha dado en llamar el «Reformismo Musulmán», de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se inscribe en esta lógica.

Por otro lado, es fundamental el papel desempeñado por las minorías arabo-parlantes no musulmanas en la construcción de la idea de arabismo. Así, «… fueron las minoritarias comunidades cristianas (…), más influenciadas por las corrientes europeas, las que se esforzaron en transformar la lengua árabe en un medio para la labor misionera y el aprendizaje moderno. Desde mediados del siglo XIX aproximadamente, sus esfuerzos fueron una gran ayuda para suscitar el interés hacia la literatura árabe profana (…) El renacimiento literario árabe, centrado en Beirut, no se tradujo inmediatamente en un nacionalismo árabe, pero abogó por la existencia de una cultura árabe secular.»[6] Se trataba, para estas comunidades, de crear una idea movilizadora común que no reconociera raíces islámicas y tuviese como eje elementos no religiosos de identificación. No es casual, entonces, que en esta empresa estuvieran profundamente implicados los maronitas libaneses (apoyados por Francia) y los coptos egipcios. Anuar Abdel Malek sostiene que el primero que «…habló de mundo árabe o de arabismo de manera seria, pero esencialmente desde el punto de vista político, fue (…) Muhammed Talaat Harb, fundador de la banca y del grupo Misr, figura central del capitalismo egipcio en 1920″[7]. Esta idea fue luego adoptada oficialmente por el partido nacionalista burgués Wafd de Egipto bajo la conducción del copto Makram Ebeid.

Pero las ideas del arabismo que de tanta utilidad fueron para emprender la lucha contra el Imperio Otomano habrían de orientar, algunos años más tarde, a los movimientos independentistas en el mundo arabo-parlante contra el colonialismo europeo. La época de oro del arabismo como construcción movilizadora se encuentra, precisamente, entre los años en los que el mundo asiste al triunfo de los distintos movimientos anticoloniales e independentistas en Asia y África[8].

La causa palestina y el fracaso del arabismo

La avanzada sionista sobre territorio palestino, desde mediados del siglo XIX, y la reacción árabe frente a la misma ha puesto permanentemente en entredicho la solidez del arabismo como referente político movilizador para los arabo-parlantes. El accionar siempre ambiguo de las dirigencias árabes para con el sionismo contrastan con la rotunda negativa del Sultán otomano Abdul Hamid II de negociar, con los representantes sionistas, las tierras palestinas. El mismo Yassir Arafat recordaba el triste accionar de los líderes árabes tras la declaración de independencia de Israel en 1948, frente a la cual los egipcios tomaron como primera medida desarmar a la resistencia palestina en Gaza. «No puedo olvidarlo – relataba Arafat – ; yo estaba en Gaza. Un oficial egipcio vino hacia mi grupo y ordenó que entregáramos nuestras armas. Al principio no podía creer lo que oía. Preguntamos por qué y el oficial respondió que era una orden de la Liga Árabe». (…) Cuando el 10 de junio la Liga Árabe acepta un alto el fuego de treinta días, el Secretario General Abdurrahman Azzam se levanta murmurando ‘El pueblo árabe jamás nos perdonará lo que hemos hecho’. La tregua da tiempo a los judíos para consolidar sus posiciones; mientras, los árabes ni siquiera se reaprovisionan». [9]

Vencidos los ejércitos árabes, la posibilidad de establecer un Estado palestino en Gaza y Cisjordania se desvanece, estos territorios quedan bajo administración de Egipto y Jordania respectivamente. La complicidad y las obscuras negociaciones que históricamente ha mantenido la dinastía jordana con Israel, en detrimento de los movimientos palestinos, son por todos conocidas y nos eximen de profundizar en las mismas. Más llamativo podría resultar el accionar del mayor representante del arabismo a nivel mundial, nos referimos al entonces presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. La política de Nasser, como la de la mayoría de los líderes árabes antes y después de él, procuró fortalecer el poder de su propio país y la influencia del mismo por sobre los demás estados árabes, manteniendo bajo control a la resistencia palestina. La primera Organización para la Liberación de Palestina, creada en 1964 por la Liga Árabe, respondía a los intereses egipcios y se mostraba claramente incapaz de organizar la resistencia contra las fuerzas sionistas[10].

