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Icaria e Intermón Oxfam recuperaron hace una década los textos más políticos y combativos del escritor estadounidense

El periodismo antiimperialista de Mark Twain

Fuentes: Rebelión

Tipógrafo, piloto de navegación en los barcos que navegaban por el Mississippi, militar «confederado» en la Guerra de Secesión estadounidense, buscador de filones de plata, novelista, orador, periodista… De joven trabajó en imprentas sometido a condiciones muy severas; además en las bibliotecas públicas descubrió un mundo nuevo, ajeno a los aprendizajes reglados de la escuela. […]

Tipógrafo, piloto de navegación en los barcos que navegaban por el Mississippi, militar «confederado» en la Guerra de Secesión estadounidense, buscador de filones de plata, novelista, orador, periodista… De joven trabajó en imprentas sometido a condiciones muy severas; además en las bibliotecas públicas descubrió un mundo nuevo, ajeno a los aprendizajes reglados de la escuela. Mark Twain (1835-1910) legó a los lectores obras como «Las aventuras de Tom Sawyer» (1876), «Mi vida en el Mississippi» (1883) y un libro en el que trabajó diez años, «Las aventuras de Huckleberry Finn» (1886). También «El príncipe y el mendigo» (1882) y ejemplos de narrativa satírica como «Un Yanqui de Connecticut en la corte del rey Arturo» (1889). En diciembre de 2006 la editorial Icaria e Intermón Oxfam publicaron una recopilación de artículos centrados en su tarea periodística y de agitación política, «Antiimperialismo. Patriotas y traidores». Estos discursos, pronunciamientos públicos y colaboraciones en los periódicos rompen con la idea que los mandarines literarios de Estados Unidos difundieron a partir de 1940: Mark Twain como uno de los escritores icono del «sueño americano» y la conquista del Oeste.

En 1866 realizó su primer viaje fuera de Estados Unidos, a las Islas Sandwich (Hawai), mientras trabajaba como freelance para la revista literaria Golden Era de San Francisco. Después de esta experiencia iniciática, recorrería Europa y Oriente Próximo como corresponsal de periódicos estadounidenses. También viajó por Canadá, las Islas Fiji, Australia, Nueva Zelanda, India y Sudáfrica. A la vuelta de Europa en 1900, Samuel Langhorne Clemens se enroló en la Liga Antiimperialista de Estados Unidos. Sus panfletos, propalados a centenares de miles por las extensiones locales de la organización, se reproducen en periódicos y revistas. El prólogo del libro de Icaria e Intermón Oxfam reproduce algunos artículos y piezas premonitorias, como ésta vertida por Mark Twain en 1901: «A partir de este momento, el Gobierno ha convertido la taimada y alevosa traición a las repúblicas débiles en su entretenimiento, y el robo de sus tierras y el asesinato de sus libertades en su negocio».

El día de fin de año de 1900, el periodista se despidió del público con una crítica acerada a cuatro «incursiones piratas» de la época: la ocupación germana de la bahía china de Kiao Chow, la emprendida por la Rusia de los zares en Manchuria, la guerra de los Boers en Sudáfrica y la guerra filipino-estadounidense. «Preséntoles esta majestuosa señora llama CRISTIANISMO, que regresa sucia, embarrada y deshonrada». «Tiene el alma llena de maldad, la bolsa cargada de bienes expoliados y la boca llena de pía hipocresía». En un principio la Cruz Roja iba a difundir esta pieza breve, pero finalmente fue el New York Herald el periódico que la propagó el 31 de diciembre de 1900. El escrito alcanzó mayor eco con la difusión en forma de tarjetas por la Liga Antiimperialista de Nueva Inglaterra. La salutación a la nueva centuria termina con una muestra del sarcasmo y la corrosión habituales en el escritor: «Dadle jabón y toalla, pero esconded el espejo; dadle el espejo, tal vez la saque del error; al verse como los demás la ven».

Justo un año después imagina en otro escrito al naciente siglo XX como una «procesión estupenda», presidida por la consigna «Ama los bienes de tu prójimo como a ti mismo». En la Guardia de Honor de la marcha figuran reyes, presidentes, líderes políticos, asaltantes, ladrones de tierras y afines. Todos reunidos en torno a la bandera pirata. En la comitiva, misioneros y soldados alemanes, franceses, rusos y británicos que cargan con el botín imperial. Otra fecha importante en la biografía del escritor es el 15 de octubre de 1900. Ese día Mark Twain retorna a Estados Unidos tras una década fuera del país. Ya es una personalidad reconocida, cuya opinión sobre los asuntos internacionales se toma en consideración. Los periodistas le asaltan a su llegada. Le preguntan por el imperialismo y la posición de Estados Unidos respecto al conflicto de las islas Filipinas. Responde al Chicago Tribune que él se reclama antiimperialista, aunque «hace un año no lo era; pensaba que estaba muy bien darles libertad plena a los filipinos». Esto significaba «liberarlos» después de tres siglos de sufrimiento. Un año después prefiere que sea la población filipina quien conquiste su libertad. Con una rotundidad mucho mayor, el New York Herald recoge la misma idea: «Me opongo a que el águila clave sus garras en cualquier otra tierra». Contribuyó al rechazo definitivo, según destacaba el agitador y humorista en el New York Tribune, el hecho de que «nos hiciéramos responsables de la protección de los sacerdotes y de sus propiedades».

