Así, a palo seco, nos están robando, y además tienen la desfachatez de decirnos que es por nuestro bien. «Le pego porque es mía». Primero se nos presentaron como víctimas extorsionadas que no tenían más remedio que aplicarnos unas medidas antisociales porque lo demandaba el dios mercado, y ahí empezaron a sacrificar nuestros derechos para […]
Así, a palo seco, nos están robando, y además tienen la desfachatez de decirnos que es por nuestro bien. «Le pego porque es mía».
Primero se nos presentaron como víctimas extorsionadas que no tenían más remedio que aplicarnos unas medidas antisociales porque lo demandaba el dios mercado, y ahí empezaron a sacrificar nuestros derechos para saciar el apetito de sus amos los banqueros. A partir de ese momento perdimos la soberanía política y desde los parlamentos empezaron a emanar leyes que dictaban los consejos de administración de los grupos de inversores y los ladrones de guante blanco institucionalizados del FMI y del Banco Central Europeo, con la colaboración de los tecnócratas de la Comisión Europea. Pero el robo no ha hecho más que empezar, y solo hay que seguir el manual que les están aplicando a Grecia, Irlanda, Portugal e Italia para saber los pasos que van a seguir contra nosotros.
Los mercaderes, los usureros, los diteros, los prestamistas, que caminan con traje y corbata o ropa informal, tienen como objetivo apoderarse del sector público rentable de los estados europeos y, de camino, precarizar las relaciones laborales llevándolas a parámetros del tercer mundo, y aumentar la tasa de explotación sobre las personas y el medio ambiente, aunque pueden dejar sobrevivir a sectores de aristocracia obrera en los segmentos de producción que ellos crean oportunos.
Lo mismo que la dolarización de la economía latinoamericana se utilizó para la rapiña de aquellos pueblos, el euro está jugando el papel de control económico por parte de las élites de los estados europeos.
Perdimos la soberanía política y ahora, con la intervención que acabamos de sufrir al aceptar las condiciones del préstamo de los 100000 millones de euros para salvar al sector privado bancario español y a sus acreedores franceses, alemanes, finlandeses, holandeses…, perdemos también la soberanía económica. La deuda no solo es externa, es eterna. Sencillamente es impagable. De España como proyecto político, social, económico y humano solo quedan el palo de la bandera y «la roja», y con eso no se come. El parlamento español es un cascarón de nuez que va a la deriva y nosotros somos las aguas sobre las que navega. En estas cabe preguntarse: «¿para qué los parlamentos, los ayuntamientos, las diputaciones si los tecnócratas designados por el FMI, el BCE y la Comisión Europea van a dirigir nuestras vidas?, ¿para qué esta pseudodemocracia?. Ellos ya tienen las respuestas, ¿y nosotros?, ¿las tenemos?
Sin soberanía política, sin soberanía económica y entregados a las oligarquías de la UE y de EE.UU. por las elites locales como si fuéramos una colonia moderna, ¿qué podemos hacer? El objetivo debería ser, en principio, recuperar lo perdido. Pero, ¿para qué? Y ¿para quién? ¿Para la recomposición de la vieja España? ¿Para que la relación entre los de abajo y los de arriba siga siendo la misma? ¿Para que el modelo de desarrollo sea igual de depredador y de antidemocrático? La respuesta a estas preguntas es distinta según la posición ideológica de la que se parta. Por una parte está la socialdemocracia de izquierdas, con sus viejos clichés, intentando organizar el frente de masas, el frente político, e identificando un enemigo común al que combatir, en este caso el neoliberalismo. En definitiva estarían hablando de reformar lo irreformable, porque las condiciones históricas que dieron paso al estado del bienestar ya no existen. La otra posición sería la que ha emanado del 15M.
La marcha de los mineros sobre Madrid ha puesto sobre la mesa una disyuntiva: negociación o ruptura. Teniendo en cuenta que las elites ya rompieron el pacto social de forma unilateral, la negociación no tiene sentido como estrategia, y por ende la ruptura tampoco: ya se ha producido. Ahora toca, como decía la leyenda, que se vayan todos. Destituir a los constituidos y no dejar un vacío de poder, lo que significa construir órganos democráticos de gestión de lo común, desde los municipios hasta las universidades. Una vez deslegitimado el poder establecido, ¿por qué seguir aceptando su lógica? Si el rector de una de las universidades de Madrid aplica el decreto que saca Esperanza Aguirre contra los trabajadores y estudiantes universitarios y no se pone al frente de las reivindicaciones de los afectados, que fueron los que le pusieron en su puesto, ¿por qué no destituirlo y nombrar democráticamente a otro que convierta las reivindicaciones de los afectados en un plan de gobierno? Si los parlamentos y los ayuntamientos legislan contra los ciudadanos, ¿por qué no crear parlamentos y municipios de ciudadanos? ¿A quién hay que esperar para ponerse a cultivar los campos baldíos si los jornaleros no tienen acceso a la subsistencia porque el gobierno les retira el subsidio de desempleo? ¿A quién hay que esperar para negarse a parar la producción de una fábrica viable porque la UE la quiere cerrar? Y así un largo etcétera. Desobediencia civil como respuesta frente al robo institucionalizado. Empoderamiento de la sociedad.
Lo que digo da vértigo, ¿verdad? A mí también. Pero lo que están haciendo con nosotros me pone enfermo. Rompamos pues su lógica e implantemos la nuestra. Y caminemos hacia un proceso constituyente, el de los de abajo, el del pueblo, con unas nuevas formas de relación y de producción más democráticas y solidarias.
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