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El poder de La Plaza

Fuentes: Rebelión

Mi abuela trabajó cuarenta y cinco años en una plaza. Vendía frutas y verduras. Siglos atrás, no tantos, en ese espacio a cielo abierto se vendían esclavos. La plaza es un lugar de encuentros, de lealtades y rupturas, de mercaderes, de niños y niñas que juegan, de mujeres y hombres que hacen y deshacen el […]

Mi abuela trabajó cuarenta y cinco años en una plaza. Vendía frutas y verduras. Siglos atrás, no tantos, en ese espacio a cielo abierto se vendían esclavos.

La plaza es un lugar de encuentros, de lealtades y rupturas, de mercaderes, de niños y niñas que juegan, de mujeres y hombres que hacen y deshacen el mundo.

La plaza es un lugar para tirar y derrotar tiranos. Para morir un día sentado en un banquito acariciado por unos tenues rayos de sol.

La plaza es un lugar para soñar y dejar que las ilusiones sobrepasen su perímetro.

Hay plazas con poder, plazas efímeras, plazas que se enfrentan a los mercaderes.

Hay redes de plazas y calles que controlan su destino.

Hay plazas de parlamentos, de universidades, de fábricas, de pueblos y de ciudades.

Hay plazas de desheredados y de pudientes.

Las plazas pueden ser gestionadas por entes públicos, privados o autogestionadas por los ciudadanos.

Cuando las plazas son conscientes de su valor, cuando la gente que ocupamos la plaza decidimos que no hay marcha atrás, el lugar nos ofrece un viaje individual y común. Nos da tres calles a elegir y nos susurra al oído: «Ya sois mayores, elegid. Si lo deseáis podéis volver a vuestro lugar de partida. O ir a exigirle a los usureros y a sus lacayos pagados con el fruto de la rapiña que os devuelvan lo robado. O construir un mundo nuevo. Esta vieja plaza ya no puede daros más».

Es un momento cruel, pero inaplazable. La plaza ya dio a luz su rebelión. Ahora les toca a los hijos de la luz elegir su camino.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.