Todos sabemos que hay medicinas que aunque no curan de raíz la enfermedad confortan al enfermo e incluso que hay placebos que sin modificar para nada la situación real del paciente le hacen creer que ha mejorado o incluso curado. Pues bien, el plan de Bush no llega ni a placebo. Frente a lo que […]
Todos sabemos que hay medicinas que aunque no curan de raíz la enfermedad confortan al enfermo e incluso que hay placebos que sin modificar para nada la situación real del paciente le hacen creer que ha mejorado o incluso curado.
Pues bien, el plan de Bush no llega ni a placebo.
Frente a lo que dicen sin prueba alguna los poderosos que siguen sin más el dictak de Bush, lo cierto es que sabemos lo que ha pasado en los últimos tiempos y por es por eso que podemos inferir que su Plan no arreglaría nada sustancial, por mucho que lavara la cara a unos cuantos bancos a costa del erario público.
No arreglaría nada, en primer lugar, porque adquiriendo el Tesoro los «productos tóxicos» en manos de los bancos estadounidenses (o de los extranjeros afincados allí) no se garantiza que desaparezcan en cantidad suficiente, entre otras cosas, porque muchos de ellos están camuflados y muchos otros distribuidos por todo el planeta.
En segundo lugar, porque, incluso retirando a tan alto coste el tóxico esparcido por el sistema financiero de Estados Unidos, tampoco se garantiza que los bancos comenzaran ahora a realizar actividades financieras de nuevo cuño y ajenas a la inseguridad que ha prevalecido en los últimos años y meses. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que para devolver la estabilidad financiera a la economía mundial basta con eliminar solamente las hipotecas basura? ¿Es que acaso no sabemos que las finanzas mundiales giran hoy día en torno a productos derivados de una peligrosidad potencial semejante a las subprime?
En tercer lugar, porque incluso aunque se devolviera la suficiente solvencia y la liquidez a los bancos en todo el mundo (porque no ha de olvidarse que las finanzas son en realidad el único espacio realmente globalizado del planeta) tampoco estaría asegurado que la financiación volviera a la actividad real como se precisa hoy día, por lo que el plan tampoco sería un seguro cierto frente a la enorme recesión que se nos avecina.
Todo ello es así, en definitiva, porque lo que no aborda el plan es la eliminación de los privilegios ni los «chanchullos de ingeniería financiera» (Samuelson dixit) que hoy dominan el mundo de las finanzas y que han causado la crisis. Y, por supuesto, porque no se plantea modificar de raíz la lógica financiera que es la responsable de la inestabilidad de las últimas décadas: la liberalización sin trabas del capital financiero.
Ahí está la clave que nos quieren ocultar.
Hasta un bastión de la ortodoxia como el Banco Mundial ha tenido que reconocer que la liberalización financiera «no añadió demasiado al crecimiento, pero parece haber aumentado el número de crisis».
Pero no ni a sus propios portavoces quieren oír, enfangados como están en una orgía de codicia, y buscando tan solo que con el dinero de los ciudadanos (como en realidad busca el Plan de Bush) se compensen sus pérdidas y los costes de sus inversiones aventuradas.
La única solución efectiva es hacer mesa limpia. Cerrar la puerta del casino, reprimir la especulación financiera y proteger la creación de riqueza obligando a que los recursos financieros se dediquen a financiar la actividad empresarial y el consumo. ¿No cambiaría acaso la situación española si en lugar de que el Banco de Santander, sin ir más lejos, dedicara sus recursos a financiar la producción y el empleo en lugar de jugar al monoply comprando otros bancos? Pues eso es lo que hay que cambiar.
(www.juantorreslopez.com). Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla.