Un ejemplo de que el capitalismo no se casa con nadie y le sirve cualquier circunstancia que pueda ser útil para los intereses del mercado han sido las elecciones americanas de 2020.
El oráculo del dinero se ha pronunciado y su autorizada voz se ha dejado oír en todos los rincones del planeta. Las palabras de oráculo podrían resumirse en que, para sorpresa de algunos, ha decidido cambiar de bando y sencillamente ha otorgado su aval a cuanto simbolizan la presidencia y la vicepresidencia electas.
Aunque ha hecho ciertos aspavientos para jugar al despiste, a Wall Street nada le coge por sorpresa, lógicamente porque representa al mundo del dinero, ocupado en regir desde la especulación financiera los destinos del planeta, de manera que es aquel quien en la práctica directamente quita y pone mandatarios o contribuye a quitarlos y ponerlos. Basta un somero examen de los movimientos bursátiles, incluso antes de las elecciones, para dejar claro que la suerte estaba echaba previamente. Se dice que el dinero es cauto y desprecia las situaciones de incertidumbre, tal y como serían unas elecciones entregadas a la voluntad de los votantes, pero en este caso se lo ha pasado por alto, ya sea porque el dinero ha perdido el miedo natural a un resultado incierto o porque se conocía de antemano y apostaba sobre seguro. Parece que, vista la posterior trayectoria del mercado, habría que inclinarse por lo segundo. A continuación, para seguir jugando al despiste ante el auditorio, se sacó a relucir, porque aquello de que la Bolsa se adelanta a la realidad del mercado, que se celebraba la eficacia de una vacuna contra el virus, cuyos efectos parecen ser tan efectivos como cualquiera de las otras que se han publicitado con anterioridad y en la Bolsa han pasado sin pena ni gloria.
Hay que señalar que ese cambio de trayectoria del mundo del dinero —representado en el paso de Trump a Biden en el panorama político USA— está debidamente fundamentado y desde tiempo atrás se venía preparando a la vista la cuerda que se venía dando a los distintos grupos de interés que sacaban a la luz las desigualdades, cuando no injusticias, que se acusan no solo en la sociedad americana sino en otras partes del globo. Todo con la pretensión de sensibilizar a la opinión pública más allá del panorama oficial. Está claro que cuando el discurso parece inclinarse del lado de las masas es porque es allí donde está el negocio. La doctrina de Trump se ha entendido que está pasada de moda en una panorámica global, mientras que el culto a la diversidad implica actualidad, mayor consumo y vida para el mercado. El proyecto de Biden, y especialmente el de Kamala, suena a libertades y la euforia consiguiente vende más y mejor. De ahí que se haya dado aire a su victoria electoral, olfateando el auge del negocio a pesar de la pandemia. Evidente que no todas las empresas saldrán beneficiadas, pero eso es natural, si se tiene en cuenta lo de la destrucción creativa, en cualquier caso, como el empresariado siempre trata de reinventarse, acabará saliendo a flote.
Por el momento esto es lo que hay. No obstante, pese a las declaraciones del oráculo del dinero, téngase en cuenta que sus palabras son simplemente palabras para la ocasión, mientras que lo sustancial del asunto es que el negocio se atiene a las realidades del presente. De manera que este panorama podría ser un augurio circunstancial y el anunciado cambio de tendencia, por una u otra causa, se quedara en agua de borrajas a la espera de cobrar nuevos bríos en otra ocasión.