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El paso del cisne

Fuentes: APe

Y antes de morir, cantó. Su canto dulce, melodioso, tembloroso. Cantó como canta Maria Callas el aria de Madame Butterfly. Cantó a pesar de su convicción que podía desafinar. Incluso olvidarse la letra, siempre queda el recurso de inventar sobre la marcha. Pero no quería viajar al infinito del recuerdo sin música que lo acompañara. […]

Y antes de morir, cantó. Su canto dulce, melodioso, tembloroso. Cantó como canta Maria Callas el aria de Madame Butterfly. Cantó a pesar de su convicción que podía desafinar. Incluso olvidarse la letra, siempre queda el recurso de inventar sobre la marcha. Pero no quería viajar al infinito del recuerdo sin música que lo acompañara. La música es el eco lejano de la voz de un dios creador. No era un canto para no morir. Tan sólo era buscar la mejor compañía para que la soledad no fuera la única anfitriona de la nueva morada.

El cisne cantó y los cisnes que en todos los tiempos fueron, también cantaron. Como dijo Benedetti, «porque nuestros muertos quieren que cantemos». Y también los vivos quieren que cantemos. Cantar es hablar un poco. Pero un poco es mucho cuando sigue imperando que el silencio es salud. El silencio no es en la actualidad de la cultura represora estar callado. El silencio es decir nada. La nada encubierta en miles de palabras. Y algunos gestos.

Si a buen entendedor pocas palabras, parece que después de tres décadas de democracia somos pésimos entendedores. Nos bombardean con drones que atacan con palabras. Las mismas palabras en los diferentes, diferentes palabras en los parecidos. Ojalá fuera una ensalada de palabras. Podríamos entender algunas frases. Descifrar algunos sentidos. Ya ni cabe «¿Qué me habrá querido decir?». Porque quiere decir nada. Solamente lograr un efecto. Una reacción. Una emoción. Un temblor.

El espacio cedido gratuitamente para la campaña encubre los espacios logrados no gratuitamente para las campañas. Lo gratuito es un eufemismo burgués. La universidad gratuita la paga el que nunca podrá acceder a ella. El hospital gratuito lo paga el que nunca alcanza el turno necesario. La gratuidad es una máscara de una colosal transferencia de recursos que salen de donde no debieran y van a donde no tendrían.

La degradación de lo político es inapelable. La odiada televisión comercial se engalana con la visita de casi todos y casi todas que aspiran a ser elegidos en los domingos de urnas. ¿Hay un atajo para esta reducción a la servidumbre de la mercancía de candidaturas y propuestas? Pienso que no, aunque deseo que sí. Los que votamos ratificamos la perversidad del mecanismo de la representación mediatización y confiscación del poder popular. Los que no votan…también. El sufragio universal en tanto secreto y obligatorio, se ha convertido en el más perfecto camouflage donde primeras y segundas minorías aparecen como mayorías.

Como escribiera Discepolín [1], «triste venganza la del tiempo que te hace ver desecho lo que uno amó». Amamos la democracia que aparecía como el antídoto frente al espanto de la dictadura genocida. De paso: «¿Qué hacías en la dictadura Chiquita Legrand?» [2]. Pero ahora, después de tantas tristezas, tantos dolores, tanta sangre derramada y comercializada, de ese amor al menos en mí, no queda nada. Quizá afecto, estima, cariño. Pero la pasión del amor hace tiempo que se marchitó.

¿Serán las elecciones otro canto del cisne? Creo que no. Más bien es lo opuesto. Es el aullido del lobo que convoca a nuevas cacerías. Después de décadas perdidas, empatadas y ganadas, según quien haga el conteo oficial, el 70% del electorado o quizá más va a votar por derechas. La unión de las izquierdas puede esperar, aunque entiendo que no demasiado. La remanida referencia a un frente amplio anticapitalista, antiimperialista, clasista y combativo sigue vigente. La desconfianza, la persecuta [3], la rivalidad, el mesianismo, debe ser desalojado quizá no de una sola vez, pero sí para siempre. Un siempre cercano porque la distancia entre las verdaderas mayorías y el poder de turno (de todos los turnos) cada vez será mayor.

El ejemplo de la reina del plata [4] parece no ser suficiente. En algunas provincias es peor. El feudalismo antidemocrático hace estragos. Permanentes. Y en los casos de catástrofes económicas, culturales, políticas, no tenemos segunda vuelta. De la muerte no hay retorno y creo que no basta sólo el recuerdo. No quiero seguir escribiendo ningún verso triste ninguna noche. En Roma, los gladiadores del imperio que iban a morir en el circo, saludaban al César: «morituri te salutant». «Los que van a morir, te saludan». Los ciudadanos que van a morir quizá no saludan a los «César», pero los votan. Creo que es peor.

Creo posible votar y sostener que si el voto sirviera, estaría prohibido. Los fraudes son demasiados, y no justamente después de la elección, sino mucho antes. Fraudes antipatrióticos, aunque el votar siempre fue medalla para una patria para pocos y para sostener el pasaje del derecho de los humanos al privilegio de los funcionarios.

Si hay un paso del cisne, que al menos permita pensar que seguiremos construyendo cultura no represora, donde podamos subvertir la patria como tierra de los padres (represores), a una fatria, tierra de los hermanos (protectores). Obviamente, fraternidad de clase.

N. de E.

[1] Enrique Santos Discépolo, también conocido como Discepolín, fue un compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino. Los versos (originalmente, «fiera venganza la del tiempo…») que cita el autor pertenecen al tango «Esta noche me emborracho» (1928).

[2] Mirtha «Chiquita» Legrand es una actriz y presentadora de televisión argentina.

[3] En lunfardo, sensación de temor o miedo, infundado o no.

[4] La expresión «la reina del plata» hace referencia a Buenos Aires y pertenece a un tango titulado «Buenos Aires» (1923) de Manuel Jovés y Manuel Romero.

 

Fuente: http://www.pelotadetrapo.org.ar/el-paso-del-cisne.html