Esto de los perroflautas inconformistas y las acciones de los escraches no es nada nuevo bajo el sol. En los albores de la democracia griega ya hubo una corriente de activistas filosóficos que se llamaban perros o cínicos -en griego kynikos es la forma adjetiva de kyon, que significa can o perro-. Deambulaban por tierras […]
Esto de los perroflautas inconformistas y las acciones de los escraches no es nada nuevo bajo el sol. En los albores de la democracia griega ya hubo una corriente de activistas filosóficos que se llamaban perros o cínicos -en griego kynikos es la forma adjetiva de kyon, que significa can o perro-. Deambulaban por tierras helénicas con comportamientos extravagantes para denunciar las corruptelas y avaricias de los poderes establecidos.
El más célebre de estos ciudadanos perrunos fue Diógenes de Sinope, quien convirtió su vida en un escrache perpetuo. Fue un avanzado de los okupas, pues decidió acampar de por vida en la vía pública, adoptando como única vivienda una tinaja. La iconografía de la época lo representa como un pensador errante acompañado de algún cánido. Un día Alejandro Magno acudió hasta él y le dijo: «Yo soy Alejando el gran rey». Y él repuso: «Y yo Diógenes el perro».Entonces, al ser preguntado por el tipo de perro que era, respondió: «Muevo el rabo ante los que me dan algo, ladro a los que no me dan y muerdo a los malvados».
Uno de los escraches preferidos de Diógenes era entrar en el teatro chocando con los espectadores que salían de él, justo para reflejar que había que ir a contracorriente en la sociedad del espectáculo y denunciar la ceguera pública. Otro de sus escraches sonados fue contra los platónicos conformistas y su academia idealista. Como aplaudían que Platón definiera al ser humano como un animal bípedo implume, se presentó en la escuela platónica y soltó un gallo desplumado, diciendo: «Éste es el hombre de Platón».
Él no fue el único que hizo escraches. Un discípulo suyo, Crates, quien formó pareja con la filósofa cínica Hiparquia, fue apodado el Abrepuertas, porque se colaba en las casas para darles discursos a sus habitantes. Asimismo, un admirador de Diógenes y Crates, Mónimo de Siracusa, decidió seguirles. Dado que Mónimo era siervo de un banquero de Corinto, un día fingió un ataque de locura y empezó a arrojar por el aire las monedas y toda la plata de la mesa de su dueño, hasta que el amo lo despidió.
Relata Plutarco que una vez los griegos decretaron marchar con Alejandro Magno a la guerra contra Persia, nombrándolo generalísimo como gran astro de la política, ya que el símbolo de los reyes de Macedonia era el sol. Muchos hombres de Estado e intelectuales le visitaron y le dieron el parabién, así que Alejandro esperaba que Diógenes hiciera otro tanto. Pero el filósofo hizo caso omiso, pues pasaba el rato callejeando por su barrio. Al final Alejandro decidió verlo y se lo encontró tendido al sol en la vía pública. El rey macedonio se le acercó y le comentó que le pidiera lo que quisiera. El perro le respondió: «Que te quites del sol y no me hagas sombra». En democracia el sol sale igual para todos, porque es de todos y de nadie.
De Foucault a Onfray, los cínicos perrunos han sido considerados como un ejemplo de parresia, el don de expresar libremente la verdad en democracia y dejar al rey desnudo en la plaza pública. Nunca fueron acusados de nazis o fascistas por sus conciudadanos. En primer lugar, porque todavía no habían nacido Hitler y Mussolini. Y en segundo lugar, porque en aquellas democracias incipientes todavía no se había inventado el liberalismo del sacro imperio hispano-germánico que amaestra perros de presa y aperrea a la gente común.
Diógenes fue el inventor de la palabra «cosmopolitismo». Hoy nadie sabe dónde están sus restos. Tampoco se conoce dónde se hallan los de Alejandro. Polvo y ceniza son bajo el sol de cualquier plaza común.
Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/05/05/sociedad/el-primer-perroflauta-de-los-39escraches39