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El ocaso manufacturero de Estados Unidos

Fuentes: Rebelión

Estados Unidos tiene un déficit comercial crónico desde que dejó de ser el mayor exportador de petróleo del mundo allá por la década de 1970, porque sus pozos se agotaron. La narrativa de Trump sobre la causa del déficit comercial crónico de Estados Unidos no tiene nada que ver con su falta de competitividad, una realidad que no arreglan subidas de aranceles.

Estados Unidos tuvo su mejor época comercial durante la Primera Guerra Mundial, porque sus competidores  europeos  estaban enfrascados en una guerra donde se bloqueaban mutuamente. Esa época coincidió con  las iniciativas   industriales de empresarios norteamericanos tan  brillantes como Henry Ford y John Rockefeller. El primero desarrolló el  concepto de cadenas de montaje  de las que salían en masa y a bajo precio  decenas de millares de coches del tipo  Ford T.  Hasta Ford la construcción de coches   se realizaba en talleres artesanales.  El aporte de John Rockefeller fue la estructuración de una empresa especializada en transporte de petróleo y su refinación la  Standard Oil.

Los otros rubros comerciales que mantenían equilibrada la balanza comercial de los Estados  Unidos  entre las dos guerras mundiales fueron los servicios,  sobre todo los servicios de entretenimiento (Hollywood) y los servicios financieros. Otras exportaciones que  ayudaban en ese equilibrio eran las armas y los productos agrícolas después de bombardeadas las fábricas europeas y japonesas que eran sus competidores comerciales antes de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos se encontró en la posición de principal exportador industrial del planeta porque era la única potencia industrial con sus fábricas intactas.

Pero en la posguerra las  otras potencias industriales, como ya tenían el know-how volvieron a reconstruir sus fábricas, solo que más modernas  y con las últimas tecnologías, mientras Estados Unidos debía competir con sus  viejas fábricas y tecnología que  habían permanecido  intactas y  a veces obsoletas. El hecho de ser la única potencia industrial  que permaneció en los mercados le dio una ventaja inicial  sobre todo  en la industria automotriz y  en el Tercer Mundo.

Por culpa  de la cultura  americana, donde más grande  es siempre mejor, Estados Unidos producía enormes coches  que consumían mucho combustible, que aún pueden verse rondando por las calles de La Habana. Un detalle  indicativo que conocen quienes  viven en  Cuba es que en la  mayoría de los casos los motores de esos fantasmas rodantes  han sido reemplazados por motores europeos más modernos y económicos. Es por  esos motivos por los que la antes  próspera industria de Detroit desapareció de la competencia mundial  y fue remplazada en su propio mercado por marcas europeas y japonesas   de mejor calidad  y más económicas en el consumo.

Esa es una historia que debería recordar Trump. No  fue por maquinaciones extranjeras  que desaparecieron  del mercado  mundial y norteamericano los coches hechos en Estados Unidos. Tal vez el presidente Trump recuerde que a los norteamericanos les  convenía cambiar de coche todos los años  para estrenar y tener garantía de buen funcionamiento. La falta de calidad no es un problema industrial que se arregle imponiendo  aranceles a toda la competencia. Eso lo único que hace es encarecer provisionalmente  el producto importado que compra el consumidor norteamericano.  El Presidente Trump como es tan rico como ignorante en  economía tal vez ignora  que los salarios son la única renta nacional que se gasta en consumo. Por ello son los trabajadores norteamericanos quienes van a pagar esos aranceles y no los  trabajadores chinos o europeos.  Las contramedidas chinas van a afectar  de nuevo a los trabajadores norteamericanos, porque aunque el  Presidente Trump parece ignorarlo, los Estados Unidos ya no son  el mercado más grande del mundo, ahora es China quien ocupa ese lugar y China es el mayor cliente de los productos agrícolas norteamericanos (35.000 millones de dólares)  y la base electoral de Donald  Trump está en zonas donde abundan agricultores.  

En respuesta al abuso de aranceles por parte de Estados Unidos contra todos sus socios comerciales, incluida China, bajo diversos pretextos, el Gobierno chino publicó su posición de oposición al abuso de aranceles por parte de Estados Unidos.

