En este artículo, la autora sostiene que el gobierno de Bolsonaro tiene un plan de destrucción del país, razón por la que sólo es posible una alternativa: tomar las calles para poner fin a la destrucción.
Brasil avanza a marchas forzadas en el proceso de contaminación por el coronavirus, viviendo uno de sus peores momentos desde julio, ultrapasando la marca de los 300 mil contaminados en una semana. Mientras eso ocurre, el presidente de la nación desinforma sobre la vacunación, se hace el gracioso, inaugura exposición de sus propio vestuario y va a pescar. Todo esto ante una población completamente apática. Los gritos sólo aparecen en las redes sociales y en algún que otro medio de comunicación, como el periódico Folha de São Paulo, que escribió en su editorial que “la estupidez asesina del presidente cruzó todos los límites”. Ahora bien, lo cierto es que el presidente se extralimita todas las semanas, lo que no hace más que situar el límite más arriba o más allá, porque, al parecer, nunca tiene suficiente.
Sólo para hablar de la pandemia es necesario recordar que el país fue abandonado a su propia suerte, sin un plan nacional de actuación contra el virus, con los gobernadores y los alcaldes actuando cada uno por su cuenta. La única cosa articulada a nivel nacional a lo largo de estos meses de peste, fue la actuación de los empresarios para que nada cierre y la rueda del capital siga girando. Es lo que está funcionando y es lo que mantiene al país con altas tasas de contaminación.
Ahora, cuando el mundo ya inicia el proceso de vacunación, con al menos cuatro propuestas de vacuna, Brasil, de nuevo, vivirá la guerra del politiqueo. El presidente dice que va a coordinar el proceso de vacunación, pero no hace absolutamente nada. El ministro de Salud dice que se dispondrá de un plan “en cuanto haya demanda”. Es un horror. Por otra parte, a aquellos gobernadores que están anunciando planes de compra de vacunas y programas de vacunación, el gobierno federal les está amenazando con tomar represalias. Una situación que en cualquier otro lugar del mundo sacaría a la población a las calles para protestar masivamente. Aquí no. Los periódicos difunden cifras de aprobación del gobierno que llegan al 37% y sitúa en torno al 22% a los brasileños que afirman que no se van a vacunar bajo ningún concepto, porque -afirman-, la vacuna obedece a un plan comunista para apoderarse del cerebro de las personas.
Así, a pesar de poseer laboratorios de una gran calidad, como el Butantã, y uno de los mejores programas de vacunación del mundo, la tendencia es avanzar hacia el desmantelamiento del sistema de salud y de todo aquello que se construyó con mucha lucha.
No obstante, quien piense que esa es una nave desgobernada se está engañando. No lo es. El timonel sabe muy bien hacía donde está arrastrando al país. Es más, él mismo lo anunció por todo lo alto y bien claramente durante su campaña electoral. Quién depositó su voto en la urna a favor suya sabía muy bien que la propuesta era el desmantelamiento y la destrucción de “todo lo que había”. Así pues, no hay sorpresa posible. El ‘capitão-do-mato‘ [1] puso el país en manos privadas, tanto extranjeras como nacionales y, gracias a eso, está engordando su cuenta bancaria para -cuando deje de ser necesario-, abandonar la escena bien recompensado. A su lado actúa un Congreso Nacional muy bien orquestado y alineado con esa política de destrucción. Es la nacionalización del conocido latiguillo del viejo comunicador Silvio Santos: “todo por el dinero”.
Entonces, cuando vayan a decir que no hay un plan de vacunación ni ningún otro plan para el país, pensadlo bien. Sí hay un plan, sí. El plan es asaltar el estado en el menor tiempo posible. Coger todo lo que se pueda.
Mientras eso ocurre, las centrales sindicales están muertas, la mayoría de los sindicatos también. Incluso quienes representan a los trabajadores que jamás tuvieron la opción de quedarse en casa. No hay movimiento entre los comerciantes ni entre los trabajadores de la industria. Sólo hay miedo. Miedo a perder el empleo. Miedo a morir. Miedo. Es el caldo de cultivo perfecto para que el asalto al estado acontezca sin mayores temblores.
El plan, por lo tanto, sigue; mientras, la muerte nos acecha.
Es tiempo de ocupar las calles. O eso, o el matadero.
Nota del traductor
[1] El ‘capitão-do-mato‘, literalmente, capitán de la selva, es un término que se aplicaba en Brasil a los empleados domésticos de una hacienda o plantación que se encargaban de dar caza a los esclavos fugitivos. En los últimos años, es un término usual para referirse a Bolsonaro y a algunos de sus ministros.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, al traductor y a Rebelión.org como fuente de la traducción.