Después de conversar con un miembro de la Asociación Inglesa para la Reforma del Congo, que le había exhortado a que apoyara la causa, Mark Twain afiló su pluma contra los desmanes del rey Leopoldo II de Bélgica en el denominado, desde 1884, Estado Libre del Congo. El escritor utilizó la fórmula del soliloquio para aguzar la crítica. El texto vio la luz en 1906 y lo hizo en forma de panfleto, después que se negara a su publicación la editorial que tenía los derechos en exclusiva (Harper & Brothers). Así pues, la censura se abatió de nuevo sobre este escritor lúcido y subversivo. En esta ocasión Mark Twain utiliza la voz en primera persona para componer un soliloquio demoledor. Pero quien habla no es Samuel Langhorne Clemens, sino el monarca belga y «señor absoluto» del Estado Independiente del Congo. Le acusan, dice Leopoldo II en el monólogo, de conservar el país «como si fuera mi propiedad personal, todos sus vastos recursos como ‘botín’ privado mío -mío y sólo mío- reclamando y manteniendo a sus millones de habitantes como propiedad privada mía, como mis siervos, mis esclavos». Misioneros americanos, cónsules británicos, y belgas a los que el rey llama «charlatanes» y «traidores», denuncian que considere de su propiedad el caucho, el marfil y todas las riquezas del Congo. Además quienes recogen las materias primas lo hacen coaccionados por el látigo, las balas, el fuego, el hambre, las mutilaciones y la horca.

Mark Twain también se implicó en la Sociedad de Amigos Estadounidenses de la Libertad en Rusia. Desde el verano de 1891 empezó a figurar en las portadas de Rusia Libre. En una carta, finalmente no remitida, a esta publicación en 1890 se posicionó respecto al zar Alejandro III: «Se debería descender al infierno para hallar algo comparable»; «sé que la mejor manera de demoler el trono ruso es mediante la revolución», añadió. Y en este punto emerge una de las ideas que singularizan al escritor estadounidense: la inevitabilidad de la violencia en los procesos revolucionarios. Lo expresa en términos meridianamente claros: «Ni el más responsable monarca británico devolvió jamás un derecho público robado hasta que se le arrebató mediante la violencia sangrienta». Contra el zar también recurre al desdoble en forma de soliloquio. El autor, que publicó la pieza en marzo de 1905 en North American Review, hace reflexionar al monarca ruso sobre la esencia del poder: «Sin mis ropas estaría tan destituido de autoridad como cualquier otra persona desnuda». ¿Qué importancia tienen los ropajes y los títulos? La más formidable que exista sobre la tierra, pondera el zar. «Son las que llevan a la gente a respetar voluntaria y espontáneamente al juez, el general, el almirante, el obispo, el embajador, el frívolo conde, el duque idiota, el rey, el sultán, el emperador».

En Australia recaló el novelista durante un largo periplo entre 1895 y 1896, tras recorrer Estados Unidos y Canadá; después continuaría el viaje por Nueva Zelanda, India, Ceilán, Islas Mauricio y Sudáfrica. Célebre ya por sus textos literarios y políticos, en este país se le recibe con calor y hospitalidad. El punto de partida del periodista es el descubrimiento de Australia por el capitán Cook, en 1770; en 1888, afirma siguiendo «La historia de Australasia», de J.S. Laurie, el gobierno de Gran Bretaña comenzó a deportar a Australia a los criminales convictos. Así, Nueva Gales del Sur recibió 83.000 condenados en 53 años. Con ellos se aplicó «la disciplina más cruel que jamás se haya conocido». Pero estos «no eran notablemente peores que el promedio de la gente que dejaron atrás en su país», denunció Mark Twain. El común de los británicos observaba sin alterarse cómo se ahorcaba a mujeres hambrientas o muertas de frío por robar unos trapos o un pedazo de tocino; tampoco se inmutaba el ciudadano corriente ante esos «muchachos arrancados de sus madres y hombres privados de sus familias, y enviados al otro extremo del mundo para cumplir largas condenas por insignificantes delitos». En Australia y Tasmania a los convictos se les machacaba con 50 latigazos por un pequeño delito, y si se topaban con un funcionario particularmente sádico, podía propinarles otros 50 zurriagazos. Y así, mientras que el torturado aguantara sin morirse.

El libro publicado por Icaria e Intermón Oxfam recupera dos escritos de Mark Twain cuya influencia se prolongó muchos años después en Estados Unidos. El primero, «Oración de la Guerra», se hizo circular de manera masiva en los años 60 del siglo XX, por quienes denunciaban las masacres en la guerra de Vietnam. El escrito no se pudo publicar hasta 1923, por la negativa de los editores. Trata de un sacerdote que despide con una larga oración a los jóvenes del pueblo que se marchan a la guerra. Es un canto a la victoria. Pero de pronto, entra en la iglesia un anciano extranjero que va a revelar todo lo que el pastor oculta: granadas que transforman a los soldados en cruentos jirones, campos fértiles con patriotas muertos, gemidos de dolor en los heridos, viudas inocentes con los corazones desgarrados…

El Movimiento de los Derechos Civiles en la década de los 60 también se fijó en la obra de Samuel Langhorne Clemens. Uno de los artículos recuperados fue «Los Estados Unidos del linchamiento», escrito por Mark Twain en 1901 después del linchamiento de tres personas negras y el incendio de las viviendas de otras cinco en Missouri. Los hechos siguieron al asesinato de una joven blanca en Pierce City. Además, una treintena de familias negras fueron expulsadas a los bosques. El literato y periodista sugirió que los 1.511 misioneros destacados en China retornaran para emprender la acción civilizatoria con los criminales de Missouri. «Nada mejor que un espíritu de mártir para enfrentar a una turba de linchadores, intimidarla y dispersarla», ironizó.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.