Los errores cometidos durante la Guerra de los Seis Días y la aplastante derrota de los ejércitos árabes señalan el comienzo de la decadencia del arabismo como proyecto político movilizador. Perdido todo el territorio palestino en manos de los sionistas, los éstos dependen de la solidaridad de los estados árabes vecinos a Israel para la realización de acciones armadas. La respuesta jordana será la masacre contra las fuerzas de resistencia palestinas en 1970 durante el tristemente conocido Septiembre Negro. Egipto, por su parte, asiste a la muerte de su líder en ese mismo año, siendo sucedido por el abiertamente pro occidental Anwar As Sadat. Siria, en tanto, ve mutilado su territorio ante la pérdida de las Alturas del Golán, lo que sitúa a las fuerzas israelíes a unos pocos kilómetros de Damasco. La causa palestina es objeto, entonces, de un descarado intento de manipulación por parte de los distintos gobiernos árabes que buscan dirigir la resistencia según sus intereses particulares; asistimos por estos años al surgimiento de una enorme cantidad de grupos armados palestinos funcionales al estado árabe que lo financia.

La Guerra de 1973, de Yom Kippur o de Ramadán, es emprendida por parte de los países árabes con el sólo interés de establecer nuevas condiciones de negociación con los israelíes, sin contemplar realmente la posibilidad de recuperar parte alguna del territorio palestino. Esto quedará expuesto con claridad en las negociaciones de paz que egipcios e israelíes inician, con la anuencia estadounidense, tras el enfrentamiento, y que se plasma definitivamente en los acuerdos de Camp David en 1978. El repliegue más obsceno de los estados árabes sobre sí mismos, en detrimento de la causa palestina, se produce durante estos años. En 1976 Siria inicia una serie de ataques en el Líbano contra las fuerzas de resistencia palestinas, con el objetivo de evitar el fortalecimiento de cualquier fuerza política capaz de poner en entredicho su hegemonía en el país de los cedros. La masacre llevada a cabo en el campamento de refugiados palestinos de Tel Al Zaatar, donde fuerzas sirias junto a los falangistas cristianos asesinaron el 12 de agosto de 1976 a mil quinientas personas en un solo día, es la muestra más acabada de lo que sostenemos.

Nuevamente abandonados a su suerte, los palestinos recibirán el golpe más terrible durante la invasión israelí al Líbano en 1982, que contó con el visto bueno de los cristianos maronitas libaneses. El discurso arabista se había evaporado, dando lugar al chauvinismo nacionalista libanés más nefasto (que por otra parte seguía los pasos del que, en su momento y ante la inacción generalizada de los árabes, desplegara la monarquía jordana contra los palestinos).

Expulsados del Líbano, sin fronteras desde donde llevar a cabo acciones de resistencia a gran escala, solo los palestinos bajo la ocupación sionista consiguen, en un proceso largo y conflictivo, mantener la lucha contra el expansionismo israelí. La Intifada de 1987, recuerda al mundo la situación de ilegalidad sobre la que se construyó el estado israelí, pero también denuncia ante los pueblos árabes la solitaria resistencia a la que fueron confinados los palestinos. Rápidamente la OLP (bajo la dirección de Arafat), claro representante del proyecto arabista, se apropia de la espontánea movilización palestina contra los fuerzas represivas sionistas a fin de fortalecer su capacidad negociadora frente a Israel. Sin embargo, el escenario internacional había cambiado y el proyecto arabista ya no era el único capaz de movilizar las fuerzas resistentes en los territorios árabes. El Islam, como alternativa política, ganaba espacios otrora arabistas, y el proceso no hacía más que empezar.

La alternativa islámica

La enorme actividad de los Hermanos Musulmanes de Egipto y el triunfo de la Revolución Islámica en Irán en 1979, constituyen elementos indispensables a la hora de intentar comprender lo que hemos de llamar la «alternativa islámica» o el proyecto islámico. Con esto entendemos a aquel discurso político religioso que propone como eje movilizador la pertenencia al Islam y la lucha por la constitución de un Estado Islámico, más allá de distinciones de tipo étnicas o lingüísticas[11].

