Hay que mover el dinero, estamos en un sistema económico que lo requiere, pero es tal su penetración en todos los ámbitos de nuestras vidas «desarrolladas», que ha creado una dependencia extrema del dinero para poder disfrutar, incluso, del ocio. El ocio sin dinero es cosa de trogloditas. Antes se podía disfrutar de actividades de […]
Hay que mover el dinero, estamos en un sistema económico que lo requiere, pero es tal su penetración en todos los ámbitos de nuestras vidas «desarrolladas», que ha creado una dependencia extrema del dinero para poder disfrutar, incluso, del ocio. El ocio sin dinero es cosa de trogloditas.
Antes se podía disfrutar de actividades de diversión, ocio o recreo con una inversión económica cero o muy reducida. La imaginación y la memoria han sido fundamentales en muchas formas de ocio durante siglos, pero se están perdiendo a marchas forzadas durante los últimos decenios. ¿Cuántas personas recordamos la letra de suficientes canciones, poemas o baladas para cantar o recitar después de comer o cenar, para llenar una hora de una tarde lluviosa o para las fiestas del barrio? ¿Cuántas personas somos capaces de inventar historias para contar a nuestra descendencia a la hora de dormir? ¿Cuántas niñas y niños saben hacer casetas con un par de sábanas o cajas viejas, incluso dentro de casa? ¿Cuántas familias hemos jugado alguna vez a adivinanzas? ¿Cuántas personas paseamos por el mero objetivo de ver y disfrutar viendo todo lo que nos rodea: plantas, animales, rocas, raíces, arroyos…? ¿Cuántas personas sabemos siquiera que la contemplación como ejercicio de observación es una forma muy relajante de ocio?
Hoy en día, todo se orienta hacia el mercado. Este procura convencernos de que es más fácil, más cómodo e incluso más enriquecedor comprar y encender una televisión que visitar a unas amigas, pintar o jugar al escondite. Para ejercicio, mejor invertir en el equipo completo de esquí y gastar horas de tiempo y litros de gasóleo en ir en búsqueda de la nieve, que jugar a pillar, ir de paseo, conocer las pinturas rupestres a una hora de pie de casa o jugar un partido de pelota en el frontón del pueblo. Quedarte en casa o en el pueblo es visto como cosa de trogloditas, o enfrentarte al apodo de «rácana».
El ciclismo hoy en día no supone tener sólo una bicicleta, sino la bici, la ropa de ciclismo, los zapatos del ciclismo, la comida del ciclismo, las gafas del ciclismo… Ir a la montaña puede suponer la compra de todo un conjunto de bienes, aunque sólo sirvan para aparentar. De hecho, lo de andar es lo de menos. ¿Cuándo recuperaremos el ocio sin coche, sin parafernalia, sin o minimizando el empleo del dinero?
Se sabe que tanto el poder de concentración como el esfuerzo de imaginación de niñas y niños están en retroceso, pero son pocas las iniciativas para ejercerlas, retenerlas o recuperarlas. Antes se pasaban horas contemplando una escena para plasmarla en un dibujo con un trozo de papel y un lápiz, o dibujando sitios o seres imaginarios. Hoy niñas y niños se dedican a destruir mundos enteros en cuestión de segundos en caros video-juegos.
Viajar sí. Comprar juguetes también. Equiparse correctamente para un deporte, ¿por qué no? Pero estamos olvidando los límites y cerrando la puerta a otras formas de ocio.