Para los grandes medios, oficiales o de oposición, sobre todo para la televisión, el Paro del 13 de Agosto no existió. No quedó ni siquiera el conteo marcado por el régimen sobre quiénes eran más: los adeptos de la Plaza Grande o los movimientos sociales y pueblos indígenas movilizados. No podemos siquiera denunciar que «todos […]
Para los grandes medios, oficiales o de oposición, sobre todo para la televisión, el Paro del 13 de Agosto no existió. No quedó ni siquiera el conteo marcado por el régimen sobre quiénes eran más: los adeptos de la Plaza Grande o los movimientos sociales y pueblos indígenas movilizados.
No podemos siquiera denunciar que «todos nosotros (somos) rehenes de la intoxicación de los medios de comunicación.» (Baudrillard, 1991) El juego es más sutil: somos rehenes de la banalización de las luchas. En el centro de la escena los pocos minutos de enfrentamiento violento en la esquina de la Plaza Francisco, el rostro mancillado de Salvador Quishpe. La noticia es que hay 80 policías heridos y 100 manifestantes detenidos. Y luego el discurso convergente: no ha sucedido nada. El mismo punto de llegada de medios oficiales y de oposición, aunque por caminos diferentes.
Ya no es noticia que para el Presidente Correa no haya sucedido nada, apenas «cuatro pelagatos», el paro fue un fracaso. Aunque paradójicamente al mismo tiempo habla del calentamiento de la calle, como parte de un golpe blando, financiado por la derecha y el imperialismo. Nunca da nombres, sólo insinúa. Y anuncia la respuesta, la represión «con la ley en la mano»; el intento de un 30S social.
Y ese discurso es amplificado por la «izquierda oficial»: TLSUR habla del fracaso del paro, propagandiza las «multitudinarias» manifestaciones de apoyo a Correa, y los voceros de Alianza País informan que se han movilizado 300 individuos en el Paro. Silencio sobre las movilizaciones sociales y, especialmente, sobre sus demandas.
Represión de nuevo tipo
Para que no aparezca el conflicto, la violencia oficial ha cambiado de estrategia. Ha aprendido a golpear, sin que aparezca luego la huella. Como en la violencia patriarcal que no ataca al rostro de la víctima para que no aparezca el maltrato.
Ya no hay bombas lacrimógenas que pueden probar la represión. Ahora se trata de una estrategia de guerra que parte del control de territorio. Primero desde una visión panóptica, la policía es el brazo ejecutor de la mirada omnipresente del Gran Hermano, sentado en la cúspide de una red de video cámaras, de agentes infiltrados para seguir al objetivo focalizado. Y luego una guerra de posiciones. Cuerpos policiales especializados para cercar a la masa, fracturarla con ataques selectivos, incluido el apoyo de la caballería, para atrapar a la presa.
Y en cada momento el manejo de la propaganda. Los violentos son los otros, las escenas de los «ataques» a la policía, el número de los policías heridos. En los desalojos de las carreteras los violentos son los manifestantes. El monopolio de la violencia legítima puede actuar con impunidad, al fin y al cabo cuenta con la fuerza.
Ataque selectivo
El objetivo principal es descabezar al movimiento. No es una coincidencia que los dos principales dirigentes de la Marcha y el Paro, Salvador Quishpe y Carlos Pérez, hayan sido los principales objetivos de la represión policial.
En el ataque a Salvador Quishpe hay un cerco planificado. De los cincuenta y siete heridos y contusos atendidos en el Parque de El Arbolito en la noche del 13 de Agosto, once eran del grupo que acompañaba a Salvador. Extraído de la masa, Salvador fue arrastrado y golpeado salvajemente. Y luego el intento de linchamiento mediático en la redes, con memes racistas.
Paralelamente hay el ataque a Carlos Pérez. Pero en donde aparece claramente la estrategia es en el apresamiento a Manuela Picq. El Comercio pudo documentar el hecho: Manuela trata de defender a Carlos y es atacada por diez policías, la golpean en el piso, la apresan. Luego el poder crea su propia versión, para justificar la detención ilegal: la policía defendía a Manuela «que habría sido agredida por personas desconocidas». Según la policía no hubo la detención, según la Cancillería Manuela no tiene visa. El símbolo es la imagen de dos policías tratando de tapar con los escudos la filmación de los hechos. La realidad se licúa en la versión oficial.
El silenciamiento general se anunció en la sabatina, con la firma del Decreto 755. La incapacidad de prevención ante el proceso de erupción del Cotopaxi, ha sido sustituido por la declaratoria de Estado de excepción: un evento de la naturaleza convertido en el pretexto para silenciar todas las voces. En el manejo oficial no hay sitio para el Estado de emergencia, para prevenir y auxiliar a la población, hay el ejercicio puro del poder: «soberano es quien decide sobre el Estado de excepción.» (Schmitt, 2009)
Los grandes medios
Los grandes medios no necesitan instructivos. El libreto empezó con la creación de una alta expectativa sobre la Marcha y el Paro: la imagen de los levantamientos que ponen en riesgo la estabilidad. Y progresivamente el silenciamiento. En primer lugar, de la Marcha, sin entender el sentido profundo del caminar para anunciar el Mandato, sin contabilizar los apoyos en las comunidades, en los centros poblados.