En el caso de Palestina, dos organizaciones surgidas durante los ochenta representan con mayor claridad este proyecto: nos referimos a Hamas (Movimiento de Resistencia Islámico) y a la Yihad. Inspirados en los hermanos Musulmanes de Egipto, más organizado y con mayores recursos que Yihad, Hamas ha sabido desarrollar una amplia red de organizaciones sociales en los territorios ocupados (Universidades, comedores, clubes, asociaciones, etc.) además de contar con un ala armada propia (Izzedin Al Qassam). La radicalización progresiva de la primera Intifada de 1987, supuso un aumento de la influencia de Hamas en las acciones de resistencia, lo que preocupó sobremanera a los dirigentes de la OLP quienes inmediatamente, ante la amenaza interna que suponía Hamas, inician negociaciones con Israel en una situación absolutamente desfavorable y con escaso apoyo de las bases. En ese marco se realiza la Conferencia de Madrid en 1991 y los posteriores Acuerdos de Oslo en 1993, donde la OLP reiteró el reconocimiento de Israel como Estado, en tanto que los sionistas hacían lo propio reconociendo a la OLP como interlocutor de los palestinos y cediendo a la ahora llamada Autoridad Nacional Palestina cierta autonomía en algunas ciudades de Gaza y Cisjordania, donde, además se traspasaron competencias en áreas como la sanitaria y la policial. Es menester, sin embargo, recordar las limitaciones de la policía palestina dirigida por la OLP, la misma no estaba autorizada a detener a colonos o ciudadanos israelíes, es decir, su función era simplemente reprimir a los propios palestinos (recordemos que asistíamos a un progresivo aumento de la popularidad de Hamas en las calles). La primera Intifada termina, como vemos, no por la acción de las fuerzas represivas sionistas, sino por la claudicación de Arafat y sus hombres. Sin embargo, el impacto popular que significó para los palestinos el reconocimiento mundial de sus símbolos y autoridades le permitió a la OLP legitimar sus acciones a través de las elecciones de 1996, en las que Yassir Arafat fue elegido como Presidente de la Autoridad Nacional Palestina.

Pero el proceso negociador estaba viciado desde sus orígenes, y lo que siguió a estos primeros encuentros fue una sucesión de concesiones palestinas y la reducción de las zonas autónomas a pequeñas zonas sin continuidad territorial ni viabilidad económica.[12] El fracaso de las negociaciones, la impunidad israelí en acciones de hostigamiento constante a la población palestina y la explicita provocación del líder del partido israelí Likud ingresando con fuerzas sionistas a la Explanada de las Mezquitas,[13] dieron origen a la segunda Intifada o Intifada Al Aqsa durante el 2000. Pero ese año traerá consigo otro acontecimiento de enorme trascendencia para los movimientos islámicos de la región: tras años de resistencia, Hizbullah consigue expulsar a las fuerzas israelíes y sus aliados del sur del Líbano. El hecho tiene enormes implicancias para el imaginario de los musulmanes del mundo que asisten al triunfo de una organización religiosa (con partido político, milicia irregular y organizaciones sociales de lo más variadas) por sobre unas fuerzas armadas que habían construido para si mismas el mito de la invencibilidad. Hizbullah había logrado lo que ningún Estado árabe u organización político-militar arabista pudo jamás conseguir, la rendición y la retirada incondicional de Israel de territorio árabe.

La contracara de los triunfos islámicos fue el fracaso del arco árabe para reaccionar de manera eficaz y conjunta a la invasión y destrucción de un estado hermano, Irak, en 2003. De hecho, autores como Kramer sitúan en la invasión norteamericana al país mesopotámico, la muerte definitiva del proyecto arabista y su discurso.

Unos meses después, Arafat moría (en 2004) dejando como herencia un proceso negociador absolutamente desfavorable para los palestinos y la cuestión de Jerusalén sin resolver. Mahmud Abbas (Abu Mazen) se hace cargo, entonces, de la dirección de la OLP y, por la tanto, de la Autoridad Nacional Palestina. Pero el trabajo y la coherencia de Hamas en su lucha contra Israel se traducirán en el triunfo de esta organización en las elecciones de 2006, arrebatando la representación de los intereses palestinos de las manos de la OLP. Contrariamente a lo que algunos analistas suponen[14], el discurso arabista no se concilia fácilmente con las prácticas democráticas, y la OLP (con el apoyo de las potencias europeas, Estados Unidos y los países árabes[15]) desconoce el triunfo de Hamas que logra fortalecer sus posiciones en Gaza. Mahmud Abbas exigió a la organización islámica el reconocimiento del Estado de Israel para, a partir de la satisfacción de esta exigencia, contemplar la posibilidad de formar un gobierno de unidad. La negativa de Hamas no hizo más que exacerbar la enemistad de la OLP para con la misma y las complicidades del grupo de Abbas con el Estado sionista quedaron en evidencia.

Como sucediera en 2000, el 2006 trajo consigo eventos importantes en el Líbano que habrían de fortalecer al proyecto islámico. Utilizando la excusa de la detención de dos soldados sionistas y los cohetes lanzados por Hizbullah sobre su territorio, Israel lanza una invasión a gran escala sobre suelo libanés controlado por la organización shií. La inacción árabe nuevamente fue total. Incluso las autoridades libanesas, opositores políticos de Hizbullah, culparon a esta última organización de la «reacción» israelí. Contrariamente a todos los pronósticos y análisis realizados desde Occidente, Hizbullah logró resistir y expulsar a los israelíes, fortaleciendo definitivamente su posición como un actor fundamental en la arena política de Oriente Medio y como referente indiscutido de los movimientos de resistencia islámicos.