La declaración dice claramente que «la presión y las amenazas no son la manera correcta de tratar con China» y que «las relaciones económicas y comerciales entre China y Estados Unidos deben ser de naturaleza mutuamente beneficiosa». Al mismo tiempo, China respondió con una serie de contramedidas. El mundo ha sido testigo del sentido de responsabilidad de China como una gran potencia que «no causa problemas, pero no teme» enfrentarse al unilateralismo de Estados Unidos ni a su proteccionismo ni a la intimidación económica. También se ha observado la firme determinación de China de salvaguardar su soberanía, seguridad e intereses de desarrollo, así como su postura clara de instar a Estados Unidos a volver al camino correcto del diálogo y la cooperación.

China y Estados Unidos difieren en historia, cultura, sistemas sociales y caminos de desarrollo. Sin embargo, desde la normalización de las relaciones bilaterales, a pesar de haber experimentado altibajos, se han escrito numerosas historias de éxito de cooperación mutuamente beneficiosa y, a través de la práctica, han identificado una forma correcta de coexistir: respeto mutuo, coexistencia pacífica y cooperación de beneficio mutuo. En la esfera económica y comercial, el comercio bilateral ha crecido más de 200 veces en los últimos 45 años, con cadenas industriales y de suministro mutuas profundamente integradas que forman una relación de «interdependencia» mutuamente beneficiosa.

Ambas partes se benefician del desarrollo de la otra y comparten un fuerte deseo de profundizar la cooperación. La cortesía y la prudencia de China contrastan con los malos modales y la prepotencia con que el Presidente Trump cree estar haciendo de nuevo  grande a los Estados Unidos de América.

 Por lo tanto, mantener lazos económicos y comerciales estables y ampliar el “pastel de la cooperación” es una aspiración compartida de las personas y las empresas  que conviene a  ambos países.

Hoy en día Estados Unidos enfrenta algunos desafíos de desarrollo, porque como bien señaló en su época Leonid Leontieff Estados Unidos presenta la paradoja de ser  de una competitividad insuficiente en el sector manufacturero y presiones crecientes sobre industrias que otrora eran dominantes y de ser competitivo en el sector primario.

Sin embargo, el Gobierno de Estados Unidos ha decidido equivocadamente hacer que otros paguen por sus propios problemas. Al eludir la responsabilidad o desviar la responsabilidad por la culpa de su déficit comercial y recurrir a aumentos arancelarios y tácticas de máxima presión, no ha resuelto ningún problema real, más bien estas acciones han tenido un gran impacto en los mercados globales y  perturban el orden económico y comercial internacional.

En 2018, cuando Estados Unidos lanzó por primera vez una guerra comercial contra China, la opinión pública dentro del país sostenía ampliamente que eran los consumidores estadounidenses quienes soportaban el peso. Ahora, una vez más, es poco probable que Estados Unidos obtenga lo que imaginaba de una guerra comercial, una conclusión que tuvo amplio eco en la opinión pública mundial, incluidos los medios estadounidenses. Ya sea entonces o ahora, China ha seguido comprometida con el diálogo y la comunicación, esforzándose por construir consenso. La postura de EEUU ha sido inconsistente y claramente contraria a las normas del comercio internacional:  eso no conviene a nadie porque  no hay ganadores en una guerra comercial. Y Estados Unidos no debe perseguir sus intereses a costa de sacrificar los intereses legítimos de otros países.

Algunos medios de comunicación occidentales han descrito las 11 contramedidas de China como una «advertencia significativa» a Washington. Es importante aclarar que las acciones tomadas por China, de acuerdo con la ley, para salvaguardar su soberanía, seguridad e intereses de desarrollo, de ninguna manera pretenden dañar a las empresas o consumidores estadounidenses. China ha demostrado constantemente su determinación de volver a encaminar las relaciones entre China y Estados Unidos al camino correcto, al tiempo que ha demostrado su firme resolución de no tolerar que Estados Unidos viole imprudentemente las reglas del comercio mundial y debilite la relación estables que se establecieron entre los dos países.