En el intento de ser optimistas, ¿a dónde miramos? Tener o no tener trabajo, he ahí un dilema casi shakespierano. Hoy precisamente mi compañero de piso me comentaba que un colega le preguntó cuántos de los que están a tu alrededor tiene trabajo. Yo no supe que contestar, me dijo, porque si lo pienso, qué […]
En el intento de ser optimistas, ¿a dónde miramos? Tener o no tener trabajo, he ahí un dilema casi shakespierano. Hoy precisamente mi compañero de piso me comentaba que un colega le preguntó cuántos de los que están a tu alrededor tiene trabajo. Yo no supe que contestar, me dijo, porque si lo pienso, qué se considera un trabajo en estos tiempos. ¿Todos esos quehaceres puntuales, inestables y penosos, a cambio de una paga miserable?, ¿eso se puede considerar un trabajo?, concluyó a modo de reclamo.
Luego leo en el diario los testimonios de algunas mujeres a quienes es imposible aplaudir el irrisorio aumento del salario mínimo interprofesional que coloca la paga mensual en poco más de setecientos euros al mes, pues aún así resulta insuficiente para mantener a sus familias (monomarentales en muchos casos) y además pagar por la salud, la educación y la vivienda de los suyos.
Valdría la pena empezar haciendo una distinción entre las acepciones que se barajan cuando alguien habla de trabajo, como son oficio, profesión, ocupación o empleo.
Las revoluciones industrial y digital han ido desplazando el carácter de los oficios, donde se transmitía un conocimiento generalmente de caracter empírico y que dominaba el maestro, quien a su vez instruía a uno o varios discípulos no necesariamente de su descendencia, aunque casi siempre de una generación subsiguiente. Ejemplos de oficios son la agricultura, la carpintería, la herrería, los textiles, la peletería, la albañilería, la cestería, la panadería, la jardinería.
Cuando alguien preguntaba a otra persona sobre su profesión, se entendía que la misma cuestión llevaba implícita otra referente a la ocupación, ya que la respuesta solía resolver ambas inquietudes. Se habla de profesión, específicamente cuando media una formación reglada de un conocimiento sistematizado que faculta a alguien para realizar alguna actividad dentro del mercado laboral. Ahora se habla de profesionalizarlo todo, como si eso fuera la fórmula para resolver la desigual distribución de la riqueza y/o el trabajo productivo, la falta de oportunidades o las ya generalizadas condiciones de explotación en el medio laboral. La realidad, como sabemos, es otra muy distinta.
En cuanto al empleo, éste existe como un medio de sustento mediante el ejercicio de cualquier actividad productiva más o menos cualificada (que no necesariamente tiene caracter de profesional), donde media un contrato y que normalmente reditúa ingresos escasos, denominados salario.
Finalmente, el trabajo se asocia a una categoría económica donde una persona vende su fuerza o capacidad de producir a otra persona que posee los medios de producción.
Cuando entre tantas desinformaciones los medios de comunicación hablan del incremento de la cifra de «desocupados» no puedo más que reír. Todas las personas tienen, tenemos diversas ocupaciones, incluso, las actividades creativas y recreativas también lo son, aunque haya quien siga pensando que estas últimas son privativas de un núcleo selecto de personas, que no pertenecen a la clase trabajadora precisamente. Es decir, que a estas alturas aún existe gente que opina que los pobres no sabrían qué hacer si la jornada laboral fuera de cuatro horas diarias (por ejemplo), suficientes para producir lo que necesita, y el resto fuera tiempo dedicado al ocio. O lo que es lo mismo, que los trabajadores no sabrían que hacer con su tiempo libre, habida cuenta que podrían dedicarse, entre muchas otras cosas, a realizar aquellas labores de cuidados que tienen rostro femenino, pues es a ellas a quien se ha asignado por antonomasia el desempeño de estas tareas que son el sostén de la vida, pese a que nos corresponde a todos realizarlas.
En este sentido se ha reforzado la idea perversa de tener ‘contentos’ a los pobres reivindicando la dignidad del trabajo, como si el tiempo de ocio fuera una especie de vicio que se deba evitar. No sólo hay que trabajar, sino hay que trabajar siempre, es una lógica que poco o nada tiene que ver con la justicia económica, como tampoco lo es consumir más de lo que cada quien produce, como lo han hecho históricamente la aristocracia o la burguesía que se sostienen a costa de lo que producen los trabajadores, además de ser quienes se han apropiado de los medios de producción.
Con todo ello, la crisis económica ha acentuado notables diferencias en este discurso de manera que la población asume que cualquier trabajo, en las condiciones que sean, es digno, por el simple hecho de ser trabajo. Todo indica que los métodos de producción modernos y la estructura del mercado laboral actual han aniquilado la capacidad de ocio de las personas, por lo que la necesidad de disfrute y esparcimiento se va desplazando a lo largo de la vida por estrés, cansancio y decepción.
De la misma manera se percibe que el exceso de personas en situación de desempleo y por tanto, con una disponibilidad mayor de tiempo libre, tampoco se ha traducido en mejoras en la calidad de vida. Actualmente, la lucha por la reivindicación del tiempo libre representa la imposibilidad de administrar un exceso de tiempo aparentemente vacío de deseos, proyectos y reconocimiento social.
Sin embargo, ante situaciones como las ya descritas, resulta cada vez más difícil detectar, comprender o asimilar distintas contradicciones sistemáticas y sintomáticas, como la asunción, en términos políticos, de una militancia de izquierda que podría categorizarse dentro de la clase media-alta, con dos trabajos o una plaza como funcionarios, en el común denominador, lo cual les permite un ingreso equiparable a tres veces más que el de una mayoría de pluriempleados en trabajos precarios que les ocupa más de ocho horas diarias, y quienes evidentemente, no tienen tiempo, ni ganas para dedicarse a las reivindicaciones políticas o de índole social. Así las cosas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.