Gaza y la resistencia

El ultimo ataque israelí a la franja de Gaza controlada por Hamas contó con la anuencia de la OLP y de los Estado árabes, en especial de Egipto cuyas autoridades habían sido ya informadas una semana antes de la operación por la misma canciller israelí. Durante los primeros días del ataque el silencio y la inacción de los jefes de estado árabes fueron exasperantes. Abbas supone que permitiendo la eliminación física de Hamas, la OLP recobrará el control total de los territorios con población palestina, conciente de que el proyecto israelí no contempla la permanencia de sus tropas en Gaza, sino la destrucción de Hamas sin importar el costo humano que esto implique. Los poco atinados analistas mediáticos occidentales supusieron que la unidad de las fuerzas islámicas de la región sería imposible debido principalmente a la pertenencia de las mismas a distintas escuelas dentro del Islam. Se pensaba, entonces, que los sunnitas de Hamas, herederos ideológicos de los Hermanos Musulmanes, no lograrían establecer alianzas estratégicas con los shiítas de Hizbullah. Sin embargo este razonamiento desconocía las conferencias que, desde los noventa, Irán había venido realizando a favor de la causa palestina señalando su apoyo explicito a las organizaciones islámicas palestinas de resistencia (Hamas y Yihad). Una muestra por demás clara de la solidaridad entre los militantes musulmanes fue la gran convocatoria, la mayor de las que se llevaron a cabo alrededor del mundo, realizada en el Líbano por Hizbullah a favor de Hamas. De hecho, las tropas de la organización libanesa fueron movilizadas hacia la frontera con Israel y puestas en estado de alerta permanente, lo que no fue emulado por ningún país árabe. Igualmente, en Egipto y Jordania, los Hermanos Musulmanes realizaron importantes manifestaciones de apoyo a Hamas denunciando al mismo tiempo la complicidad de sus respectivos gobiernos.

El proyecto arabista está agotado, la historia de claudicaciones de sus referentes políticos nos lo ha demostrado. Los últimos acontecimientos en el mutilado suelo palestino señalan tres aspectos cruciales a la hora de pensar el futuro de esta región: la naturaleza genocida del Estado sionista, el fin del arabismo como proyecto político, y el fortalecimiento de la alternativa islámica como referente en las luchas de resistencia contra los invasores (sionistas o norteamericanos, según el caso) y el neocolonialismo.

[1] RODINSON, M. Los árabes. Siglo XXI, Madrid, 2005. Página 26.

[2] Nos referimos a dos tipos de impuestos que debían pagar los no musulmanes que implicaban una serie de derechos y obligaciones dentro del estado islámico.

[3] Comunidad islámica mundial.

[4] KRAMER, M. Nacionalismo árabe: una identidad falsa (I). En /www.libreria-mundoarabe.com/Boletines/n%BA64%20Oct.08/NacionalismoArabe1.htm

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] ABDEL MALEK, A. «El mundo árabe, renacimiento y revolución: el problema crítico» en Revista Tercer Mundo Nº 2, Buenos Aires, febrero de1975. Página 33.

[8] Un estudio aparte merece la justa ponderación del papel de los ideales islámicos en las acciones anticoloniales, que suelen ser menospreciados en la historiografía oficial de los países árabes.

[9] FAVRET,R. Arafat, un destino para un pueblo. Espasa Calpe, Madrid, 1991. Páginas 36 y 37.

[10] Situación que se modifica posteriormente cuando otras fuerzas, entre ellas Al Fatah con Arafat a la cabeza, se hacen cargo de la OLP, aunque los presupuestos arabistas se mantienen.

[11] No vamos a emplear este termino para referirnos a las construcciones discursivas islámicas elaboradas por distintos Estados para legitimarse (Arabia Saudí, por ejemplo).

[12] De ahí la muy acertada comparación con los Bantustanes creados por la Sudáfrica del apartheid.

[13] El tercer lugar sagrado para los musulmanes después de Meca y Medina.

[14] Ver KRAMER, M. Nacionalismo árabe: una identidad falsa (I). En /www.libreria-mundoarabe.com/Boletines/n%BA64%20Oct.08/NacionalismoArabe1.htm

[15] Recordemos que algo similar había sucedido ya en Argelia en 1992 ante el inminente triunfo del Frente Islámico de Salvación en las elecciones presidenciales.