Y, sobre todo, el silenciamiento del Mandato, del cambio del carácter de la oposición, el centro ya no estaba en el rechazo a las leyes de la herencia o de la plusvalía; sino en el rechazo a las «enmiendas». Los pueblos indígenas encabezaron un viraje a una lucha con autonomía tanto del Gobierno como de la oposición de la derecha. Y eso no puede ser visibilizado.
El camino es largo …
Diez días de Marcha y cuatro de Paro han servido de escuela de aprendizaje. El primer resultado es un nuevo trazado de la cancha. Ante el intento oficial de presentar un juego binario entre el Gobierno y la oposición encabezada por la derecha, los movimientos sociales, encabezados por el movimiento indígena, ha podido abrirse paso a un posicionamiento autónomo.
El objetivo no es el «golpe», como difunde el gobierno e insinuaron inicialmente los grandes medios. Las voces proclaman que Rafael Correa debe seguir, para que coseche las tempestades que sembró, ahora que hay escasez. El objetivo es un cambio de correlación de fuerzas para recuperar el camino de los cambios históricos. Por ello, la consiga central es el rechazo a las enmiendas y se construye un Mandato en torno a la resistencia al extractivismo y al autoritarismo, y la defensa de la vida y el agua.
El resultado es que se inicia la recomposición de los movimientos sociales, todavía lentamente. Ha empezado por recuperar las calles y las carreteras. Allí el régimen ha perdido la iniciativa y la respuesta es el control policial y militar. Allí también la derecha no encuentra la ventana para la utilización, más allá de que los «esencialismos culposos» quieran ver una sola «corriente opositora que no se distingue de derecha o de izquierda. (…) O sea, al ver a las oposiciones hoy despotricar contra Correa, lo que vemos es el nuevo esplendor del colonialismo político de los esencialistas indigenistas y de los liberales (callejeros o tuiteros) que esta semana aman a quienes -antes de la república- solo eran parte de la vieja domesticación colonial.» (Murillo, 2015)
Esta recomposición se inicia también a nivel internacional. Algunas voces críticas empiezan a reconocer la justicia de las luchas sociales, de las movilizaciones indígenas.
Desde antes, Raúl Zivechi ha denunciado el temor del Gobierno de Rafael Correa a la sociedad organizada: «El gobierno de Rafael Correa ha dado un paso más, arriesgado y polémico, en su enfrentamiento con los movimientos sociales. Lo que está en disputa es el proyecto de país, una suerte de desarrollismo anclado en la minería, el petróleo y grandes hidroeléctricas encubierto bajo el mantra del «buen vivir».
Desde Venezuela, Roland Denis denuncia que «la izquierda oficial de todo el continente, de buenas a primeras ha censurado todas las noticias provenientes de esta enorme manifestación popular e indígena que se ha dado en el Ecuador. Para esta vocería oficializada se trata sencillamente una alianza entre la derecha empresarial y algunos movimientos sociales manejados por el imperialismo en contra de los procesos revolucionarios continentales y se acabó el cuento.» Y anuncia el terreno político complejo: «El ciclo revolucionario de base poco a poco vuelve a abrirse mientras se debilitan estos gobiernos, probablemente reemplazados en el corto y mediano plazo por las élites neoliberales de antaño, que regresen o no al poder de todas formas se encontrarán con una historia que ha aprendido, con pueblos mucho más organizados.»
Joan Martínez Alier, como testigo y participante, confirma: «la movilización del 13 de agosto en Quito fue liderada por indígenas y tuvo mucha participación indígena. Contó también con participación de sindicatos, partidos marxistas, médicos de bata blanca y abundante clase media.»
Todavía hay vacíos en la movilización social, sobre todo de conducción, respecto a los objetivos de poder. Todavía no hay estrategias para enfrentar las nuevas formas de represión. Todavía hay que caminar en las alianzas del campo y la ciudad. Todavía falta una política de comunicación que contrarreste el silencio de los de arriba; aunque el régimen ha perdido la batalla de las redes sociales.
El Paro continúa. Luego vendrán otras jornadas, sobre todo en el plazo de las enmiendas. La paciencia indígena, un camino largo de 520 años de resistencia, vuelve a abrir los cauces de la movilización social autónoma, el tiempo de una nueva siembra.
Bibliografia citada
Baudrillard, J. (1991). La Guerra del Golfo no ha tenido lugar. Barcelona: Anagrama.
Murillo, C. (17 de Agosto de 2015). La culpa esencialista. Recuperado el 17 de Agosto de 2015, de http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/la-culpa-esencialista.html
Schmitt, C. (2009). Teología Política. Madrid: Trotta.
Fuente original: http://lalineadefuego.info/2015/08/18/el-paro-que-nunca-existio-por-napoleon-saltos-galarza/